Escucho y leo las noticias de la tragedia que están padeciendo actualmente nuestros hermanos ecuatorianos y no puedo menos que pensar que todo lo que les está pasando, ya lo pasamos nosotros y nuestros hermanos mexicanos. Deterioro del Estado de Derecho, desguace del Estado y cooptación de sus instancias de dirección por las mafias enriquecidas y empoderadas por el narcotráfico, creación de verdaderos ejércitos de paramilitares, atentados terroristas con carros bombas, corrupción desencadenada en las altas esferas, extorsión masiva de la población dentro y fuera de las cárceles, asesinato de candidatos a la presidencia, persecución de la Fiscalía a los opositores políticos antes que a la delincuencia organizada y para rematar el hecho más espectacular: fuga de la cárcel de los cabecillas de las bandas mafiosas más poderosas, ante la amenaza de su traslado a las cárceles de alta seguridad o su extradición a los Estados Unidos de América. Primero fue Pablo Escobar, luego el Chapo Guzmán y hoy el turno es de Fico Macías. Copycat, deja vu, fotocopias.
Todas estas amargas medicinas ya las hemos probado - y en dosis excesivas - hasta el punto de que una buena parte de nosotros votó por un candidato como Gustavo Petro que nos prometió traernos la paz y restaurar tanto al Estado de derecho como al propio Estado, desmantelado en beneficio de una lumpen burguesía que no concibe otra forma distinta de negocio que no sea la de comprar a precio de saldo de los bienes públicos y de enriquecerse a costa de la hacienda pública. Y lo cierto es que Petro está haciendo desde la presidencia todo lo que le permite una oposición sediciosa atrincherada en el Congreso, en la Fiscalía y desde luego en los medios, para quienes la consigna de la paz total la asusta más que la luz del día al conde Drácula y está dispuesta a morir antes que devolver al Estado el control del presupuesto de salud pública del país.
En realidad, Petro no es sino una víctima más del lawfare, de la guerra judicial, que igualmente se ha ensañado con prácticamente todos los líderes progresistas de América Latina: Dilma Rousseff y Lula da Silva de Brasil, Cristina Kirchner de Argentina, Fernando Lugo de Paraguay, Evo Morales de Bolivia, Pablo Castillo del Perú y Rafael Correa del Ecuador. Todos ellos defenestrados o privados de sus derechos políticos con acusaciones de corrupción o abuso de poder con escaso o nulo fundamento jurídico, que se beneficiaron eso si del apoyo unánime de los medios de información controlados normalmente por la lumpen burguesía.
El carácter continental de la lawfare no se puede entender cabalmente sin incluir a Washington en la ecuación
El carácter continental de la lawfare no se puede entender cabalmente sin incluir a Washington en la ecuación. Sus ejecutores son nacionales, así como lo son los medios y las tácticas empleadas en cada caso. Pero es igualmente cierto que si la misma ha tenido tanto impacto como amplitud es porque Washington la ha inducido soterradamente o por lo menos la ha consentido o tolerado. Bien sabemos cuan dispuesto esta hacernos y de la manera más pública posible, que es lo que le disgusta de lo que hacemos. Algo que todavía queda aún más claro en el caso de la sedicente “guerra contra el narcotráfico”, esa guerra perversa y sangrienta que a la postre solo consigue la proliferación y el empoderamiento de las mafias. Y que si todavía se mantiene es porque Washington tiene decidido perpetuarla.
Cierto, uno podía pensar que la coincidencia en el tiempo y en el espacio de la lawfare y la guerra contra el narcotráfico es puramente casual. Que no tienen nada que ver la una con la otra. Hasta que escucha de labios de Javier Milei, el flamante presidente de Argentina, el azote del progresismo y el más claro representante de la lumpen burguesía esta confesión: “Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y sobre todas las cosas la mafia compite. En cambio, el Estado no admite competencia, quiere el monopolio de la fuerza, quiere el monopolio de la emisión monetaria, dos cosas que a la postre nos generan mucho daño”. Mas claro, el agua.