Sigo con la misma inquietud que me asaltó el jueves 25 de julio de 2019 cuando Nairo Quintana ganó la etapa 18 del Tour de Francia en forma impresionante, tras una larga escapada: en la misma, el casi novato Egan Bernal saltó al segundo lugar de la clasificación general de la carrera ciclística más importante del mundo. Segundo, a menos de 2 minutos del líder Alaphilippe. Mi inquietud era por qué casi todos los colombianos, encabezados por los periodistas, dedicaban toda su atención a Nairo y casi que olvidaban a Egan. Sí, era fabuloso que Nairo ganara la etapa pero la noticia gorda, gruesa, enorme era que un muchachito de 22 años de edad saltaba al segundo lugar y acariciaba el liderato apenas faltando tres etapas, dos de ellas de dura montaña y la última de paseo, en las que era previsible que Egan pudiera llegar al primer lugar. Incluso ese mismo día Egan superó con suficiencia a su compañero, jefe de filas y campeón vigente del Tour, Geraint Thomas, al punto que se criticó que Thomas quizá ayudara, quizá involuntariamente, a Alaphilippe y a Pinot a recortar la ventaja que les tomaba el mozo zipaquireño.
Intentaré armar unas respuestas a mi inquietud. Egan parece que nos tomó por sorpresa a todos, como que no lo teníamos en la agenda de afectos por deportistas colombianos, parecía que Egan no estaba en las cuentas de casi nadie. Quizá no queríamos que Egan llegara a profanar el sitial de honor que le teníamos reservado solo a Nairo desde 2013 cuando quedó subcampeón del Tour, con apenas un año más de edad que Egan. Pero es que Egan hace apenas 3 años que llegó al ciclismo de ruta, no había ganado una gran carrera ni etapas notables excepto el Tour del Avenir, en 2017, que es una competencia para novatos y a comienzos de este año la París Niza. Sí, esa es una carrera prestigiosa e histórica, pero a los colombianos solo nos suenan el Tour, la Vuelta y el Giro. Ah, y ganó la Vuelta a Suiza que no se transmite por acá por ningún lado.
Le habíamos visto chispazos en 2018 cuando les ganó, a Nairo y demás de la élite nacional, la carrera Copa Colombia Oro y Paz. Pero nada superlativo.
También habría que considerar que nos emocionábamos hasta las lágrimas en los años 80 cuando Lucho, Fabio, Patrocinio, Pacho, Martín y Oliverio nos daban alguna etapa en Europa. Y gritamos ¡Oh júbilo inmortal! cuando Lucho ganó la Vuelta a España en 1987. Sí, era así porque en esas épocas el deporte colombiano era cercano a la miseria, no ganábamos casi nada, vivíamos del 4-4 contra la URSS en el Mundial de Fútbol de Chile del 62, de unos campeones mundiales de boxeo liderados por Pambelé, Rocky y el Happy, y de cuatro medallas olímpicas, ninguna de oro.
Todo eso ha cambiado fabulosamente en este nuevo milenio: tenemos medallas de oro olímpicas, campeones mundiales en atletismo, centenares de oros en patinaje, Juan Pablo Montoya casi fue campeón mundial de Fórmula 1, ganó varios premios y triunfó en las 500 Millas de Indianápolis, volvimos a los mundiales de fútbol y en 2014 casi llegamos a semifinales; Nairo dos veces subcampeón del Tour y ganador del Giro y la Vuelta, e incluso un deporte de menor impacto en Colombia pero de altísimo nivel en el mundo, el tenis, nos acaba de dar un título de los grandes, el de Wimbledon en dobles... Aparte de Pambelé, Rocky y el Happy; Lucho y Parra en los 80, Bellingrodt y la atleta Ximena Restrepo con sus medallas olímpicas, y el beisbolista Edgar Rentería ganando la Serie Mundial con los Marlins en 1997, todo lo más extraordinario del deporte colombiano ha ocurrido del año 2000 hacia acá. Por ello es que ahora exigimos más, queremos triunfos de mayor nivel, nos cuesta más emocionarnos, necesitamos adrenalina con el brillo del oro.
Y en estas dos décadas, pero especialmente del 2012 en adelante, el ciclismo nacional se ha ido consolidando como potencia mundial. Mundial. Sí. Y solo nos faltaba el Tour para gritarlo. Y todos creíamos, esperábamos, pujábamos y soñábamos con que Nairo Alexánder Quintana Rojas fuera ese primer ganador. Por eso también (sigo especulando) el muchachito de Zipaquirá no solo nos tomó por sorpresa, sino que nos desorientó, nos puso en conflicto interno, pues nuestras esperanzas siempre se las habíamos encargado a Nairo. Y así, el mismo día en que Nairo gana esa tremenda etapa aún contra su mismo equipo, es Egan el de la gran noticia acercándose con serias posibilidades al liderato de ese Tour que le teníamos reservado en el corazón a Nairo. Por eso nuestra perplejidad. Nos negábamos a aceptar que la sucesión de Nairo acababa de llegar irrumpiendo con tanta fuerza que los aplastó a todos. Incluyendo a Nairo.
Y al día siguiente ataca Egan, Nairo se queda. Se quedan todos. Solo Egan vuela, pasa raudo por el penúltimo premio de montaña y mantiene su ventaja en el descenso con todo a favor para tomar el último premio y aumentarles minutos a Alaphilippe y a Thomas. Ya Pinot se había derrumbado llorando y Nairo pagaba el precio de su cabalgata del día anterior. Pero aparecieron la nieve y la lluvia y los derrumbes. Y la carrera se frena. Pero ya Egan había entrado al Olimpo de los dioses del ciclismo. Lo del sábado solo fue el trámite de la consolidación y el domingo la coronación en el Arco del Triunfo, a solo 5.300 metros de la aún humeante Catedral de Notre Dame donde 215 años antes un hombre de baja estatura y de altísima trascendencia para la historia, Napoleón Bonaparte, se ceñía él mismo su corona de emperador.
Pero en este París del 2019 varios reyes han caído. Vivan los reyes Nairo, Froome y Thomas. Larga vida al nuevo rey, Egan Arley.