En ese ejercicio del pensamiento libre aquel ciudadano de a pie, se propone por ver cómo se desarrollaría la propuesta de la economía naranja, la que implantaría “el que dijo Uribe”, desde el solio de Bolívar una vez posesionado. No se quedó solo en la ilustración de la fantástica fábula, sino que la observó reflejada en una historieta con final feliz presentada al auditorio como apología al ingenio y manejo recursivo de la sociedad, narrando la historia de Marley —la prostituta— de cierto pueblo, donde los habitantes tuvieron que recurrir a créditos y empréstitos de bienes y servicios “entre sí mismos”, para sortear la agobiante crisis económica, que recaía desde esos tiempos aciagos de Santos, amanecida del saqueo corrupto y por regalar beneficios a los cesionarios manirrotos, ahora apropiados de grandes y verdes ejidos, amparados como zonas veredales de integración.
Cualquier día lluvioso, se apareció en el único y mejor hotel establecido en el poblado, un —personaje— con señales de portar una buena cantidad de dinero. Un protagonista extravagante y fachoso, cual narcotraficante, que solícitamente pide —al hotelero— el consentimiento, para ojear las cómodas habitaciones e instalaciones pictóricamente anunciadas, en las vetustas vallas promotoras, a la entrada de la pequeña ciudad, y así decidir, sí se hospeda por unos días. Tal vez haya sido “Otoniel” el jefe criminal del “Clan del golfo”, una de las más peligrosas bandas de narcotraficantes socias del “cartel de Sinaloa”. Lo cierto es que el fachoso apuesta sobre el mostrador —un billete de cien mil, de los que pocos han visto y tienen los tres ceros y la cara del expresidente Carlos Lleras, apodado “remache” o “el enano”, que encerró en sus casas a los ciudadanos macondianos, a las seis de aquella tarde electoral del 19 de abril de 1970, mientras se configuraban los resultados de la elección de Misael Pastrana y la derrota del general Rojas Pinilla—.
El visitante marchó a su recorrido. —El hotelero— eufórico y boquiabierto, toma el billete y trota diligente hasta el negocio de —el carnicero— para acreditárselos, a “la cuenta del abasto”. Presuroso el matarife le lleva el dinero —al ganadero, “cebador de novillos y cerdos”, quien se adelanta a reembolsarlo; al molinero: “proveedor de alimentos para animales”. Éste último, se concreta con prontitud a buscar a Marley —la prostituta—, quien “le ha proporcionado sus servicios en tiempos de crisis” y salda la cuenta, aunque un poco tarde pero cumplido con el dicho: “—polvo echado polvo pagado—”
Con billete en mano, ligera de ropas sobre una braga de color bergamota y con la sensualidad propia que le acompaña, la meretriz se enfila al hotel y amortiza el saldo débito, resultante de ratos y amanecidas con sus clientes, y que últimamente no había podido finiquitar. Así que —el hotelero— toma el billete, y sanea la deuda de —la prostituta—, justamente cuando aparece —el personaje— de marras, quien manifiesta no estar convencido de las bondades hoteleras, y resuelve no hospedarse, rescatando del mostrador —el billete de cien mil— depositado inicialmente.
En el pueblo tomaron conciencia de los apretones monetarios y de la incertidumbre del mañana. A pesar de eso, siguen siendo optimistas del futuro económico y creen tener las herramientas para alcanzar los objetivos pecuniarios a largo plazo. Si bien, ninguno se quedó con el dinero del “mafioso”, lograron sanear sus deudas internas y ahora todos conviven de momento sin acreencias, pero quedó en claro que ¡hay más confianza financiera! Todo, por la ofrendada participación de las particularidades y habilidades de heroínas como Marley —la prostituta—, con sus sensuales ropajes de color naranja y el lavado de fortunas ilegales, con el soterrado visto bueno de las autoridades, que le salen al paso, a las crisis económicas.