Una famosa maldición china dice “ojalá que vivas en tiempos interesantes y no te des cuenta de ello hasta que hayan terminado”. En un mundo que lleva siglo de vertiginosas transformaciones y desde un país tan convulsionado como Colombia, no es inusual que la pandemia del coronavirus nos presente toda clase de situaciones absurdas y una realidad aún más caótica, pero ciertamente, una realidad de la cual las personas no están siendo plenamente conscientes.
En este contexto, el acelerado avance del coronavirus está resultando inclemente con el país. Colombia iniciará una segunda semana de alto volumen de nuevas infecciones y con una mortalidad promedio de 300 personas al día por causa de la pandemia. A la falta de una vacuna, las limitaciones de los tratamientos farmacológicos disponibles, la cada vez más reducida capacidad de unidades de cuidados intensivos y con el personal sanitario diezmado, le sumamos las medievales medidas gubernamentales que se han decantado por el confinamiento como principal instrumento para diferir en el tiempo la propagación de la enfermedad. Peor aún, se nos presentó una falsa dicotomía entre salud pública y economía, que basados en las incoherentes y tardías recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y en los catastróficos pronósticos de epidemiólogos de todo el mundo, aderezados con la tendencia colectivista y totalitaria de los políticos locales a puesto todo el poder público al servicio de la aniquilación de las libertades civiles.
Si bien la pandemia tiene una demostrada e inusual letalidad, está lejos de los niveles de la gripe española o de la peste negra, con las que se comparó, para propagar el medio. A decir verdad, la ausencia de un generalizado sentido de los órdenes de magnitud lleva a que las personas se asusten con los números que nos presentan los medios de comunicaciones, haciéndole eco al alarmismo gubernamental. La verdad, es que en promedio al año mueren en todo el mundo alrededor de 75 millones de personas, unas doscientos cinco mil (205.000) cada día, aproximadamente. Hasta el momento el peor registro de mortalidad por coronavirus se presentó el 17 de abril con unos ocho mil cuatrocientos noventa y un (8.491) casos. Aunque, seguramente hay un enorme subregistro, las cifras aún están lejos de alterar la mortalidad diaria de manera significativa a nivel global. Para consultar esos datos aconsejo revisar el portal worldometers.info que tiene información sobre población, coronavirus y otras estadísticas globales muy interesantes.
Por el lado de la economía los efectos de la pandemia son mucho más severos. En parte porque las políticas de contención a la enfermedad en algunos países han golpeado a la oferta agregada de bienes y servicios. Por otra parte, porque los escenarios de alta incertidumbre incrementan la aversión al riesgo de los individuos, lo que significa que estarán menos dispuestos a invertir capital, asumir créditos, o gastar sus ahorros, a lo que se le suma que aquellos que perdieron sus empleos o a los que se les prohíbe trabajar pierden sus ingresos y por ende su consumo también cae, a todo esto, los economistas lo llamamos contracción de la demanda agregada. El resultado es una depresión generalizada de la economía mundial, caracterizada por una caída en la velocidad de circulación del dinero, la acumulación de inventarios de bienes que no se venden y el aumento del desempleo.
Este escenario, si bien más profundo que otras contracciones económicas, por ejemplo, la crisis de las subprime de 2009, o más generalizado que la gran depresión de 1929, no resulta ajeno a medidas de atención que se han mostrado efectivas para tratarlos. Concretamente, para nivelar el PIB nominal de los Estados Unidos en la crisis de hace una década, el Reserva Federal (Fed) aumentó la emisión monetaria para compensar la caída en la velocidad de circulación del dinero, esto tiene sentido cuando hablamos de monedas por la cuales hay un aumento de demanda, como en el caso del dólar, pero ciertamente, no en el caso del peso colombiano. Para un país de una economía peso medio como la colombiana el mecanismo de compensación es el recurrir al crédito externo y capturar los beneficios de una menor tasa de interés y abundancia de monedas duras, como el euro, el dólar o el yuan.
En cuanto a la política fiscal, hay dos casos que ejemplifican las alternativas económicas y los resultados más probables, Estados Unidos y Francia. Ambos países tienen niveles de bienestar comparables, sus políticas monetarias con ciertos matices no son muy diferentes, la Fed y el Banco Central Europeo han recurrido a la experiencia de los últimos 10 años para aumentar la cantidad de dólares y euros para sostener lo mejor posible la actividad económica. Pero es en las estrategias del gasto público en que sus caminos para atender a la crisis se separan.
Estados Unidos impulsó una reducción de impuestos federales a las empresas, en parte para frenar los efectos negativos de la caída de la actividad económica sobre el mercado laboral. Por otra parte, se envió una asignación directa, única y excepcional, un cheque firmado por Donald Trump, a las familias que habían perdido sus ingresos o aquellas familias que se reportan en las declaraciones de impuestos como hogares de bajos ingresos. Lo interesante de esta estrategia, es que tiene un tratamiento transitorio, es decir, una vez superada la emergencia esos programas no continúan. Además, al dejar en las empresas dinero que hubiera sido para impuestos y entregarles dinero a las personas serán esos agentes quienes de manera autónoma decidirán en qué gastarlo o invertirlo. La contra partida es un aumento del endeudamiento estatal, pero que en esta coyuntura resulta el menor de los males, de cierta manera, ya que estos estados pueden poner en el mercado toda la deuda que quieran a tasas de interés muy bajas sin mayores problemas.
Incluso es deseable que Estados Unidos aumente su demanda por recursos financieros en este momento. Como hay un incremento generalizado de la aversión al riesgo, se incrementa la demanda por activos seguros para colocar el dinero. Los bonos norteamericanos son precisamente la clase de instrumento que los agentes de todo el mundo consideran seguros, por esa razón los precios de los títulos de deuda pública de ese país han subido tanto en esto meses que su rentabilidad se hace nula. Este mecanismo, además, tiene la ventaja de capturar parte del aumento de liquidez de la Fed de manera que reduce el impacto en el nivel de inflación. Por otra parte, el aumento colosal del endeudamiento público se ve minimizado a largo plazo por la baja de interés con la que se esta emitiendo esa deuda (de hecho, un tasa de interés cero). Un plan financiero similar permitió en los años cuarenta financiar la participación de Estados Unidos en la segunda guerra, y reducir los niveles de deuda sin recurrir a nuevos impuestos y sin más recortes que la reducción del gasto militar durante el gobierno Eisenhower (1953-1961).
Respecto a Francia, el paquete de estímulo fiscal anunciado por el gobierno de Emmanuel Macron está compuesto por toda clase de programas a ejecutarse por el gobierno, implica aumentos de impuestos, aportaciones a los fondos comunes de la Unión Europea de los cuales Francia es un contribuyente neto, una gran serie de anuncios sobre el potencial de transformación digital de la economía francesa, compromisos en materia de sostenibilidad ambiental pos-pandemia, toda clase de políticas sociales nuevas, inversiones en infraestructura y recursos para aumentar el acceso a vivienda de las familias francesas. Pero más allá de los anuncios, el inicio de la planificación de algunos programas, la aprobación legislativa de fondos y los acuerdos con la Unión Europea, no hay nada concreto para aliviar la situación de los franceses.
A la fecha los Estados Unidos ha iniciado la recuperación del empleo, la actividad económica ha mostrado señales alentadoras a pensar que la propagación del coronavirus se acelera en ese país. En cuanto a Francia, el mercado laboral aún sigue deteriorándose, las empresas siguen cerrando, hay un serio riesgo de nacionalizaciones en algunos sectores, algo que en el pasado no ha sido muy exitoso para los franceses.
La economía política de la pandemia no muestra que no hacer nada no es una opción, también que es falsa la dicotomía entre la emergencia de salud pública y la economía. Existen medidas económicas que pueden mitigar los desaciertos de la política pública para contener la pandemia, y que no podemos permitir que bajo la excusa de unos datos descontextualizados nos quiten libertades individuales. El Estado es un pésimo administrador de recursos, es mucho más lento que las empresas y los hogares para tomar decisiones, además de ser menos efectivo. Cualquier alternativa que implique un aumento transitorio del gasto público es una falacia, cualquier intento por moderarlo después será saboteado por los políticos oportunistas, la burocracia parasitaria y la clientela política ociosa. Al final, darle más poder al poder implicará más impuestos, salarios reales más bajos, años de altos niveles de desempleo, más corrupción y pobreza generalizada.