Ego y despotismo profesional: sobre las relaciones de violencia en contextos educativos

Ego y despotismo profesional: sobre las relaciones de violencia en contextos educativos

Los propósitos de la educación jamás se vieron tan maltratados por el despotismo y el egocentrismo profesional que se respira en algunas aulas

Por: Adriana Marcela Galeano Amaya
agosto 01, 2024
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Ego y despotismo profesional: sobre las relaciones de violencia en contextos educativos

Los propósitos de la educación jamás se vieron tan maltratados y absorbidos por el despotismo intelectual y el egocentrismo profesional que se respira en algunas aulas; lo que en algún momento soñamos de la universidad como el recinto de conocimiento y de debate respetuoso y argumentado que podría alimentar el crecimiento del sujeto, se ha convertido en una jaula hecha de jaurías de lobos que devoran sin piedad la dignidad del otro.

Hace ya algún tiempo, por relatos de algunos de mis exestudiantes y consultantes, en mis casi catorce años de experiencia profesional, e incluso por mi propia experiencia al enfrentarme a la defensa de mi tesis doctoral, sentía la necesidad de plasmar en el papel la frustración, indignación y enojo que me causaba presenciar actos de maltrato, despotismo y humillación a algunos de mis estudiantes, so pretexto de la evaluación y retroalimentación en torno al conocimiento construido en procesos de investigación y de enseñanza.

En los pasillos encontraba frases como “ojalá pudiera darles un poquito de mi cerebro para que entendieran” “ustedes para lo único que van a servir es para prostitutas” “le iría mejor vendiendo empanadas o parándose en la esquina”, e incluso encontraba estudiantes realmente asustados ante la sola posibilidad de presentar y exponer un tema ante sus compañeros, porque sencillamente el docente los intimidaba o porque habían sido ridiculizados en escenarios de clase.

Hoy, lamentando profundamente lo sucedido con la Dra. Catalina Gutiérrez Zuluaga[2], es imposible no recordar otros casos en los que las situaciones de maltrato en contextos educativos se asociaron a desenlaces lamentables, registrados públicamente en los medios, como el caso de Sergio Urrego[3], quien no solamente fue ridiculizado, sino además señalado y excluido por razón de su orientación sexual, o el caso de Catalina Cayazaya[4], en Chile, quien de acuerdo con las denuncias de su familia, había vivido situaciones de abuso y maltrato durante su internado en la carrera de Terapia Ocupacional.

Si bien el suicidio es una problemática psicosocial multicausal, existe una relación estrecha entre el suicidio y el acoso escolar, de acuerdo con ANAR (2022) el 70% de los casos de suicidio reportados en la infancia y la juventud, están asociados a haber vivenciado situaciones de maltrato escolar, aún falta investigar mucho más los casos de maltrato universitario.

Así mismo, de acuerdo con el informe del Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (SIGIVILA) para 2023 en Colombia, los mayores casos de suicidio de presentan entre los 18 y 44 años y en dentro de este rango de edad, las tasas de suicidio más altas se presentan entre los 18 y 28 años; luego esto nos debe empezar a dar señales sobre las condiciones laborales y educativas que puedan estar asociadas al suicidio en este rango de edades.

Así mismo, de acuerdo con las cifras del Instituto Nacional de Salud y del Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública – Sivigila (2023), se ha identificado una prevalencia de los casos de suicidio en hombres respecto a las mujeres y una mayor prevalencia en intentos de suicidio en mujeres respecto a los hombres. Entonces, la mirada sobre la atención de la conducta suicida también se convierte en un asunto de género que no se puede escapar de las agendas públicas y de los programas de prevención del suicidio.

Ahora bien, otro aspecto preocupante que se asocia a los factores de riesgo en el fenómeno del suicidio, es la violencia simbólica que se vive en contextos universitarios y que se materializa en un trato diferencial por género, además de otro tipo de abusos y formas de maltrato que van desde lo verbal hasta el chantaje, la manipulación y la intimidación.

Por ejemplo, especialmente en la carrera de medicina, como menciona Cristina Vélez en una nota de 2023[5]para el Espectador, el irrespeto a través del maltrato verbal dirigido hacia las mujeres es muy común, tanto en la manifestación de apelativos descalificativos por la apariencia física, o apelativos soeces y morbosos hacia las mujeres, incluso sobrepasándose físicamente. A esto, además se le suma una negligencia total en los procesos de enseñanza por parte de los médicos a cargo de residentes e internistas y un trato desmedido con el ánimo de “corregir” o “instruir”.

Al respecto, vale la pena preguntarnos sobre este círculo vicioso de la violencia en el ámbito académico que se extiende como legado en el trato que el futuro profesional termina dando a sus pacientes, desde el ámbito de la consulta general hasta el fenómeno de la violencia gineco obstétrica que ha tenido una creciente visibilización.

Y es esto último lo que también hace parte de la violencia simbólica en la que los estudiantes están inmersos en muchos contextos universitarios, una enseñanza violenta y déspota que no termina y que se extiende como un mal idiosincrático de nuestra cultura y que se presenta también como un reflejo de un sistema educativo-laboral y de salud inhumano, preso de los intereses tecno burócratas a los cuales nos enfrentamos como docentes, pacientes y estudiantes.

Un sistema que está mal, cuya violencia sigue siendo invisible porque la naturalizamos; somos los legítimos herederos de la “letra con sangre entra”, y hemos convertido el sagrado mandato social de la “exigencia y la disciplina” en formas cada vez más especializadas y doble vinculantes de violencia de la enseñanza, a través de chistes misóginos, machistas, acoso, manipulación y desprestigio del otro y de su dignidad, haciendo notar la supuesta inteligencia del “mentor” y de la suma autoridad, sobre la supuesta brutalidad del que va sin luz, a través de la humillación.

Pero de esto no se habla, no se puede. Cuando quise escribir este artículo, al rastrear en bases de datos científicas, para indagar sobre estudios previos sobre la violencia en las universidades, me encuentro con una mirada sectorial de la violencia, ubicada solamente en la violencia que es ejercida entre estudiantes, es decir entre pares, pero muy poco se encuentra sobre la violencia ejercida entre figuras de autoridad y estudiantes, al menos en artículos científicos.

No es de extrañar, la gran producción del conocimiento viene de los contextos académicos, ¿quién aprobaría una investigación así? La ropa sucia se lava en casa, y por supuesto habrá que cuidar la papa y no patear la lonchera, ¡ay de aquel que ose levantarse contra la sagrada academia ¡y de aquel que intente cuestionar a las vacas sagradas de las instituciones que se posicionan como dioses de la verdad y el conocimiento.

He aquí otra muestra de lo que implica la violencia simbólica, es silenciosa, es secreta: Es Bruno. Y al ser una habitante silenciosa, no se cuestiona, nadie la saca de su casa o de su recinto porque ha habitado en un sistema marcado por el capitalismo que nos exige devorarnos unos a otros en relaciones de supremacía y de supervivencia que fracturan el tejido social.

La violencia simbólica habita también en un sistema patriarcal en el que la mujer sigue siendo devaluada y denigrada, reducida a un mero objeto de consumo y dada por hecho ante sus capacidades intelectuales, porque socialmente se juzga a las que sobresalen e intentan romper el techo de cristal, por ser mujeres que “abandonaron su hogar y fueron madres desnaturalizadas” o porque “seguro se lo dieron al jefe”, porque son “mujeres con energía masculina no reconciliadas con su feminidad en su afán de competir con los hombres”…

Por otro lado, este sistema patriarcal también recae sobre los hombres, a quienes se les tiene absolutamente prohibido expresar su mundo emocional y sobre quienes también recae el peso de “salir adelante y ser alguien para solventar un hogar” a quienes se les exige y se les educa para convertirse en lobos y machos alfa y que nadie cuestione su masculinidad, su hombría.

En medio de todo este sistema que devora lo que viene a su paso, el despotismo intelectual y el ego profesional se convierte en bandera de una educación que enseña a sobrevivir y no a vivir en plenitud y en solidaridad. Lo que ha representado la educación para la resistencia política y la lucha social, se oscurece gracias a los fieles representantes de una educación bancaria como lo planteaba Paulo Freire en la Pedagogía del Oprimido.

Y Así, la educación como faro de esperanza, se ve manchada por la heteronormatividad y la hegemonía de la ciencia representada por aquellos que deciden qué investigar y cómo hacerlo, por aquellos que imponen su verdad intelectual (que acá entre nos, a la final sólo es un prejuicio personal sustentado teóricamente), sobre verdades pequeñas, emergentes y marginales.

Cuándo entenderemos que, en una sociedad como ésta, de la que hemos sido víctimas, pero también cómplices, la educación, la cultura y el arte, son las claves de esperanza que nos permiten transformarnos como sociedades más humanas y solidarias. La academia y la universidad, así como lo ha sido la escuela en muchos casos, deben convertirse en contextos seguros para nuestros estudiantes, quienes son germen del cambio y de un futuro más habitable.

El aprendizaje se moviliza a través de la emoción y es significativo en tanto el conocimiento nos interpela como seres humanos y nos conecta con lo más profundo de la vida y de la naturaleza, lo que implica dar lugar a un conocimiento ético que no puede ser enseñado desde prácticas no éticas. Las aulas, deben ser el lugar donde el sujeto se piensa desde el colectivo y no desde el individualismo, deben ser el lugar desde el cual construir conocimiento de forma generativa y humana.

Es en la academia donde se sana el tejido social, donde reivindicamos el pensamiento y le damos vida al espíritu a través de la creatividad, la imaginación, el arte y la construcción de una ciencia ética, reflexiva y sensible a las realidades sociales en las que estamos inmersos. La universidad, debe ser punto de encuentro humano, de acogida, de construcción, deconstrucción y de reconstrucción, mas no de destrucción del otro.

[1] Docente investigadora de posgrado, Ps. Mg en psicología Clínica y de la Familia Phd en Pensamiento Complejo.

[2] Redacción El País. (20 de julio de 2024). Suicidio de médica residente de la Universidad Javeriana prendió las alarmas por casos de maltrato. Recuperado de https://www.elpais.com.co/colombia/suicidio-de-medica-residente-de-la-universidad-javeriana-prendio-las-alarmas-por-casos-de-maltrato-2054.html

[3] Redacción Pares. (21 de febrero de 2024). El acoso del colegio Gimnasio Castilla que llevaron a quitarse la vida a Sergio Urrego. Recuperado de https://www.pares.com.co/post/el-acoso-del-colegio-gimnasio-castilla-que-llevaron-a-quitarse-la-vida-a-sergio-urrego

[4] BBC News Mundo. 9 de abril de 2024. Cómo el suicidio de una joven en Chile desató una ola de denuncias de maltrato entre los estudiantes del área de la Salud. Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/articles/cmld39jkd9eo

[5] Vélez-Cristina. (10 de septiembre de 2023-). El maltrato que sufren los estudiantes de medicina. El Espectador https://blogs.elespectador.com/actualidad/catrecillo/maltrato-sufren-los-estudiantes-medicina/

*(Foto adjunta Autora/Imagen pupitre, fotografía por Adriana Galeano, 2018.)

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