El 21N denunció la corrupción

El 21N denunció la corrupción

"Las manifestaciones están demostrando que la gente está considerando que existe un robo descarado: el gobierno juró respetar la Constitución y no lo hizo"

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
noviembre 22, 2019
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El 21N denunció la corrupción

Me gusta la siguiente definición de corrupción que he entresacado de las perlas que están conduciendo al esclarecimiento de la puesta en escena del mejor representante del neoliberalismo a nivel mundial: Donald Trump; del significado y argucias de su otrora imbatible poder. Los neoliberales están felices de estarse robando el show mediático a nivel mundial: es la representación en vivo y en directo de lo que es su más íntima ideología.

“La corrupción, en esencia, es un robo del valor de una decisión. Cuando se supone que alguien está actuando en nombre de una institución, pero en cambio actúa en nombre de sí mismo, evita que la institución a la que sirve obtenga el valor total de sus elecciones”.

Incluso al negarse a que sus funcionarios más cercanos y sabiondos de la situación testifiquen ante la instancia que la ley contempla, sigue siendo corrupto pues no permite que el pueblo obtenga el beneficio de capturar la verdad. Si los funcionarios fueran a testificar tendrían que jurar decir la verdad, cosa que escamotea ladinamente ese gobierno.

Y aplicando esa definición cabe preguntar a rajatabla y sobre seguro: ¿es el actual gobierno colombiano visceralmente corrupto y, en consecuencia representa la quintaesencia del poder neoliberal en Colombia, es decir, una fórmula que lesiona los intereses más profundos de su pueblo?

Se diría que es corrupto pues si el gobierno juró respetar la Constitución nacional, las manifestaciones del 21N, que trepa todavía más el indicador del 69% de desfavorabilidad que dicen las encuestas, están demostrando que la gente está considerando que existe un robo descarado del valor de una decisión. Y cuando el gobierno dice que está escuchando, que no es un verbo transitivo, se trata no solo que escuche sino de que actúe en consecuencia y corrija el rumbo, que sí conjuga el tránsito.

¡Y no lo está haciendo! Por ejemplo, en vez de reunirse en consejo de ministros, valiente gracia, debería sentarse a hablar a calzón quitado con los líderes del paro, que son quienes están interpretando el sentir nacional que no los ministerios. Se supone, lo grita el paro, que los ministros todos están denunciados y desconocidos por la gente. Reunirse con los ministros en Consejo es una abrumadora forma de decir, vamos a seguir mamando gallo y nos importa un rábano lo que hayan dicho durante las manifestaciones. ¡Deberían haber renunciado en forma masiva de inmediato!

Entonces, qué queda a las masas irredentas, incentivar y agudizar el paro.

Y se supone que un presidente está actuando a nombre de esa institución reconocida en la Constitución. Se supone también; es más, es ostensiblemente claro, que la gente no es corrupta cuando hace lo que hace pues no le está robando al presidente, ni a su inefable consejo de ministros, el valor de ninguna decisión. La gente está respetando la Constitución y se está obligando con su actuación en las calles a cumplirla, pues ese es su derecho e, incluso, su obligación más sagrada. El supuesto vandalismo en las calles, que todavía no se sabe por quién está instigado, no es ni siquiera el 10% de la masacre de Odebrecht que repartió sobornos, ya demostrados y sentenciados y sus autores en la cárcel, por la bicoca de 6,5 millones de dólares. Y la cuenta, que sigue, en alguna parte de la investigación fiscal la detuvieron. Y además, ¿qué es lo que tiene que perder esa juventud que está en las calles: no tiene empleo, no tiene futura pensión, le escatiman la educación mediante onerosos préstamos, y sus hijos tampoco lo tendrían tal como van las cosas?

Y volvamos para ejemplificar al caso de EE. UU. “Joe Biden, señalan, suspendió las garantías de préstamos de EE. UU., para que Ucrania intensificara los procesos contra la de corrupción”. Intentan sugerir un parangón con lo achacado a Trump, ya escuchado de testigos.

“Pero es fácil detectar la diferencia entre esas situaciones aplicando la definición de robo de decisión. Biden bloqueó temporalmente las garantías de préstamos para lograr un interés en la política exterior estadounidense, mejorando la estabilidad de Ucrania tomando medidas enérgicas contra la corrupción. Las condiciones no eran para beneficiarse personalmente”.

En nuestro caso, el colombiano no está recibiendo, no se siente recibiendo, el valor total de sus elecciones. Es más, hay sombras aciagas sobre el papel que ciertas políticas todavía engavetadas pudieran perjudicarlo en masa. ¡Y se han puesto pilas! ¡Y, vaya, qué pilas!

Hay que ver el grado de sofisticación de algunas de las querellas escritas en las pancartas. La siguiente más que una denuncia pública es un dechado de perfección semiológica. Contiene todos los signos de un conocimiento profundo de la situación y lo devela con un humor absolutamente cáustico y proceloso. Dice así:

“La derecha solo para hacerme la paja”.

Hay una enhiesta figura del poder que vomita allí, pero soslaya, y es astuta políticamente. La derecha colombiana había venido buscando un contendor poderoso que contestara su vindicta permanente, risueña y burlona acerca de la izquierda mamerta. Bueno, ahí tienen una respuesta que los convertiría en solipsistas, erectos beneficiarios en línea directa del arte legendario de Onan. De ahora en adelante serían unos pajisos. Y es literalmente cierto; se la pasan solazándose entre ellos de que son lo máximo. Alguien ha estado cerca de uno de sus candidatos a nivel territorial, ¡y en el Congreso!: se pavonean cual lúcidos portaestandartes, engendrados por la última cocacola del desierto. Preferirían ser intangibles y translúcidos, zurcidos por su propio y particular sentido de la moralidad que, sin embargo, no los deja apercibirse de los grotescos daños de Agro Ingreso Seguro, ni de los crímenes todavía insepultos de los falsos positivos. Incluso, tras el anunciado combate contra la mermelada, cualquiera hubiera creído que tenían un elegante plan para transformar el país usando los presupuestos rectamente. ¡Ni presupuesto tendrán cuando terminen de armar su colcha de retazos! Cansados de no hacer nada, ociosos de una servidumbre envilecida de títeres, su coyunda podría ser calificada de ahora en adelante como la hueste de los hedónicos: hedónicos democráticos.

Pero se les ofrece algo por hacer: ahora aprovecharán al máximo el paro para cubrir con una cortina de humo los feroces actos de bombardeo que acabaron con la vida de no se sabe todavía cuántos niños, cuyo debate de censura ante el Congreso ha sido clausurado por maniobras torticeras.

Y se han atrevido a decir que los niños podrían ser ellos mismos los culpables. Bueno, en el caso del vandalismo, aplicando la misma lógica, ellos serían los culpables pues ellos, y solo ellos, son los que nos han estado llevando, con masturbación inveterada, a este estado de cosas.

Claro que bien leída la definición de corrupción se queda corta. Pues, qué pasa si el corrupto del gobierno no trabaja ni siquiera para sí mismo sino para sostener la jefatura de un poder en la sombra. Por eso es que la gente en las pancartas dilucida, sin dejarse confundir:

¡Uribe, paraco, el pueblo está verraco!

De qué Uribe hablan aquí. Y la respuesta es obvia: ¿de qué me hablas, viejo?

Es indudable que hay otra semiosis del poder allí. La gente versifica consonantemente haciendo un uso del verso libre con exclusiva velocidad y a su gusto. Es claro que lo que se busca y propicia es la eufonía. La sonoridad explícita de la denuncia. Rápidamente recrea un espacio tiempo, que curva el Universo político del país y lo concentra abriendo escenarios para que las verdades se cuelen por entre los intersticios.

Es indudable que la frase es anónima. Nadie osa apropiársela, pero no es menos perteneciente a la obra pública.

Ahora, lo que resulta y decanta la frase es que el pueblo no se amilana. Sabida es que la figura del verraco es la de un animal bien testiculado que tiene cojones con qué responder. Y el pueblo no se amilana. Ni lo asustan. ¡Que no se engañen jamás con el pueblo colombiano!

¡Algún día pare Paula un hijo macho!

Notas. La definición de corrupción despide un ligero sabor de cálculo financiero, como si fuera una concreción de valor exclusivamente capitalista. La cita ha sido tomada del New York Times.

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