La noticia, en enero del 2020, estremeció a todo el país. Se le daría vía libre a la caza indiscriminada de los 100 ejemplares que quedaban descendientes de los animales que trajo de África, para su zoológico, Pablo Escobar. En páginas de internet incluso se llegaron a crear grupos para organizar escuadrillas que acabaran con las bestias. Desde ese momento, Luis Domingo Gomez Maldonado, un abogado colombiano, se movió. Interpuso una demanda el 31 de julio del 2020 ante el Tribunal Administrativo de Cundinamarca para que, en vez de que se les matara, se les esterilizara con un anticonceptivo llamado PZP. En Estados Unidos la fundación Animal Legal Defense apoyó la causa del abogado -reconocido por adelantar varios procesos en defensa de los animales y el medio ambiente- e interpuso una querella ante un juzgado de Ohio, que le dio vía libre legal y acaba de conocerse el fallo: se ha reconocido a los hipopótamos como personas jurídicas. El fallo se basó en una ley estadounidense que permite que una “persona interesada” en un litigio extranjero solicite deposiciones estadounidenses para ayudar en su caso.
Los 100 animales que se mueven por el Magdalena Medio son descendientes directos de los que trajo Escobar a su finca, Nápoles, hace cuarenta años. ¿Cómo se le ocurrió al narco la idea de traer hipopótamos a su finca?
A Pablo Escobar la idea de tener un zoológico se le ocurrió por pura envidia. Un fin de semana de 1981 visitó la hacienda Verácruz de los Ochoa Vásquez, sus socios del Cartel de Medellín. Era un lugar caliente de generosas aguas y espeso paisaje ubicado en el municipio del Repelón en el Atlántico. Allí los hermanos habían construido un pequeño zoológico con Jaguares del Amazonas y Ñus del África. La hacienda de los Ochoa distaba mucho de tener las más de 1.900 hectáreas que Escobar tenía en su predio del Magdalena Medio: la hacienda Nápoles. El lugar desde manejo su emporio narco en el esplendor de la década de los 80.
Alguna vez, cuando Juan Pablo Escobar tenía ocho años, su papá lo llevó en un jeep hasta un lugar cerca a los lagos que refrescaban el ardiente lugar en pleno corazón del Magdalena Medio. Allí Escobar les dijo a su esposa, María Victoria Henao y a su hijo que quería ser enterrado debajo de una ceiba, la más frondosa que había en ese bosque inmenso donde se entrelazaban tres ecosistemas, la selva, el río y la montaña, un paraíso propio que construyó después de pagar casi tres millones de la época -1981- para hacer de él su lugar preferido en el mundo, donde agasajaba senadores, ministros, reinas de belleza y presentadores de televisión. Una casa inmensa de ocho habitaciones, piscina y una sala de televisión en donde cabían treinta personas. Dos dinosaurios enormes donde los niños jugaban y, sobre todo, la joya de la corona, los animales que compró y que convirtió a Nápoles en una de las haciendas más extravagantes que capo alguno haya tenido.
Lo primero que hizo antes de montar su zoológico fue comprarse los 12 tomos de la enciclopedia de la National Geographic, con ella aprendió sobre la adaptación que podía tener los animales que compraría. Alfredo, uno de sus empleados, fue enviado a los Estados Unidos para averiguar donde podría comprar elefantes, cebras, jirafas, dromedarios, hipopótamos, búfalos, canguros, flamingos, avestruces y todo tipo de aves. No compró leones y tigres porque le parecían demasiado feroces para dejarlos libres. El lugar donde compró los animales fue en un criadero en Dallas, Texas. Allí dos hermanos texanos de apellido Hunt, gordos como elefantes, le vendieron los animales que él mismo atrapaba en África.
Escobar hizo un viaje relámpago a Dallas con su familia y allí pagó USD 2 millones a los Hunt. En el primer envío, que llegó en un barco alquilado que atracó en el Puerto de Necoclí. El viaje tenía demasiados riesgos y podía tardarse meses. Impaciente, Escobar contrató cuatro Hércules, que viajaron, capitaneados por Fernando Arbeláez, desde Dallas hasta el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín en la noche, cuando las operaciones aéreas habían terminado. Según Juan Pablo Escobar en su libro, Pablo Escobar mi padre “La estrategia se facilitó porque las condiciones de seguridad del aeropuerto eran muy precarias y mi padre era dueño de dos hangares contiguos a la pista principal”. Las bestias tocaron tierra colombiana en 1982.
Escobar llegó a atesorar más de 1.200 animales en ese zoológico casero. Los animales más costosos fueron un par de loras negras que le compró en Miami a uno de sus socios que también traficaba con fauna. Costaron USD 500 mil y casi asesina a su socio cuando se enteró que las loras no podían reproducirse porque estaban castradas. Los últimos animales que compró fueron un par de delfines rosados que trajo del Amazonas. En esa época Pepe y sus hipopótamos no eran famosos, como los son ahora, pero por el daño depravador que están causando sus descendientes: las 70 bestias han nacido cerca a Doradal, y se la pasan en los ríos Nare y Negro.
Ya van a ser ya 7 años desde que Carlos Mario Zuluaga, director de la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Rios Nare y Negro, CORNARE, prendió las alarmas. La presencia de la manada en las cercanías del pueblo de Doradal. El daño ecológico puede ser descomunal. Comen cada día 50 kilos de pasto, que sus pisadas dañen los bosques y su estiércol va a dar a las aguas de los ríos y lo peor pueden terminar espantados en una de las calles de Doradal.
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