El doctor Moran sabía pocas cosas del hombre que le llevaron gravemente enfermo la mañana del 3 de octubre de 1849. Lo habían encontrado tirado en un callejón, inconsciente. Nunca había leído ninguno de sus cuentos y eso que en Baltimore ya tenía cierta reputación, pero la fama de borracho, pendenciero y excéntrico era más conocida por todos que la de ser un buen escritor. Lo subieron a uno de los cuartos de arriba. A los pocos minutos recuperó parcialmente la conciencia. Hablaba de un baúl que poseía en el momento de sufrir el ataque e invocaba el nombre de un tal Reynolds y en la mitad de la noche despertaba todo el caserón profiriendo unas extrañas palabras que sonaban a un conjuro demoníaco:
—Tekeli-li —gritaba— Tekele-li.
Al doctor Moran le sorprendía el poco apego que sentía el paciente hacia la vida. La mayoría de los moribundos tienen miedo de pasar el umbral y por más miserable que haya sido su existencia un hombre siempre va a implorar por una bocanada más de aire. Éste no, este pedía que alguno de sus amigos le volara la tapa de los sesos de un pistoletazo. Pocas horas después terminaría el suplicio.
Al otro día el Doctor Moran se sorprendió al ver que todos los periódicos de Baltimore señalaban la noticia del fallecimiento. El Baltimore Sun publicaría incluso un poema póstumo del insigne escritor. Emocionado el Doctor Moran leería en voz alta las iluminadas palabras que componen Annabel Lee:
For the moon never beams, without bringing me dreams
Of the beautiful Annabel Lee
And the star never rise, but i feel the bright eyes
Of the beautiful Annabel Lee
And so, all the night-tide, I lie down by the side
Of my Darling- my Darling- my life and my bride
I her sepulcre there by the sea,
In her tomb by the sounding sea.
Ahora Poe estaría viendo esa tumba en el mar, la tumba de su amada esposa muerta dos años antes. El doctor Moran empezaba a olvidar al zarrapastroso escritor que había encontrado moribundo en un callejón, cuando, al cabo de unas semanas empezó a leer en los periódicos los virulentos ataques que le propinaban al poeta después de muerto, uno de ellos decía así:
“Edgar Allan Poe ha muerto, falleció hace unas semanas en Baltimore. A muchos la noticia los sorprenderá, pero serán muy pocos los que lo lamenten. El poeta era muy conocido en todo el país, personalmente o por su reputación. Tenía lectores en Inglaterra y en otros países de Europa pero pocos o ningún amigo”
Como pasa usualmente con los grandes genios su postura inquebrantable hacía despertar envidias y rencores. Era un reputado lector y para ganarse la vida y poder sostener a una familia compuesta por su esposa y su suegra, Poe escribía crítica literaria, lugar desde el cual despedazó a más de un escritor mediocre. Eso se lo cobraban después de muerto. Al doctor lo sorprendió que las mayorías de las reseñas que aparecían en los periódicos dijeran lo mismo: el escritor había muerto de un ataque producto del abuso de la droga o del alcohol. Moran, que lo había atendido en sus últimos momentos, estaba seguro de que Poe no había ingerido licor esa noche y sospechaba que hubiera sido víctima de un robo ya que en su delirio no dejaba de hablar de un baúl con sus pertenencias, lo único que debería de tener en este mundo.
Decidió investigar pero la gran mayoría de gente que lo conocía admiraba su talento pero lo despreciaban como persona. Un día decidió ir adonde el jefe de la policía para pedir que se adelantara una investigación pero el agente del orden le dijo que no haría nada “Ese hombre, su paciente, tenía bastante mala fama, he leído que bebía y que tomaba drogas. Si no hubiera muerto de la forma en que lo hizo seguramente de no haber encontrado la muerte acá la hubiera encontrado en otro lugar”.
Pocos años bastaron para que la obra de Poe sobresaliera sobre la de sus contemporáneos. La admiración que le atribuyeron genios indiscutibles como Wilde o Baudelaire encumbraron a Edgar Allan Poe al pedestal literario donde permanece y permanecerá por los siglos de los siglos. Poco antes de morir Moran publicó un libro titulado En defensa de Edgar Allan Poe donde pretendía que éste había fallecido “de una extremada postración nerviosa que le afectó el encéfalo”. En el libro, el doctor Moran tiene conversaciones apócrifas con el genio sobre lo divino y lo humano.
A pesar de que el tiempo ha hecho justicia con la obra de Poe, la versión que ha quedado de la muerte del poeta ha sido la que dejaron circular sus enemigos. Para el imaginario colectivo Poe era un borracho, un enajenado, como mucho un endemoniado que caminaba dando eses por las calles de Baltimore y que una tarde sucumbió ante la peor de las borracheras. Sin duda sus enemigos tuvieron la amarga victoria de perder con el genio y ganarle al cadáver de Poe.