Durante mis estudios de pregrado quería ser psiquiatra. Aunque me di cuenta en la consulta de los últimos años que atender pacientes mentales era agotador me llevé todos mis libros de psiquiatría al rural. Hasta intenté una ingenua asociación libre de palabras con un paciente en un patio de hospital con resultados nulos o confusos. Desarrollé una gozosa afición a leer sobre las etapas de desarrollo de la personalidad de Erik Erikson (1902-1994) al compararlas con las de Freud en quien nunca confié del todo y las de Piaget que nunca entendí del todo. En aquellos días pensaba dedicarme a estudiar la familia como defensora y sostén de la persona a través de sus crisis de desarrollo. Hoy creo más bien que algunas familias son causa de la patología mental de sus miembros y es difícil desprenderse de ellas dada la “importancia de la familia” que nos machaca la sociedad. De todas formas es útil para el médico y el paciente conocer las etapas de nuestro desarrollo personal o edades del hombre como las he llamado. Son el contexto de muchas de nuestras enfermedades psiquiátricas o no.
Indiscutiblemente el genial descubrimiento de Freud consistió en comprender que muchas de nuestras “rarezas” de adulto son causadas por eventos casi olvidados de nuestra infancia. Así cambió el paradigma de la enfermedad mental en medicina. Las cosas venían progresando desde Phillipe Pinel al final de la Ilustración quien trató de entender racionalmente al enfermo psiquiátrico, no simplemente hospitalizarlo o encarcelarlo como loco. Pero las teorías freudianas nos permitieron de cierta forma entrar de nuevo en nuestra niñez y sus recuerdos u olvidos. Ahora, las etapas de desarrollo humano que formalizó Freud (oral, anal, fálica, de latencia y genital) se quedan un poco en lo psicosexual. Aunque nuestra cultura actual no parezca entenderlo el hombre es mucho más que sexo. O como se dice, un tabaco en nuestros sueños o pesadillas a veces es solo un tabaco.
Erikson extiende el modelo que nos legó la teoría freudiana a toda la vida más allá de la adolescencia. Le da madurez diría yo. Y como escribe Shakespeare en el Rey Lear “Ripeness is all”, la madurez es todo. En cada edad desde que nacemos enfrentamos un conflicto o crisis fundamental que construye lo que somos como persona. Erikson incluye la impredecible pero segura muerte como la última crisis del ser humano que transforma epigenéticamente, desde fuera de nosotros mismos y nuestro ADN, la personalidad. Sigo enamorado, como cuando era joven, de las ideas de Erikson que me han sido muy útiles en mis distintos roles de médico, profesor, cónyuge, padre.
En su primera edad desde que nace hasta los dieciocho meses el ser humano se enfrenta a un conflicto entre confianza y desconfianza. Si encuentra una madre amorosa lo resuelve bien ganando para su personalidad confianza y esperanza. En la segunda etapa (anal freudiana) hasta los 3 años el conflicto se da con duda y vergüenza y el resultado óptimo es el autónomo ejercicio de la voluntad. Luego de 3 a 5 años la crisis es entre iniciativa y culpa (tiempo del Edipo en Freud) y lo conquistado aquí es tener un sano propósito vital, o por lo menos no querer matar al papá. La cuarta edad se extiende hasta los 13 años o el comienzo de la pubertad con una dura lucha entre laboriosidad y sentimientos de inferioridad (¿recuerda las burlas en la escuela?) cuyo buen resultado sería una normal capacidad de competencia. Luego sobreviene la tormentosa edad de la adolescencia hasta los 21 años cuando la persona experimenta cambios abruptos en su cuerpo y emociones. En esta etapa el conflicto se da alrededor de la identidad propia y si se resuelve satisfactoriamente el individuo tras un variable período de exploración conquista fidelidad a sí mismo con capacidad de compromiso. Después de la adolescencia la crisis se da entre intimidad compartida o aislamiento. Con este conflicto la persona adquiere capacidad de amar al otro o los otros cercanos y usualmente establece pareja permanente. Luego durante unos veinte años se vive un conflicto de productividad versus estancamiento que nos da capacidad de ser fértil, cuidar de los pequeños, nuestra obra y el mismo mundo.
Así llegamos a la octava y última edad del hombre cuando vivimos un conflicto o crisis entre la integridad propia y la desesperanza. Tenemos que ser capaces de morir con confianza “trust” en inglés, como aquel bebé que fuimos y aprendió a vivir con confianza en su primera etapa. “Los niños saludables no temerán la vida si han tenido padres con suficiente sabiduría para no temer la muerte” dice bellamente Erikson y esta última valentía hay que conquistarla. Su descripción de las edades del hombre es la más útil y hermosa que he conocido.