Mientras uno los lloran otros cuestionan a Diego Maradona. Desde antes de morir ya era un mito. Nada generaba más controversia que el Dios del Fútbol. Por eso, desde que murió, una ola de comentarios en redes sociales señalaban los constantes escándalos de Maradona. Uno de sus puntos más difíciles de defender fue el de su trato con las parejas que tuvo. Se sabe de abusos a mujeres y una estela de hijos no reconocidos.
Sin embargo Carolina Sanín hizo una férrea defensa en su cuenta de Twitter al ídolo
Vamos a ver, niñates militantes, si le dan una oportunidad a la imaginación para crecer un poco por encima de sus propias limitaciones cronológicas. Hubo un tiempo, aunque no puedan creerlo, en que ustedes no habían nacido. En ese tiempo no había Internet. (Sigue)
— Carolina Sanín Ⓥ (@SaninPazC) November 26, 2020
Uno encontraba una noticia de Maradona en las revistas o la TV, y se alegraba. Sin que existiera Internet, él estaba en todas partes. Todos los niños lo teníamos en la mente, porque existía la memoria, más que ahora. Estaba en la mente de todos, sí, como un dios.
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Y allí, en la mente, tener a alguien que podía hacer cosas increíbles nos mejoraba. A veces podíamos verlo jugar (no cuando queríamos, sino cuando podíamos, cuando "lo daban", porque no existía Internet, aunque no puedan creerlo). Entonces veíamos a un animal rutilante
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y a un niño hipertrofiado, que parecía escabullirse por entre las piernas de sus cazadores. (Sigue). Argentina estaba muy lejos (repito: no había Internet). Hablaban español, pero estaba muy lejos, y sabíamos, por la historia y las conversaciones, que sufría mucho. (Sigue)
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De allá era Maradona: el cuerpo más ágil del mundo, el más visible y más potente, venía del país del que escuchábamos sobre cuerpos desaparecidos. Sin que entendiéramos, entendíamos emocionalmente que Diego, además de un genio, significaba el drama de la visibilidad.
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También él era un consuelo para nosotros: su potencia era promesa para nuestra propia insuficiencia, para la subordinación, la debilidad y la dependencia inherentes a la niñez. La alegría de ver ganar a otro y otros (pues no éramos nosotros, pues no éramos argentinos)
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nos hizo generosos, capaces de admirar, capaces de desear la victoria del mejor: esa posibilidad de reconocer la indiscutible superioridad ajena fue una lección más grande que la que habría entrañado cualquier comportamiento "ejemplar".
Y hay mucho más que decir.— Carolina Sanín Ⓥ (@SaninPazC) November 26, 2020