Los primeros recuerdos infantiles de Germán Efromovich en Bolivia son junto a su papá Perce, escuchándole las historias del judío polaco enfrentado a los horrores de la Segunda guerra mundial. Era un sobreviviente de uno de los campos de concentración Nazi. Había visto con sus ojos de adolescente como las chimeneas construídas y vigiladas por la S.S. del Hitler consumía como lenguas de fuego a los cientos de miles de judíos que sucumbieron al hambre, al tifus, a los tiros de gracia en el cuello por el capricho de un nazi. Toda su familia murió allí. Sólo él y su hermano menor David, salvaron sus vidas del Holocausto.
En Bolivia estaban lejos del horror de la guerra pero no de la pobreza. Además era la Bolivia de Victor Paz Estenssoro, la revolución se tomaba las calles hasta el punto de que su mamá tenía que meterlo a él y a sus tres hermanos debajo de la cama porque los tiroteos eran constantes: muchas balas entraron por la ventana de la humilde casa donde vivía la familia.
La afugia económico forzó a la familia a trasladarse a Arica donde, al principio de su estadía, tuvieron que soportar la estrechez asfixiante de un contenedor. Entre 1957 y 1958 el pequeño Germán vivió en ese lugar con su mamá, su papá, sus tres hermanos y un primo. Las cosas fueron mejorando. Perce, como buen judío, era hábil en los negocios. En 1959 ya manejaba un negocio de ropa en Arica y, además, consiguió ser el representante de las máquinas de escribir Remington que importaba desde Europa. Dejaba a su hijo Germán encargado del negocio durante días enteros a pesar de sus escasos doce años. A los quince ya era un avezado negociante.
En 1964 su familia se trasladó a Sao Paulo. Estudió en la universidad de esa ciudad ingeniería mecánica y compartió clases de matemáticas con Lula Da Silva. Por esa época vendía enciclopedias puerta a puerta para pagarse el estudio. En los años 70 tomó vuelo hacia Nueva York; llegó a donde unos familiares. Ya se había casado con Hilda, la brasilera con la que vive hace mas de cuarenta años y con la que tiene tres hijas. Tenía un negocio, un equipo de gamagrafia y él era uno de los pocos ingenieros que tenían certificación de radiprotección. Trabajaba de noche, haciendo radiografías de tubos, caños y si veían una grieta inmediatamente la arreglaban al otro día. Para compensar su salario, Germán Efremovich lavaba platos en elegantes restaurantes en Manhattan.
Regresó a Brasil y en 1977 se vinculó al grupo petrolero GSC. Sus habilidades le permitieron construir y arrendar plataformas petroleras. Contratiempos con el hundimiento de una de esas plataformas en el Atlántico y problemas con las compañías de seguros y con Petrobras, llevaron a Efromovich a pensar en el negocio del aire. En 1998, el mismo año que murió su padre, despegó su primera empresa aérea: OceanAir.
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Pero su incursión en Colombia fue por la via de su viejo negocio: el petróleo. Compró en el l 2002 los derechos sobre el Campo Rubiales a través del Meta Petroleum, su empresa que terminó siendo la semilla del emporio de Pacific Rubiales, cuando se las vendió a los venezolanos quienes pusieron a volar el campo pocos años después.
A Avianca se acercaría en noviembre del 2003 cuando la barranquillera Violy McCausland, la banquera de inversión contratada por Julio Mario Santo Domingo para vender la empresa insigne colombiana, lo contactó para ofrecerle la compañía. Los números empresariales de Avianca que estaba bajo protección el capítulo 11 del código de Bancarrotas de Estados Unidos, era malos.
Efremovich se olió su potencial de la compañía, que además por las circunstancias podría conseguir a buen precio. El negocio se concretó sobre una servilleta en un almuerzo en la casa de la embajadora de Brasil en Colombia en febrero del 2004. La adquirió por USD $ 64 millones, una bicoca comparada con los ingresos operacionales que le dio en sus primeros seis años: USD $ 3000 millones.
Efromovich se le metió de lleno al negocio para entender la cultura corporativa de la aereolinea que estaba por el suelo. Se embarcaba como un pasajero cualquier y luego atendía en un counter en El Dorado incluso invitaba a ser socio de la empresa, hasta terminar llevando la empresa a la bolsa en el 2013.
Además del aire decidió meterse en el riesgoso negocio de la tierra y la producción agroindustrial. Compró la famosa hacienda Bellacruz a Carlos Arturo Marulanda, que ha estado en litigios desde hace décadas, para sembrar palma africana. La Corte Constitucional falló en su contra y tiene en riesgo 1.200 hecatereas de restitución de las 6.000 hectáreas de la hacienda y se sabe de grande sembrados de piña en Quindío y Cesar, inversión que le costó más de USD$ 100 millones
Su fortuna, que algunos estiman en USD$ 7.000 millones, no lo ha cambiado un ápice. Le gusta hacer negocios y ganar plata, pero no los lujos. Tiene el mismo Ford Galaxy de 1992; cada vez que viene a Colombia sus guardaespaldas sufren porque le gusta pararse en cualquier esquina a comerse un perro caliente o un chocorramo. Acá no tiene una casa sino que se hospeda en un cuarto en el Marriot o en alguno de sus hoteles Movich en Cartagena, Pereira, Rionegro y Medellin, Negocio en el que se metió para integrarlo al transporte de pasajeros.
Las estrategias de negociación las ha afinado con su libro de cabecera “Arte de la guerra” de Sun Tzu que pondrá a prueba en la dura batalla que tiene por delante para solucionar la jhulega decretada por 700 pilotos de Avianca que le cuesta a su compañía USD 2 millones diarios y que todo indica que será larga y dura.