En los últimos días la discusión sobre la violencia de género se ha agudizado nuevamente en nuestro país a causa de las fotografías publicadas por la actriz Eileen Moreno. Más allá de las razones que motivaron este caso particular, es importante ver el debate como un llamado de alerta a lo que nosotros como sociedad estamos haciendo mal.
En primer lugar, el hecho de que el tema haya alcanzado trascendencia nacional solo porque la víctima fue una mujer que pertenece al mundo de la farándula deja mucho que desear de la garantía que se está dando a los derechos y la seguridad en nuestro país. No debería suceder que la indignación solo se alcance cuando las víctimas son conocidas y tienen medios de difusión lo suficientemente fuertes como para hacer resonar su denuncia, o cuando el caso es tan atroz que termina siendo difundido por los noticieros nacionales (como sucedió en el caso de Yuliana Samboní). No se trata de restar importancia al caso de Eileen, sino de tomar conciencia acerca de la importancia de cada caso, pues lamentablemente lo vivieron Yuliana y Eileen es padecido por muchas mujeres a lo largo del territorio nacional, mujeres cuyas historias quedan ocultas y tristemente en el mayor de los casos impunes.
Si algo debemos aprender de estos casos es que debemos darle un giro radical a la educación y las concepciones que tenemos en el país. Es imperativo que entendamos que cada persona sin importar su género, raza, edad, religión u orientación es digna de respeto. La clave para evitar la proliferación de estos casos es darnos cuenta que a pesar de las diferencias todos somos personas, debemos vivir en alteridad, reconociendo al otro en mí, pues de no hacerlo las oleadas de indignación serán en vano, pues por un tiempo el tema será sensible hasta que caiga en el olvido y solo sea sacado de su sepulcro cuando suceda otra catástrofe.
Estos casos deberían mostrarnos que la lucha debe ser una tarea permanente y colectiva, que no basta con usar hashtags, sino que la mejor muestra de apoyo es empezar por tratar de modificar las concepciones erradas con las que hemos crecido, para evitar que la violencia se siga reproduciendo.
