Me siento muy feliz con las noticias del proceso de paz. Con Juan Esteban Constaín, que es un columnista estupendo, creo que lo importante acá es lo simbólico. Los acuerdos. Este no es el fin del conflicto. Conflicto siempre existirá. Tampoco es el inicio de una Colombia en paz de la noche a la mañana. Es un primer paso. La paz es una tarea de toda una vida, de generación en generación. Pero los acuerdos logrados construyen un símbolo muy importante en el imaginario colectivo que nos permite pensar en una mejor Colombia. La pregunta clave ahora es cómo podemos cada uno de nosotros, desde nuestro rincón, aportar para la paz en el país. ¿Qué vamos a hacer?
La educación está llamada a desempeñar un papel importante (pero cada uno de los sectores es vital: la educación no es la única responsable). En columnas pasadas he tratado de difundir algunas propuestas y miradas que, en mi sentir, son muy valiosas y aportan mucho al debate de la educación para la paz, la democracia y la ética (por ejemplo, lo propuesto por Sergio de Zubiría, Carlos Gaviria, o el Dr. Pahl Dal).
Quiero en este momento compartir otras ideas que pueden ser tenidas en cuenta para enriquecer los programas de formación para la paz en colegios y escuelas. Ellas provienen de investigaciones recientes que se han hecho principalmente en los campos de la Psicología Positiva y la Neurociencia y que, en muchos casos, recogen la experiencia del budismo.
Debemos cultivar la paz interna en cada uno de los miembros de las comunidades educativas, como lo dice Tich Nath Hann. Eso es tan o más importante que el desarrollo intelectual de nuestros estudiantes. ¿Cómo propiciamos las condiciones necesarias para que cada quien cultive su paz interna? El ejercicio de cultivar la paz interna no es un ejercicio intelectual ni de conocimientos. Es un ejercicio de conciencia, de contacto interno y de transformación de los estados emocionales.
Debemos comenzar por cultivar la paz interna en profesores y padres para que nuestro ejemplo eduque. Somos los profesores y los padres quienes construimos el ambiente en el colegio y el hogar. Si los profesores y los padres cultivamos esa paz, será más fácil que la transmitamos a los estudiantes. Ya lo han dicho las investigaciones de MIT y su Centro de Educación Ética y en Valores: el ejemplo y el ambiente son esenciales para cambiar la cultura de cualquier institución educativa. Los esfuerzos en los colegios deben ir dirigidos primero a profesores y a padres.
Por su parte, según investigaciones recientes de científicos como Richard Davidson y Jhon Kabbat Zinn, y según la experiencia de programas como Escuela Itinerante o Respira, debemos –más que dar cátedras- permitir espacios para que las personas se pongan en contacto con su mundo interno. Para conocer nuestras motivaciones y nuestras reacciones. Para generar autoconocimiento y reflexión. Este contacto con el mundo interno, que se puede lograr con varias técnicas y ejercicios, ayuda a reducir las emociones negativas, y genera estados de paz, serenidad y autoconciencia.
Como dice el Dalai Lama, la paz es un estado interno, un estado emocional. Si nuestro estado interno es de serenidad, nuestras acciones y reacciones serán más pacíficas. El estado emocional desde el que actuamos es muy importante. Debemos cuidarlo permanentemente.
Se pueden hacer muchas cosas para promover el contacto con el mundo interno, la autoobservación, el desarrollo de la conciencia y la educación de las emociones de todos los miembros de las comunidades educativas. Y lo mejor es que esas actividades no requieren de mucho dinero ni infraestructura: principalmente de buena voluntad. Podemos mencionar algunas que, con evidencia científica y resultados positivos, ya varios colegios en Colombia y el mundo están implementado. Por ejemplo, espacios para cultivar la gratitud; espacios para escribir reflexiones sobre lo que niños y jóvenes sienten sobre su cotidianidad; espacios para aprender a respirar y hacer conciencia del cuerpo; ejercicios físicos para liberar la energía, como correr o hacer deporte; espacios para hacer ejercicios de relajación y meditación; espacios para escucha activa de música clásica; ejercicios de expresión artística y corporal, como música, pintura, cerámica, teatro o danza; espacios para dialogar con los profesores sobre los problemas de la vida; o espacios para el contacto con la naturaleza, entre otros. Y hablo de espacios, y no de clases, porque no se trata de algo que se enseña sino que se fomenta.
Lo dijo Barbara Oakley en su visita a Colombia: los niños necesitan
más tiempo para el ocio, el juego, el deporte y el arte.
Menos clases y menos tareas
Las instituciones bien podrían permitir y promover tiempos y espacios guiados para que niños y jóvenes dediquen su energía a trabajar en sí mismos desde el contacto con lo interno, y no siempre con lo intelectual. Esto puede ser más poderoso que invertir energía en hacer tareas tradicionales, si se mira desde la óptica del desarrollo humano. Ya lo dijo Barbara Oakley en su visita a Colombia: los niños necesitan más tiempo para el ocio, el juego, el deporte y el arte. Menos clases y menos tareas.
Así, podemos hablar, no de una Cátedra de Paz, sino de un Programa de Formación para la Paz, en el que se permitan espacios constantes para que todos los miembros de la comunidad educativa cultivemos nuestra paz interna, de manera permanente, como tarea de toda una vida. Si en Colombia queremos la paz, nuestra agenda en materia educativa debe desplazarse del foco en mejorar los resultados en pruebas estandarizadas para concentrarnos en una educación más sensible, menos competitiva, y más a nuestra medida. Una educación más auténtica. La tenemos que imponer nosotros. No nos la pueden imponer las modas internacionales.
Tal vez lo importante no sea ser los más educados en América Latina en 2025, sino los más humanos. Todos debemos contribuir desde cada esquina. Y las posibilidades son infinitas.