La pandemia del COVID-19 ha sorprendido a Colombia con los pantalones abajo, aun cuando se supone que estamos en tiempos de una dizque hiperconectividad. Y es que, de manera ignara y necia, el gobierno decidió continuar los calendarios académicos en la modalidad virtual dando por hecho que las condiciones estaban dadas y asumiendo que, porque la mayoría de las personas a estas alturas del siglo XXI poseemos teléfonos inteligentes en sus diferentes gamas, todos tenemos computador y conectividad en el hogar. Pues no. El mismo Ministerio de las TIC informó que para el 2019 el 50% de los hogares del país no tiene internet (ver publicación), pero pareciera que hoy están desconociendo desvergonzadamente esa cifra. Gran error.
Datos de profesores y trabajadores de la UNAD afirman que el 35% de los estudiantes no cuentan con computador propio, conectividad y acceso a internet. Es decir, en estos tiempos, una buena cantidad de estudiantes están siendo excluidos de la educación que muchos otros están recibiendo virtualmente y de manera relativamente normal. Aun con este panorama, esta universidad “no encuentra dificultad alguna para desarrollar en total normalidad sus actividades del calendario académico”.
La Universidad de Antioquia, por su parte, ha decidido suspender las clases presenciales, pero continuarlas de manera virtual, aunque sin represalias y con nivelaciones para quienes no puedan continuar en esta modalidad por cuestiones tecnológicas. Esto pareciera implicar una especie doble calendario: uno para quienes pudieron continuar las clases y otro para quienes no. Excluyente.
Aunque en la UdeA, Ude@ Educación Virtual ha sabido sortear los retos que ha traído consigo la virtualidad en estos tiempos de crisis, sucede lo mismo: muchos estudiantes no tienen acceso a un computador o a una conexión estable, aun cuando esta dependencia se ha esforzado por capacitar y apoyar tanto a estudiantes como a profesores en el uso de herramientas que pueden facilitar la enseñanza y el aprendizaje.
Por otro lado, la Universidad de Medellín, de carácter privado, ya ha emprendido una campaña para dotar de computadores al cerca del 5% de sus estudiantes de pregrado para que puedan continuar sus clases en la modalidad virtual. Lo mismo está haciendo UniMinuto con más de mil estudiantes. Esto en dos universidades privadas; ya podrán imaginar lo que sucede en las universidades públicas, en donde la mayoría de los estudiantes son de estrato 1, 2 y 3, y con quienes seguramente será mucho más difícil realizar este tipo de campañas.
En fin. Si siguen dando por hecho que todos los estudiantes tienen computador, cámara, micrófono, internet y buena conexión, no van a generar más que abusos y exclusión. En las redes sociales abundan ya denuncias en contra de profesores que siguen sus clases virtuales como si todos los estudiantes contaran con las herramientas necesarias. El mal trato también es una denuncia constante: por el ejemplo, el acto discriminatorio y reprochable de un profesor de Derecho de la Universidad Católica con alumnos que tienen problemas con la conexión a internet o no tienen micrófonos para las clases online. Dice que quienes no tienen micrófono tienen que conseguir uno porque son “ultrabaratos”. Olvida el docente que muchas familias hoy en Colombia se acuestan y se levantan sin comer, y que comprar un micrófono, que puede costar uno 25.000 pesos, implica que no puedan comer durante uno o dos días (ver video profesor).
Y este tipo de situaciones también suceden en la educación básica y media, y hasta en la primaria. No lo digo yo, lo dicen las estadísticas. Una investigación de este año de la Universidad Javeriana arroja datos sorprendentes y desalentadores: el 96% de los municipios del país no podrían implementar lecciones virtuales porque menos de la mitad de sus estudiantes de 11 tienen computador e internet en sus hogares. En cuanto a la educación media, arroja que el 63% de estudiantes en colegios públicos no tiene internet (ver). Además, solamente en la parte central del país —en algunas zonas obviamente— tiene computador e internet en casa, como se observa en el mapa del enlace; entonces el resto del país, ¿qué? Colombia no solo es Bogotá, Medellín, Barranquilla y Santa Marta, señores.
En cuanto a la conexión, y esto aplica para todos los niveles educativos, la calidad del internet no es buena. De acuerdo con el más reciente informe de Cable.co.uk, en conjunto con New America’s Open Technology Institute y Google Open Source Research, en el 2019 Colombia ocupó el puesto 131 de 207 países medidos (ver investigación). En promedio, nuestra velocidad de descarga es de 3.4 GB. De ahí que las clases virtuales puedan resultar entorpecidas por la conectividad y la velocidad de transmisión. Desastroso.
Es claro que no hay garantías tecnológicas para continuar las clases de educación básica, media y superior en el país en la modalidad virtual. No puede ser que unos reciban clases porque tienen computador e internet, mientras los más pobres y vulnerables permanecen excluidos. El correcto proceder es que todos los semestres académicos de todas las universidades, especialmente públicas, se suspendan y se retomen cuando la presencialidad pueda volver a tener lugar. Cuando tengamos unos mínimos de tecnología y cobertura cumplidos, hagamos todas las clases virtuales que quieran en tiempos o no de pandemias.
Mientras tanto, las familias pueden enseñarse entre sus integrantes muchas más cosas que, por sus trabajos y estudios diarios, no veían, como la infinidad de tareas y responsabilidades cotidianas que tiene un hogar; y eso no es poca cosa.