Giro de Italia y Paro Nacional. Al momento de escribir esta columna, falta muy poco para que Egan Bernal gane el Giro de Italia. El ciclismo ha sido una obsesión de esta columna porque me parece que es una metáfora adecuada para describir la vida bien vivida —por su relación con el esfuerzo y el sufrimiento, la recompensa a la consistencia, el inevitable papel de la suerte, el balance entre esfuerzo individual y colectivo, entre muchas otras—. Y, también, ha sido una obsesión porque me parece que lo que gira alrededor del ciclismo en Colombia es interesante para entender lo que significa esta nación. Ante un país cada vez más fragmentado, con una geografía que hizo siempre difícil la integración, el deporte, y en particular el ciclismo, ha sido el eje de los momentos de mayor unión nacional. Son los deportistas los que más sentido le han dado a la bandera, al himno y otros símbolos nacionales. Por eso se equivocan los que dicen “es solo un deporte”, especialmente en un país de estos de pocas alegrías colectivas. Tenemos muchos sufrimientos compartidos pero pocas alegrías, que son fundamentales porque invitan a encontrarse y compartir. Creo que el sufrimiento tiende a encerrarnos.
Egan debería ganar el Giro, y si no lo logra ya ha hecho un trabajo impresionante, pero la crisis social, económica y política es tal que el de Zipaquirá no va a alcanzar para darnos ese empujón anímico que tantas veces recibimos de los deportistas. Me alegra, eso sí, por él que ha sabido levantarse de sus fracasos.
Claudia López y Joe Biden. Claudia López se encontró que lo que había soñado para Bogotá en la campaña de 2019 no iba a pasar. Le tocó gobernar durante una pandemia, la más grave en más de cien años. Por supuesto, lo mismo enfrentaron todos los demás gobernantes en el mundo, pero el caso de ella tenía elementos interesantes: por ser la primera mujer en la alcaldía de la capital del país, por su historia de vida, por su carrera política meteórica, porque apenas estaba empezando su gobierno. Es la representante del “centro político” con el cargo más importante en un país que empieza a tener claras divisiones izquierda, derecha, centro. En fin, más allá de odios y amores, Claudia López es una política importante. Esta semana escribí un trino en el que sugería que valía la pena escucharla y resultó polémico. Increíble, testimonio de los tiempos que vivimos: solamente un fanático puede leer la propuesta de escuchar a alguien y entender que se está haciendo una defensa política. No era una defensa, no me interesa hacerlo y ella no necesita que yo la defienda, le tiene sin cuidado. Ahora entiendo que lo más interesante fue lo que no puse en el trino: a Claudia López habría que escucharla, sobre todo, si no les gusta. Eso es elemental en cualquier aspecto de la vida, pero mucho más en las discusiones políticas. No entiendo qué sentido tiene escuchar solamente a los que ya piensan como uno. Es, inclusive, un error estratégico.
La alcaldesa, ante la imposibilidad de ejecutar lo que planteó en la campaña, encontró un rumbo en las primeras semanas de la pandemia. Fue hábil para desnudar las debilidades del plan del gobierno nacional mientras planteaba alternativas. Comunicó en las calles la necesidad del cuidado, explicó y diseñó medidas estrictas de aislamiento, las únicas útiles en ese momento. Así la detesten, es un hecho que trabaja día y noche, y eso fue suficiente para que mucha gente encontrara en su liderazgo algo de sosiego. Sin embargo, luego, durante un buen tiempo, perdió el rumbo. Demasiadas peleas innecesarias en Twitter, una confrontación estéril por momentos con el gobierno nacional, el ciclo infinito de unas cuarentenas que perdieron efecto y, sobre todo, la apuesta a un “plan Marshall” que, además de tener un nombre pésimo porque casi nadie sabe en Colombia qué fue el plan Marshall, jamás pasó a convocar a la sociedad con una nueva visión del desarrollo en la pandemia. Se quedó en pequeñas discusiones en los pasillos del Concejo de Bogotá.
Me parece que el discurso que planteó después de su recuperación del covid le da, por fin, un nuevo rumbo. Fue un discurso importante porque explicó sus cambios de opinión y reconoció errores —un camino inusual y difícil de tomar en la política—, y porque planteó unas líneas gruesas de unas prioridades: educación y empleo de emergencia para jóvenes y mujeres, renta básica, atención humanitaria y denunciar sistemáticamente las violaciones de los derechos humanos. Tiene un reto monumental: traducir un discurso atractivo de 15 minutos en un conjunto de políticas públicas con presupuesto, líneas base, objetivos, programas y demás. Sería una gran frustración que no lograra pasar de unas diapositivas a desarrollos concretos en los territorios más afectados por la crisis. Pero ella sabe eso.
Escuchándola, pensaba en Joe Biden. Creo que Claudia se inspiró en él. Biden presentó esta semana el presupuesto más ambicioso desde la Segunda Guerra Mundial (seis billones de dólares, una cifra muy difícil de dimensionar). Se la juega por recomponer el camino económico, estimulando el gasto del sector público, generando una deuda sin precedentes. El foco está por precisarse, pero tendrá componentes claves de infraestructura, ciencia y tecnología, lucha contra el cambio climático. Paralelamente, al recibir a la familia de George Floyd en la Casa Blanca, señala que no admitirá ningún abuso de fuerza de la policía. Los caminos de Claudia y de Biden, guardando las proporciones, son similares: señalan, sin duda, un giro del centro político -que ambos representan en sus países- a agendas más progresistas, con arraigo en la izquierda y que apuntan a enterrar al neoliberalismo. Ojalá les vaya bien.
Estefanía. El viernes tenía que hacerme un procedimiento médico sencillo pero importante para mí. Se había tomado más de lo esperado la autorización, entonces no quería aplazar más el tratamiento. Solo podía ir a la clínica al comienzo de la tarde, con la duda de si me iban a poder atender por la convulsión del paro. Me arriesgué a ir. Me recibió una enfermera, Estefanía, en un ambiente desolador. Está tenso el ambiente en las clínicas en estos tiempos. Rápidamente, se dio cuenta que no tenía la autorización en el formato que lo necesitaba. Pensé que había perdido la ida pero ella, inmediatamente, se dio cuenta de mi frustración y me ayudó a encontrar una solución. Le dije que llamar a la aseguradora no iba a funcionar a esa hora y que nos tomaría, por lo menos, un par de días más. Eventualmente, usando su celular personal, encontró una forma de corregir el formato. Eso tomó unos veinte minutos. Durante ese tiempo, muchos de sus compañeros se iban de la clínica, anunciando que todo se iba a poner pesado. A mi me dio pena haberla demorado. Luego vi que seguía atendiendo a otros pacientes con la misma calma y disposición para solucionar los problemas. Recibí el tratamiento ese día, gracias a ella. No tenía que haberme prestado su celular, no tenía que haberme esperado y me habría podido despachar hasta que llegara con los papeles como se los pedía su jefe. Pensaba en su actitud, revolucionaria de alguna manera, y lo importante de personas como ella.
@afajardoa