El pasado viernes, académicos de la Universidad Javeriana y de la Universidad Santiago de Cali debatían en la Sultana del Valle, qué hacer para facilitar la transición a un escenario de posconflicto y de reconciliación, ante la eventual firma de un acuerdo que termine con el conflicto armado con las Farc y el Eln.
El ejercicio académico permitió evidenciar a los estudiantes y profesores de estos claustros que si el gobierno logra un acuerdo con esas guerrillas, obligaría a todos los colombianos a hacer un gran esfuerzo que les permita desaprender de sus mentes y corazones, los arraigados y perversos aprendizajes dejados por la violencia atroz desatada por las Farc y paramilitares.
En principio, se concluyó sobre la necesidad de comenzar desde la institucionalidad una cruzada de educación para la Paz y la reconciliación nacional, que desarraigue los deseos de venganza, rencores, odios, y prejuicios, que ayude en la construcción de esa paz estable y duradera que anhelan los colombianos, bajo mejores condiciones de gobernabilidad, fortalecimiento institucional y profundización de la democracia.
Esta noble misión debe conjugarse con una mayor eficiencia de la institucionalidad, con una renovada educación en valores, de cultura de paz, de no violencia, y mayor bienestar para los ciudadanos.
Colombia sigue siendo un país desigual a pesar de que tiene menos pobres en el país urbano. La ONU ha registrado que, no obstante los avances en reducción de la pobreza, en Colombia persisten cerca de 15,23 millones pobres, de los cuales 4,8 millones son pobres extremos residentes en el país rural. Los avances en reducción de pobreza en el país son desiguales, porque hay territorios con tasas de pobreza por encima de 60% como Chocó, Córdoba y Cauca, mientras otros tienen tasas de 11% como Bogotá.
Si pretendemos educar para la Paz, nos enfrentamos a barreras que se deben derribar, porque en las zonas rurales la falta de transporte e infraestructura se convierten en obstáculos para lograr una mayor cobertura y calidad de la educación; lo mismo ocurre con la falta de servicios; actualmente 2,1 millones de personas no tienen servicio sanitario en sus viviendas y de estos el 55% residen en la región Caribe.
Durante los paneles se revisaron los avances de la agenda de La Habana, los impactos de un posible acuerdo en las relaciones internacionales, en la política y economía del país, y en algunas conclusiones se estimó que los colombianos no debemos temer a que las Farc participen en política; pienso que los jefes de las Farc no van a dirigir los destinos del país, a menos que quienes hoy ostentan y disputan democráticamente el poder no hagan bien su tarea.
Las contradicciones y los debates respetuosos, el surgimiento de nuevos nichos de pensamiento y las fuerzas que se disputan el poder en una democracia en evolución como la nuestra, le hacen más bien que mal, al establecimiento mismo de la democracia. La invitación es hacia un renovado optimismo, porque estamos frente a una oportunidad histórica donde la combinación de pensamientos ayuda a enriquecer las decisiones políticas, de cara a un escenario de posconflicto y reconciliación.
Los temerosos de ver a las Farc haciendo política, más bien deben ayudar desde cualquiera de sus oficios a concentrar sus esfuerzos en hacer mejor las cosas y a trabajar por el bienestar de todos los ciudadanos; podemos contribuir a lograr con más inteligencia y raciocinio, mayores consensos y menos conflictos internos, hacer mejores gobiernos regionales y locales, hasta alcanzar la integración del país rural con el urbano.
Ante las angustias y los afanes por hacer que las cosas ocurran con mayor velocidad en los territorios desarticulados de la vida nacional, es mejor hacer la tarea despacio pero bien hecha, porque transformar los territorios donde se instaló el conflicto armado, requerirá un par de décadas. No debemos seguir invirtiendo recursos donde no existen las condiciones políticas y de seguridad adecuadas; hay que integrar y hacer sostenible en el tiempo la oferta institucional.
Lo más positivo de estos espacios de debate académico es contribuir a que la sociedad se movilice alrededor de la paz y hacer de ella un propósito nacional, que el gobierno la siga viendo como su esfuerzo principal; más guerra dejará más dolor para miles de familias y si en Colombia aplicáramos la ley del talión “ojo por ojo”, todo el mundo acabaría ciego, en su afán de venganza.
Las lecciones aprendidas nos han enseñado que es inútil más guerra; más muertos dejarán finalmente más espirales de violencia, rencores odios y frustraciones...
Quizás por eso fue que Cicerón concluyó: “Prefiero la paz más injusta, a la más justa de las guerras”.