En política – como en la vida – si no se hacen bien las cosas, en cualquier momento los errores revientan y se pagan. Si no se construye unidad con base en una fuerte y consistente identidad ideológica, necesariamente se terminará en indecisiones, desgastes, parálisis, y finalmente, la división y la dispersión. No hay posibilidad de hacer trampa. La forma debe estar completamente integrada al contenido. No se puede caminar por desechos para llegar más rápido o hacer más fácil la tarea. No podemos auto-engañarnos. En cualquier momento salta la liebre. No por mucho madrugar amanece más temprano.
Es lo que ha pasado con el Polo Democrático Alternativo y se repetirá – invariablemente – con la Alianza Verde. La división manifestada en las pasadas elecciones en ambos partidos es una ratificación de esas verdades de sentido común. Igual circunstancia está viviendo el partido liberal. Los pocos socialdemócratas que quedan en ese partido están migrando hacia nuevos escenarios para no quedar enterrados con sus rancios jefes neoliberales. La renuncia de Alpher Rojas Carvajal, ex-director Nacional del Instituto del Pensamiento Liberal a la militancia en ese partido (http://on.fb.me/1I1fnyc) es parte de ese proceso.
Lo interesante de estos intentos fallidos es que dejan importantes lecciones que estamos aprendiendo. En forma sintética presentamos algunas de ellas:
1. No son suficientes los pactos o convenios programáticos. Siempre habrá interpretaciones, énfasis, manejos y aplicaciones diferentes de acuerdo a la formación ideológica de las fuerzas y personas que participan de la experiencia política.
2. No son suficientes los reglamentos y estatutos. Si no existe una fuerte identidad ideológica, esas reglas no servirán para nada.
3. Se requiere un diseño estratégico unificado. Es necesario construir conjuntamente unos objetivos, metas precisas, fases y procedimientos. Es indispensable un plan concertado. Es el verdadero combustible del proyecto.
Éste último aspecto ha sido poco trabajado en Colombia. En el PDA se juntaron fuerzas que todavía creen en (o sueñan con) la insurrección civil popular. También se sumaron diversos sectores que – así no lo acepten públicamente –, no han renunciado a la lucha armada. Además, ya estaban en el PDI los que decididamente están por la vía electoral. Es más, al interior de cada uno de esos sectores existen diferencias que no se han aclarado. ¡He allí el detalle!
Por la importancia que este tema tiene para poder constituir en el inmediato futuro un nuevo proyecto político que le de forma al “movimiento democrático” o Partido del Pueblo, que ya existe en el corazón y en la conciencia popular (http://bit.ly/1vN8JGt), intentaremos formular una visión de lo que podría ser ese diseño estratégico, de acuerdo a las experiencias exitosas que están desarrollando los pueblos de América del Sur, y claro, con base en nuestras condiciones particulares.
Historia y diseño estratégico
Después de la caída del bloque socialista en la Europa Oriental, la geopolítica mundial cambió (1989). La lucha armada como herramienta de revolución social y política no tuvo – a partir de ese momento –, razón de ser. El imperio tenía todas las herramientas y fuerza para derrotar esos intentos por medio de la instrumentalización de los conflictos. Así, diseñaron la estrategia de los “conflictos de baja intensidad”, las guerras de 4ª generación y las “guerras sucias”. Así ocurrió en Colombia. Sólo ahora algunos caen en cuenta. Son los tozudos hechos que nos atropellan. La insurrección zapatista lo comprendió muy bien y se transformó oportunamente en un levantamiento simbólico, basado fundamentalmente en la fuerza organizativa de los pueblos indios. Y allí están, tirando del carro de la historia.
Vienen entonces durante los años 90s del siglo XX y principios del XXI, los levantamientos populares civilistas que respondían a la profunda crisis económica que trajo la aplicación de las políticas neoliberales. El primero fue en 1989 en Venezuela (“El Caracazo”) pero en Colombia se vivía ya ese proceso que era canalizado de alguna manera por los movimientos insurgentes sin conseguir éxitos contundentes. El proceso constituyente impulsado y manipulado por la oligarquía en 1991 fue una respuesta táctica a dicho ascenso de las luchas populares en Colombia.
Es sobre esa oleada de luchas populares como se va diseñando la estrategia popular y democrática para derrotar políticamente a las oligarquías y al imperio utilizando las vías electorales. Chávez inicia ese proceso en Venezuela en 1999, que ha sido continuado por Lula y Dilma en Brasil, los Kirchner en Argentina, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, de alguna manera la Bachelet en Chile y el Frente Amplio (Vásquez-Mujica) en Uruguay.
A pesar de las diferencias que tienen estos procesos fruto de las particularidades de cada país y de los movimientos populares comprometidos – unos más avanzados que otros –, unos con bases rurales, indígenas y campesinas, otros con el apoyo de los trabajadores y sectores urbanos, lo cierto es que el diseño estratégico tiene enormes similitudes de las cuales es válido aprender.
Veamos el caso de Venezuela. Después de salir de la cárcel en 1994 Chávez se dedica a construir el núcleo del Movimiento V República, recogiendo de aquí y de allá, sin colocarse como meta la unificación formal de la izquierda. Ese núcleo diseña la estrategia que no se puso como objetivo – en lo inmediato – la derrota del imperio y mucho menos una revolución socialista. El objetivo central era derrotar a los partidos tradicionales oligárquicos (Adecos y Copeyanos, AD y COPEI), castigarlos por su descomposición y corrupción. Sólo eso. Y para ello había que juntar a todas las fuerzas democráticas decentes que existían en Venezuela. Luis Miquelena – un liberal decente – era el principal aliado político de Chávez.
En cada país ha ocurrido un proceso similar. En algunos países en donde la correlación de fuerzas lo permitía y exigía, como Venezuela, Ecuador y Bolivia en donde las fuerzas del cambio ya se habían constituido en gobierno, se impulsa la convocatoria de Asambleas Constituyentes para consolidar y profundizar las transformaciones por la vía revolucionaria institucional, no sin ciertas dificultades creadas por las fuerzas contrarrevolucionarias que intentaron asaltar la voluntad popular con golpes de Estado. En los otros países los cambios son paulatinos y lentos, pero allí van, poco a poco, consolidando las fuerzas y los procesos.
Lo interesante es tener claro el objetivo. En Colombia se quiere derrotar los TLCs, hacer la reforma agraria democrática, impulsar un reordenamiento territorial descentralizado, derrotar las políticas neoliberales privatizadoras en educación, salud y servicios públicos y demás reivindicaciones populares, y todo ello se quiere hacer de una vez. Sin estrategia y sin plan. Quien no incluya uno de esos puntos es “un moderado” o peor, “un conciliador”. Y es por ello que no se pone como primer, principal y único objetivo la derrota política de los partidos que representan los intereses de la oligarquía. Ser gobierno debe ser la prioridad, con un programa muy amplio, que enamore a las grandes mayorías de nuestro país, que le apunte ante todo a la corrupción, a la ineficiencia y al clientelismo de los partidos tradicionales y de los “nuevos”, que hacen parte del establecimiento oligárquico.
Por ello hemos fracasado, porque queremos hacer todo de una vez, porque no hemos construido una visión estratégica. Hay que ir paso a paso, con “paciencia estratégica”. Apoyando a Mockus ya habríamos derrotado a los partidos tradicionales y estaríamos ahora o saliendo de Mockus o haciéndolo avanzar hacia lo social. Pero no, plantear eso era una blasfemia. Chávez sólo enfrentó al imperio después del golpe de Estado de abril de 2002. Correa y Evo avanzaron en su estrategia después de haber derrotado los intentos golpistas de la vengativa oligarquía imperial.
Además, en el caso de Colombia, la oligarquía ha podido identificar a la izquierda con una insurgencia degradada que convirtió a los campesinos medios y ricos en su objetivo militar y económico. Ello les ha dado enormes ventajas hasta el punto de que un proyecto fascista y paramilitar estuvo a punto de apoderarse totalmente del aparato estatal a nombre de la seguridad de los colombianos y como punto de defensa “patriótico” ante la supuesta amenaza “castro-chavista”.
Es por ello que el “movimiento democrático” en Colombia debe sumar las fuerzas políticas y sociales que con toda claridad y transparencia estén decididamente por las vías electorales institucionales y que además su práctica real respalde esa decisión. Y para hacerlo más creíble debe concertar esa estrategia anti-oligárquica con algunas fuerzas del establecimiento burgués que les interese el proyecto. Empresarios cansados de la corrupción, liberales socialdemócratas cansados de neoliberalismo, profesionales de todas las áreas que sufren la precariedad de los empleos y el monopolio de los contratos, científicos e intelectuales inconformes con la mediocridad de nuestros gobernantes, mucha pero mucha gente puede subirse con tranquilidad a ese proyecto de Nación que podría emular la famosa frase de Gaitán: “¡Por la restauración moral de la República!”. Nada más, por ahora.
El año 2015 debe ser utilizado para construir las bases de ese “nuevo movimiento político”. Con 100 líderes y liderezas jóvenes de todo el país, asesorados por una retaguardia intelectual que debe dejarle el protagonismo a la juventud, se podría arrancar a principios de 2016. Ya los veteranos tuvieron su turno y no lo aprovecharon. Los unos, por no ser decididamente anti-neoliberales (Mockus). Los otros por no aceptar la realidad del mundo globalizado (Robledo). Unos más, por no deslindarse de una guerrilla degradada y desprestigiada (Piedad Córdoba, PC y demás). Y todos, por no enviar un mensaje de verdadero sentido democrático, por no leer la necesidad de construir serios movimientos políticos y no empresas electorales con dueño y patrocinador particular.
El programa casi que está a la vista: construir democracia para el ciudadano del común; golpear la corrupción donde es más visible (altos sueldos y primas de los congresistas y magistrados); recuperar lo público sin caer en el estatismo paternalista; defender el medio ambiente sin ninguna clase fundamentalismos ecologistas; impulsar la industrialización de nuestras materias primas y apropiarnos de la comercialización internacional de nuestros productos que está en manos de las grandes transnacionales; recuperar un mínimo de legislación laboral que proteja a millones de trabajadores precarizados en sus condiciones laborales; pero todo en el marco de un mundo capitalista que no vamos a cambiar de un momento para otro.
En el marco de las elecciones locales y regionales se puede construir este proceso. En esa dinámica hay que impulsar las más amplias coaliciones para derrotar a la casta política tradicional – incluyendo el uribismo –, y a la vez ir juntando esa dirigencia joven que está frustrada dentro de los actuales proyectos políticos. Desgraciadamente, lo que podríamos considerar como lo más avanzado del “movimiento democrático” – el “progresismo-petrista” que está al frente de la administración distrital de Bogotá –, también tiene graves falencias y vicios caudillistas, burocratismo, estrechez de miras, cerramiento grupista y sectario, y ausencia de una verdadera estrategia colectiva. Petro es el caudillo y sus áulicos cierran todos los espacios como lo están comprobando una serie de activistas sociales y culturales de Bogotá.
Combinar el conocimiento y la experiencia reflexiva de veteranos dirigentes e intelectuales con la creatividad y el entusiasmo juvenil, deberá ser la fórmula que durante el año 2015 nos permita y facilite la creación de un gran equipo de jóvenes políticos que dinamicen la vida política del país a partir de 2016. Si nos lo proponemos, lo lograremos.