Mientras los expertosnos convencen de que la educación que Colombia necesita es una en la que debemos encerrar a nuestros niños, por el doble del tiempo que en la actualidad, en unos colegios que no los preparan bien ni para el trabajo, ni para la universidad, ni para la ciudadanía, y donde, por el contrario, sufren el matoneo social e institucional de rigor, atrevámonos, nosotros los legos, a soñar con otras posibilidades.
Muchas veces me pregunto cuánto hubiéramos ganado mis compañeritos de colegio y yo, si —en vez de haber perdido el tiempo tratando de enseñarnos materias absolutamente inútiles para nuestras vidas —el colegio hubiera dedicado sus recursos y sus esfuerzos, con amor, imaginación e inteligencia, a convertirse en un espacio donde se nos diera la libertad para desarrollar nuestra personalidad y las herramientas para cultivar nuestra humanidad.
Y me pregunto cuánto ganaría el país si así fuera; y cuánto más si el colegio fuera tan solo uno de los espacios, entre múltiples y diversos lugares, en los que la sociedad invirtiera sus recursos para diversificar imaginativamente actividades educativasabiertas para todos sus niños, jóvenes, adultos y ancianos.
Temo, sin embargo que, sometidos como estamos a una cultura en la que las jerarquías y la mediocridad se nutren mutuamente, y pretenden salvar patria vendiéndole a la gente, cual culebreros adiestrados en chácharas pseudoprofundas estilo Coelho, la mistificación de los vacíos y comunes lugares del modelo gerencial del ser humano —¡éxito, emprendimiento, liderazgo, competitividad! — terminaremos eligiendo el camino de la estandarización de nuestros estudiantes y del estrechamiento de nuestros ideales educativos. Ya nos veo, engolosinados y frustrados, tratando de pronunciar la sigla Stem correctamente, y preguntándonos por qué nos sigue yendo tan mal en las pruebas Pisa, mientras alguien se nos cuela en alguna fila.
Yo en todo caso sigo soñando con otras posibilidades.
Equipos de profesores y estudiantes universitarios altamente motivados y excelentemente preparados ofreciendo cursos cortos, cursos largos, talleres, seminarios, todos gratuitos (financiados por una amalgama de fuentes estatales, privadas, sociales e internacionales) en espacios como colegios, parques, teatros y otros múltiples escenarios físicos y virtuales, y para públicos heterogéneos de colegiales, amas de casa, desplazados, desmovilizados, presos, campesinos, obreros, soldados, pensionados y empresarios, las siguientes materias:
Cómo detectar carreta. La materia fundamental para el ejercicio de la ciudadanía, quizás basada en dos textos clásicos de Carl Sagan y Darrell Huff.
Cómo hacer y usar la memoria. A ver si algún día, habiéndonos librado de las convenientes ficciones históricas basadas en héroes y patriotismos que nos imparten la escuela y su complemento cultural, la televisión, logramos no estar repitiendo constantemente el pasado. El Centro Nacional de Memoria Histórica desde hace un buen tiempo está desarrollando y sistematizando excelentes materiales y metodologías para lograrlo.
Cómo comportarnos. Los ciudadanos necesitamos entender bien la economía y la política, más que los ideales abstractos que suelen empaquetarse en los programas convencionales de ética y educación cívica, a veces tan ajenos a la realidad y tan difíciles de asir y aplicar en la práctica. Tenemos que ser capaces de desnudar y exponer en público la cruda realidad sobre la naturaleza del comportamiento humano revelada por las ciencias sociales durante los últimos cincuenta años, para responder a la pregunta, ¿por qué debo considerar otros intereses, presentes y futuros, en mis propias decisiones, y cómo debemos diseñar las instituciones sociales para obligarnos a ello mutuamente?
Cómo alimentar nuestro cuerpo. No podemos construir individuos autónomos y ciudadanos libres si seguimos evadiendo la responsabilidad de poner la mirada sobre la triste realidad de nuestra soberanía alimentaria. Vivimos sometidos económica, política, cultural y psicológicamente a las imposiciones de un sistema alimenticio diseñado a favor de los grandes intereses agroindustriales y no a favor de una alimentación inteligente. Es imperativo devolverle a la gente la información y el conocimiento que le permita decidir soberanamente cómo alimentarse adecuadamente.
Cómo alimentar nuestro espíritu. Hay que dejar de privilegiar —permítanme ponerlo de esta manera— el lado izquierdo del cerebro, sobre el lado derecho del cerebro. Si buscamos construir una civilización democrática, en la que cada uno cuente con y para todos los demás, hay que equilibrar (y con equilibrar quiero decir equilibrar, no complementar marginalmente) la balanza de la enseñanza con la posibilidad real de aprender y ejercitar la filosofía, el arte, la literatura, la poesía, la música, la danza, el teatro, y todas las manifestaciones de la universalidad y profundidad del espíritu humano con las que cada quién pueda querer experimentar para nutrir su vida.
Quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Nada cambiaría tanto al mundo, y para bien, como que todos nos diéramos cuenta de la inmensa riqueza cultural representada por la infinita variedad de respuestas a estas tres preguntas imaginadas por los miles de tradiciones religiosas que han guiado a la humanidad en su búsqueda del saber y el sentido más profundos. Por el contrario, nos empecinamos en adoctrinar a nuestros niños y jóvenes en la ideología de que solo una de ellas, la propia, posee la verdad. Un buen antídoto contra este corrosivo y peligroso parroquialismo es la enseñanza de religiones comparadas, y, sobre todo, de lo que sabemos que sabemos: la Gran Historia iluminada por la ciencia.
Publicada originalmente el: 13 de octubre de 2014