Ejército a los cuarteles, policía a su función
Opinión

Ejército a los cuarteles, policía a su función

La cultura de la guerra la debe aniquilar el Estado para terminar con los asesinatos regadera que vienen ocurriendo. ¿Cómo? Para empezar, aplicar la Constitución…

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febrero 06, 2020
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Hoy, el tema a tratar es complicado. En fin… En mi columna anterior, publicada en este mismo medio el pasado jueves 30 de enero, manifesté que Colombia, tras décadas del conflicto interno, había creado una cultura de la guerra que aún no ha querido desarraigar. Afirmé que se seguía combatiendo al “enemigo interno”. Noción, entre otras, derivada de la Doctrina de la Seguridad Nacional desarrollada por los Estados Unidos, nuestro aliado de siempre, como estrategia político-militar para eliminar durante la guerra fría la expansión comunista en nuestro continente. Agregué, palabras más, palabras menos, que nuestros hombres en armas, fuerza pública toda, continuaba con el mismo chip (circuito integrado) enraizado, tanto como para que hoy esté actuando dentro de aquel mismo contexto así la caída del muro de Berlín haya sucedido hace treinta años y la disolución de la Unión Soviética hace veintinueve.

Es que fíjense ustedes… En Colombia pareciera que no corriera el tiempo. No solo seguimos en las mismas, sino que se continúa navegando en ese mar de cultura de la guerra; y en aguas supuestamente más profundas aún: cultivos ilícitos, narcotráfico, Águilas Negras (pregunto: ¿estas últimas en dónde están?); paramilitares (pregunto: ¿no dizque Realito, la entrega de más de 30.000 hombres, Justicia y Paz y la extradición, los había erradicado?); disidencias (pregunto: ¿tantas como necesite la inteligencia estatal del mil cabezas?): Clan del Golfo-Autodefensas Gaitanistas de Colombia y otras dañinas hierbas (buscaron sometimiento a la justicia ordinaria durante el gobierno Santos. Se aceptó a condición de entrega de información, armas y combatientes. A esto la respuesta de aquellos fue sí, pero la perversa mano de siempre lo obstaculizó); Cartel de Sinaloa (pregunto: quién, quiénes; -no se ha dado un solo nombre-); elenos (siguen en La Habana a la espera de la continuación de los diálogos).

Pero de lo que se trata en este escrito es de proponer el ascenso de un primer escalón para terminar con los asesinatos regadera que vienen ocurriendo en el país cobrando vidas de población indígena, líderes cívicos y combatientes desmovilizados. Para lo cual se requiere una política de Estado que termine desde ya con la cultura de la guerra. Es que el “enemigo interno” es una noción que comienza a registrarse en la historia antigua.

Primer paso: aplicar la Constitución. Explico: Capítulo VI de la misma: De los Estados de Excepción: artículos 212, 213, 214, 215. En su orden, norma sobre la guerra externa; sigue la que toca con la conmoción interior; a continuación, la relativa al mandato que obliga la expedición de una ley estatuaria a la que deben sujetarse las dos normas anteriores, y la última, la referente a la emergencia económica, social y ecológica. Tres fueron los constituyentes responsables de revisar su redacción: Guillermo Plazas Alcid, Jaime Castro Castro y quien escribe esta nota. Al numeral 2 del artículo 214 me tomé la libertad de incluirle la frase “en todo caso se respetarán las normas del derecho internacional humanitario”.

Pues sí. Para acabar con la cultura de la guerra, antes que todo, hay que respetar la Carta Constitucional. Citemos el artículo 213: “En caso de grave perturbación del orden público que atente de manera inminente contra la estabilidad institucional, la seguridad del Estado, o la convivencia ciudadana, y que no pueda ser conjurada mediante las atribuciones ordinarias de las autoridades de policía, el Presidente de la República, mediante la firma de todos los ministros, podrá declarar el estado de conmoción interior, en toda la república o parte de ella, por un término no mayor de noventa días , prorrogables hasta dos períodos iguales, el segundo de los cuales requiere concepto previo y favorable del Senado de la Républica.

“Mediante tal declaración, el gobierno tendrá las facultades estrictamente necesarias para conjurar las causas de la perturbación e impedir la extensión de sus efectos”.

Significa el texto transcrito que es la policía (fuerza civil) no la militar, la que debe hacer presencia de manera permanente a lo largo y ancho del país para vigilar y mantener el orden interno.  El resto de la fuerza pública (la militar), debe permanecer en sus cuarteles atenta a la defensa de la soberanía y las fronteras nacionales; salvo que medie la declaratoria de estado de excepción ya mencionada que le permita actuar para atender asuntos de desorden público interno. La regla general entonces es que la fuerza militar no debe poner el dedo en el gatillo cuando se trata de asuntos relacionados con el orden ciudadano. Téngase claro: Desde la promulgación de la Constitución del 91, las fuerzas militares han actuado al interior de las fronteras sin que, como lo ordena la norma, se haya declarado la conmoción interior. Nunca, nunca, ha dejado de hacerlo.

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La regla general es que la fuerza militar no debe poner el dedo en el gatillo cuando se trata de asuntos relacionados con el orden ciudadano

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Así y todo, por razón de la cultura de guerra que nos apabulla y confunde a todos, a nuestra fuerza de policía, para que logre cumplir cabalmente su mandato natural, sin duda, habría que desmilitarizarla. Hoy se encuentra desdibujada por la prolongada cultura de la guerra. Para ser exactos: las raíces de su función se encuentran en diversas doctrinas jurídicas plasmadas en textos de derecho administrativo; en normas de carácter administrativo. Tratadistas de dicha rama del derecho se ocupan del tema. Recúrrase por otra parte, si se quiere, a cualquier diccionario jurídico de alguna seriedad. Búsquese policía; poder de policía; función de policía. Esta institución tiene a su cuidado el orden público interno, es decir, vela por la seguridad; además, por la tranquilidad ciudadana y la salubridad; se incluye la moralidad. Georges Vedel agrega la estética o “protección del paisaje y de los monumentos”. Hoy se adiciona la búsqueda de la tranquilidad en algunos aspectos económicos; y la preservación de la biota (suma de fauna y flora). De lo que no puede ocuparse jamás la policía es de la función militar.

Recordemos también como el inciso 2 del artículo 218 de la CN indica que el fin primordial de la policía “es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”. ¿Se requiere más claridad? Regla general: militares en los cuarteles, policía renovada en la calle.

En noticia que da a conocer el diario El Tiempo el 26 de enero pasado se informa sobre un operativo de asalto aéreo coordinada (SIC) entre militares de Estados Unidos y Colombia “se evitó (SIC) que un grupo de terroristas se tomara un aeropuerto y se dio captura al jefe de la red criminal”. Continúa: “Ese fue el objetivo de la primera operación binacional coordinada este domingo [enero 26] desde la base militar de Tolemaida– en la que participaron la emblemática fuerza élite estadounidense, la División 82 del Ejército Sur de Estados Unidos, y el comando Conjunto de Operaciones Especiales de Colombia (encargado de ubicar a los llamados objetivos de alto valor)”. ¿Objetivos de alto valor? A mí que me expliquen. Por otra parte, el mismo diario había dado a conocer el 11 de marzo de 2019 lo siguiente: “La administración del presidente Donald Trump pidió este lunes incrementar casi un 25 % los recursos que se le entregan al país anualmente para la lucha contra las drogas. (...). En su propuesta anual de presupuesto que fue radicada este lunes, Trump pide unos USD344 millones para apoyar a Colombia durante el año fiscal 2020, que comienza en octubre del presente. De esa plata USD209 millones aparecen dedicados exclusivamente a la lucha contra las drogas y otros USD20 millones son para respaldar a las Fuerzas Armadas. (…). Concluye así más adelante: “Si lo logran, la ayuda del 2020 podría alcanzar casi USD500 millones, una de las cifras más alta de ayuda estadounidense para el país desde que arrancó el Plan Colombia en el año 2001”. ¿Más de lo mismo?

El reto: Luchar contra la cultura de la guerra. Liquidarla. Los problemas referidos al inicio pueden superarse sin recurrir a ella. Se puede porque se puede. Salvemos vidas. De esto trata mi próxima columna de Las 2 Orillas.

 

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