Ecos de otras voces
Opinión

Ecos de otras voces

Equipos en el Pacífico y barrios populares de Cali cuentan las tramas violentas y reúnen relatos del conflicto social y armado desde las voces de infancia y juventud

Por:
abril 28, 2023
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Frente a las dinámicas de violencia que coleccionamos a diario, en Colombia tenemos la tendencia a inmunizarnos contra el dolor y el horror cotidiano; en parte es comprensible, aunque no justificable esta situación. Son tantos los eventos, fenómenos, procesos de victimización y tratamiento agresivo de los conflictos en nuestros entornos, que la forma privilegiada para sostenernos frente a ellos es bloquear el sufrimiento, hacernos insensibles a los crímenes de todo tipo, construir fortalezas individuales y colectivas para no dejarnos conmover ante los horrores que circundan.

“Si no fuese así, si nos detuviéramos en cada cuerpo que cae no tendríamos tiempo para hacer nada más”, me dicen. El problema es que ese comportamiento reproduce en sí misma la violencia, bloquea generacionalmente nuestra capacidad de indignarnos ante el horror y a la larga nos hace, muchas veces en la condición de observadores pasivos, cómplices de las circunstancias que produce tanto victimario suelto y desatado.

A propósito de esta reflexión, en estos días un colega con el cual compartimos la ocupación por hacer memoria urbana, me participó un texto del cineasta paisa Víctor Gaviria; en medio de la conversa lo leí rápido e hice un comentario sobre la agudeza del título que hace sentido más allá de las palabras y que tiene la fuerza de cuestionar la dirección convencional del lenguaje. Al amanecer, en el insomnio, me apareció de nuevo el breve texto y me detuve en lo que nos dice a propósito de la entrañable película Rodrigo D No futuro; lo cito a continuación:

ESTAR VIVO NO ES LA VIDA

“Dentro de algunos años, cuando estos días de los años 80s sean vistos desde lejos, puede ser que quienes se interesen en nuestro cine precario, vean en esta película un signo especial, tal vez tendrán la fuerza para escandalizarse de verdad.  Ellos verán una película que ha sido hecha con actores de la calle, con muchachos entre 16 y 20 años, de los cuales seis han desaparecido tres años después de haber terminado el rodaje, abatidos por la violencia diaria de la ciudad, como si se tratara de una epidemia fulminante.

Y así como no comprendemos por qué nuestros padres no se opusieron a la violencia con mayúscula que borró tanta gente del campo, así en el futuro nadie comprenderá por qué hemos permitido la desaparición de toda la juventud de nuestra propia cultura, sin dolor, como si fuesen gentes diferentes, extrañas a nuestros sentimientos.”

Casi cuarenta años después, así sigue sucediendo, como lo dice dolorosamente nuestro apreciado realizador y poeta Víctor Gaviria de múltiples formas en sus films y escritos con la presencia de las niñas, niños, adolescentes, jóvenes, de los contextos populares, en los espacios más orillados en campos y ciudades. Tenemos pues, sin duda, la tarea de reconocer lo que pasa, recuperar la sensibilidad, la capacidad de conmovernos ante lo que va pasando.

La noticia de la explotación infantil, la trata de niños y niñas tan evidente en nuestros espacios públicos más concurridos, el crecimiento de la pornografía infantil y la exposición de la infancia a la prostitución sexual, el reclutamiento forzado para grupos armados y bandas criminales, entre otras prácticas insoportables, nos circundan y dañan nuestro ambiente moral, nuestra confianza para afrontar el presente y soñar futuros posibles.

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¿Dónde terminan todas las niñas y niños que no regresan a sus hogares?, ¿quién los tiene?, ¿a dónde se los llevan?, ¿qué ocurre con sus vidas?

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Otra colega, una educadora que comparte prácticas formativas con la primera infancia desde el campo institucional, me dice a propósito de que el próximo sábado 29  de abril se celebra el dia del niño en Colombia: “¿Dónde terminan todas las niñas y niños que no regresan a sus hogares?, ¿quién los tiene?, ¿a dónde se los llevan?, ¿qué ocurre con sus vidas?, son preguntas que es necesario resolver de manera urgente.” Los interrogantes están ahí, hay que hacerles eco, hay que hacer que se vuelvan ruta institucional más eficiente, comunidades más resilientes, familias más responsables, paternidades y maternidades con compromisos y con derechos más encarnados.

Alex, un joven del Oriente caleño con catorce años que participó la semana pasada en el Encuentro de Ciudades por la Paz en Medellín nos soltó con voz alegre y sonora, ante un auditorio adulto, su sensación de que la escuela no lo retiene, no es interesante, no le convoca ni a él, ni a sus compañeros, invitándonos a buscar alternativas ante la pesadez de la escuela; eso que dijo lo sabemos desde hace décadas en Colombia, pero poco alcanzamos a hacer frente a esas demandas juveniles.

Equipos de trabajo educativo que se mueven en las orillas de zonas rurales del Pacífico y en los barrios populares de Cali, cuentan las tramas violentas, hacen números y recogen historias del conflicto social y armado desde las voces de la infancia y la juventud; al escuchar esas otras voces evidentemente son tremendas las situaciones que no estamos atendiendo en Buenaventura, en los ríos del litoral, en Cali, en Jamundí, para solo mencionar algunos sitios. Escuchamos las historias, pero necesitamos que nos conmuevan y nos movilicen como sociedad, porque no habrá paz total o parcial si seguimos sacrificando nuestras nuevas generaciones insensiblemente.

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