Los cien años del nacimiento de Eduardo Ramírez Villamizar (Pamplona, 27 de agosto de1922 – Bogotá, 24 de agosto de 2004) se celebran en un ambiente que valora con razones renovadas la reflexión y los planteamientos a los que el artista dedicó su vida. Eso dice la Galería El Museo donde exponen el bello recorrido de un artista que le han tenido respeto y que su obra, lógicamente va teniendo el valor comercial que se merece. Mientras que a Edgar Negret lo muestran sin respeto en un centro comercial. Ya el maestro Negret perdió toda la categoría y su valor irrespetuoso es injusto. Es mi deber como critica advertirle al publico que dude mucho de la inversión en la compra un Edgar Negret. Ya no sabemos si sus geniales invenciones son correctas o copiadas o inventadas. Ya le perdimos los rastros a la procedencia y si compra será estafado.
Una vez advertidos seguimos con su amigo y compañero de ruta: Eduardo Ramírez. Convencidos en una geometría americana. Donde la vida de las formas era la interpretación libre de ese reparto de imágenes que correspondían a una interpretación de la vida o de la geografía de los primeros hombres para los cuales la expresión escueta era su forma de interpretar el mundo.
Celebramos sus 100 años. Comenzó siendo un pintor figurativo y acabó siendo un escultor de los grandes de América. Recorremos toda su obsesión por las construcciones en óxido donde la línea recta mantiene la construcción de una imaginación que de una manera austera reconstruye la memoria, la historia, la vida de otros tiempos donde interpretar la vida era una construcción simple de los acontecimientos. La geometría verdadera del hombre y la simple interpretación de los hechos sin la historia del arte.
Ramírez fue un gran creador. Pudo mantener su propio manifiesto. Fue santandereano austero, que hablaba sin humor y directo a la yugular. Tanto, que no intervenía en los gustos de los otros. Tanto que mantenía su humor seco, su tiempo intemporal, su religión de los hombres ancestrales de la tierra.