El pueblo ecuatoriano, empezando por su presidente, le acaba de dar una fuerte lección a los colombianos, que a su vez comienza por nuestro presidente. Tres asesinatos infames, sin la menor duda, de periodistas que buscaban investigar la violencia en la frontera colombo-ecuatoriana, han puesto a llorar a todo el país y a exigir acciones inmediatas. La razón es que evidentemente en ese país los asesinatos no son hechos normales porque precisamente son una sociedad en paz. Con toda razón, Ecuador ha puesto a Colombia, lugar donde aparentemente se dio el asesinato -donde un disidente de las Farc ha sido el culpable-, en una situación muy difícil.
Primero, el presidente ecuatoriano ha expresado en todos los términos su profundo malestar porque nosotros no hemos sido capaces de cuidar nuestra frontera con su país. Además, supuestamente en un proceso de paz hemos permitido que Tumaco, tan cerca del país hermano, esté en guerra y no hemos podido controlar esa situación. Segundo, no aparecen los cadáveres para ser entregados a sus familiares y a su pueblo y tampoco se ha capturado al culpable claramente identificado. Y como si fuera poco, el presidente ecuatoriano terminó con el apoyo de su país a las conversaciones con el ELN.
Mientras esto sucede en nuestro país vecino, en Colombia van cienos de asesinatos de líderes sociales sin que el Estado detenga este derrame de sangre y con autoridades como el ministro de Defensa que se atreve a señalar que son casos aislados. Peor aún, la ciudadanía colombiana toma semejante desangre como parte de lo que siempre ha sucedido en el país, y fuera de su familia, nadie más ha derramado una lágrima por esta ola de asesinatos.
No pagan impuestos; no cultivan sus tierras porque las dejan para que se valoricen;
no cumplen con los deberes que tienen con sus trabajadores.
Han sido desde siempre, los dueños de gran parte del país rural que ahora se rebela
Sin embargo, la realidad señala que esta masacre sistemática esta claramente dirigida a hombres y mujeres líderes sociales que como señalan los medios, “lo único que han querido es nada menos que transformar su territorio. Defender los derechos del pueblo rural, sus tierras, sus organizaciones su derecho a tener voz". Es evidente que quienes los matan son aquellos que durante siglos han mantenido precisamente el control del territorio para su propio beneficio. No pagan impuestos; no cultivan sus tierras porque las dejan para que se valoricen; no cumplen con los deberes que tienen con sus trabajadores; no respetan a las mujeres y a los niños. Han sido desde siempre, los dueños de gran parte de ese país rural que ahora se rebela.
Pero los colombianos, a diferencia de los ecuatorianos, no logran que sus clases privilegiadas se conmuevan, entre otras porque saben que nada o muy poco puede sucederles. De otra manera ya se conocerían los nombres de quienes están detrás de esta cadena de homicidios que están acabando con las pocas voces que logran ser escuchadas y pueden movilizar población para tener participación en el destino de sus territorios.
Vergüenza deberíamos sentir los colombianos por esa absoluta falta de solidaridad, de sensibilidad, de justicia que existe en nuestro país. Perdimos la capacidad de asombro y de paso, no tenemos la mínima reacción de dolor que se espera de esta trágica historia del liderazgo en nuestras tierras lejanas, apartadas de las ciudades, donde probablemente se dan estas órdenes. Donde no llega la precaria justicia que tenemos.
Ese ejemplo del pueblo ecuatoriano debe tocarnos el alma para que nos volvamos a comportar como debe hacerlo una sociedad que tenga esos valores mínimos que garantizan la convivencia en paz y con ello, el progreso económico y sobre todo social. Solo así estaremos dejando atrás la guerra y empezando a construir la paz.
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