Egos paralelos
Opinión

Egos paralelos

Álvaro Uribe y Rafael Correa confundieron lealtad con abyección al respaldar las candidaturas de Santos y Moreno, en ambos los escándalos empañaron sus logros, en ambos se percibe el olor de sus rencores

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febrero 02, 2018
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No sospechamos colombianos y ecuatorianos que, en aquella cumbre presidencial llevada a cabo en República Dominicana, en la que Álvaro Uribe Vélez y Rafael Correa chocaron por la muerte de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano a manos del Ejército colombiano, ese par de jóvenes presidentes se convertirían en dos estadistas que no se conformaron con todo el poder que tuvieron, con reelecciones de por medio y respaldados popularmente, sino que podían seguir gobernando por los siglos de los siglos, y por trasmano, en vista de que las Constituciones no estaban cortadas a la medida de sus ambiciones.

Sin quitarles méritos, se desentendieron, cuando les correspondió entregar el mando, de que sea quien sea el sucesor de un presidente poderoso es, tan pronto se le reviste de autoridad y atribuciones, el líder de una República o de un gobierno con responsabilidades institucionales. Y nadie que acceda a una jerarquía del más elevado nivel la asume con vocación de títere o de pelele. La asume como jefe de un Estado o de una Administración que se confían a sus capacidades y talentos. Nadie da en préstamo de uso la dignidad o el pundonor cuando se le unge con la más alta magistratura de una democracia establecida.

La agudeza mental y la sagacidad política no les funcionaron a esos dos egos paralelos para captar una verdad con filos. Álvaro Uribe Vélez y Rafael Correa confundieron, al respaldar las candidaturas de Juan Manuel Santos y Lenin Moreno, la lealtad con la abyección, y sus protegidos estuvieron dispuestos, de seguro, a ser agradecidos pero no desvergonzados. Ser fiel a unas ideas o a un estilo no es someterse a una voluntad ajena, en el mejor de los casos, o, en el peor, a caprichos que lindan con la inconsecuencia personal y política de dos dirigentes que tuvieron su oportunidad histórica, con la libertad y la independencia que pretendieron desconocer a sus respectivos reemplazos.

El paralelismo de los dos egos encajó también en las realizaciones de Estado de Uribe y Correa, con impacto en las dos economías. Confianza inversionista en Colombia y avances en la industrian y la infraestructura ecuatorianas, verbigracia. Pero con excesos políticos (incluyendo espionaje a la oposición) y escándalos con implicaciones morales que empañaron los logros de mostrar en ambos países. La garrotera entre Correa y su ahora enemigo Moreno sirvió para destapar audacias escondidas del gobierno anterior, en parecidas proporciones a las de Agro Ingreso Seguro y la Dirección de Estupefacientes entre nosotros.

Una nación, su estructura y su patrimonio no son, ni pueden ser, posesión o propiedad de ningún conductor político, por eminente que sea. Es una de las distancias marcadas entre el sector público  y el privado. Por eso las instituciones fijan límites al poder y son esos límites los que los egos paralelos de los señores Uribe y Correa se empecinan en desconocer. Es la tercera vez que Uribe apoya una interpuesta persona (Santos, Zuluaga y Duque) con el fin de sentirse reelegido por los fanáticos que lo han endiosado más allá de sus defectos y su prepotencia. De ahí que se pavonee, con ínfulas imperiales, al lado de su encomendero de turno.

 

Es la tercera vez que Uribe apoya una interpuesta persona
con el fin de sentirse reelegido
por los fanáticos que lo han endiosado

 

La situación, aunque convulsa y confusa, es útil para que el país se vacune contra el mesianismo y se reponga de las descachadas que lo hundieron en su actual crisis. Sin sacudirnos los miedos que nos infunden los que piensan en sí mismos y no en los problemas nacionales, no podremos valorar las alternativas –que las hay– que nos rediman de la polarización política y los dilemas económicos que, tal como estamos en Colombia, requieren la visión grandiosa de los maximalistas, antes de asegurar indicadores de desarrollo que demandarían, por el contrario, la cuidadosa prudencia de los minimalistas.

Otra peculiaridad que distingue a los egos paralelos de los dos expresidentes es que desde lejos se percibe, en el socialista de allá y el reaccionario de acá, el olor de sus rencores, otro muro que les impide comprender que los pueblos no votan para fallar pleitos entre políticos pugnaces, sino para labrarse un destino.

 

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