El rector del Externado de Colombia, Juan Carlos Henao, está actuando como le corresponde a quien está al frente de los que son por excelencia espacios de la deliberación, el pluralismo y el pensamiento libre. Pues no otra cosa puede ser una universidad, a menos de que esté convertida en lugar confesional o en uno de esos tantos antros en los que los profesionales se fabrican como los embutidos en las salsamentarias, es decir, a presión y sin que se sepa realmente de qué están hechos o con qué es que los están llenando, aunque salgan con diplomas o certificados de origen.
Si por algo tiene sentido un acuerdo de paz que logró la desmovilización de un grupo de más ocho mil combatientes es porque que permite recuperar el lugar de la política como espacio de confluencia y confrontación de las ideas, cuya negación fue justamente lo que dio lugar al surgimiento de los movimientos guerrilleros en Colombia.
Como brillante hombre de ideas, el doctor Henao sabe que no hay mejor lugar que las aulas universitarias para llevar a quienes antes solo podían manifestarse desde la manigua y por la boca de los fusiles. En buena hora el rector de una universidad privada hace honor a la cátedra y da cuenta de que el lugar de la academia trasciende los muros, está más allá de un pensum seguramente anquilosado, del cuaderno viejo del maestro que vegeta como maleza en las aulas o del estudiante que simplemente la pasa bien y traga entero.
Está pasando el tiempo en que la historia se cuenta desde una sola voz; solo hasta ahora, qué pena ya avanzado el siglo XXI, estamos aprendiendo el A,B,C, de la democracia, descubriendo que la sociedad es plural y que si no todos tenemos un lugar para expresarnos jamás saldremos de la época de barbarie y retornaremos una y otra vez a los tenebrosos ciclos de violencia.
Que esta vez sea la educación y que cunda el ejemplo del doctor Henao para que logremos salvarnos de los obstinados mensajeros de la guerra.
Las FARC, hay que convencerse para quienes aún no lo están, ya no son un movimiento armado, hoy son un partido político y, gústenos o no sus ideas, cualquiera de las dos opciones es lícita, tendremos que aprender a escucharlos y a confrontarlos sin matarlos ni proscribirlos, de eso se trata la política y fue para refundar su lugar en ella que decidieron abandonar el camino de las armas. Dejemos que sea la historia y el ciudadano en su sabiduría que los absuelva o los condene, los premie o los castigue, pero con el odio, el señalamiento y el estigma, o la sed miserable de sangre y de venganza.
Si las aulas del Externado o de todas las universidades, escuelas y colegios son el nuevo escenario de la confrontación, el nuevo campo de una guerra sin más instrumentos de ataque o de defensa que la fuerza de las palabras y la lucidez de las ideas, qué bonito será el amanecer de un país que apenas empieza a despertar de su larga y tenebrosa noche.