El presidente Duque cree que gobierna y que lo hace bien. O parece creer que actuando como si todo estuviera bien, la mayoría de los colombianos van a pensar igual. Todos sus ademanes, mensajes, decisiones y acciones están pensadas para enviar esa imagen. Para él y sus colaboradores, los cientos de líderes asesinados o los 52 mil muertos por COVID-19 no existen o no se siente responsable de ellos. Él vive en su programa de televisión, es su realidad virtual.
Pero su principal mentor no piensa igual. Por algo dijo: “¡Cuidado con el 22!”.
Hay que recordar que Duque se hizo elegir con la actitud-discurso de Fajardo, las intenciones-odios de Uribe y el temor-miedo a Petro (supuesto “castrochavismo”). Ha tratado de mantener la imagen de moderación del primero; cumplir solapadamente los mandatos del segundo; y desgastar al tercero, su contendor. No ha logrado tales propósitos.
En realidad el gobierno de Duque es un desastre, no solo por el manejo que ha hecho de la pandemia sino por las acciones que ha realizado. Casi todo le ha salido mal. No ha logrado los efectos deseados. Su gobierno es reactivo, no tiene agenda propia, es un desorden completo. Sus salidas en falso y llamados a la unión, no entusiasman a nadie.
El listado de fracasos es protuberante, veamos algunos:
a) Prometió tumbar a Maduro; lo intentó, pero todo salió mal. En el camino cayó el Grupo de Lima; Trump se limitó a amagues y “fuegos artificiales”; la OEA manipulada por Almagro se ha debilitado y los “neo-cons” de La Florida, que eran sus patrocinadores, hoy están fuera de la Casa Blanca. Se quedó solo mientras Maduro empieza a ser reconocido en Europa.
b) Se propuso destruir la justicia transicional para garantizar la impunidad de Uribe y demás cómplices. Todos los ataques han sido infructuosos, esa jurisdicción de justicia hoy está fortalecida a nivel nacional e internacional, y el referendo que pretende unificar las cortes no tiene posibilidad alguna en un año preelectoral como el 2021.
c) En lo económico no da pie con bola. La economía naranja se quedó en planes; la pandemia vino a agudizar los problemas que heredó; los recaudos cayeron, la recesión es evidente, el desempleo se disparó y el Estado está en bancarrota. Ahora está “feriando” los bienes-activos del Estado (Ecopetrol, ISA) para sobreaguar las finanzas, pero el barco está desfondado.
d) En el manejo de la pandemia las cosas no marchan mejor. Al inicio aprobó cuarentenas prematuras más por la presión de la alcaldesa de Bogotá que por convicción propia; no trazó un plan de emergencia para enfrentar la situación en forma integral; luego flexibilizó las restricciones para reactivar la economía y provocó la actual crisis hospitalaria; y para rematar, ha perdido lo poco que le quedaba de credibilidad con el asunto de la compra de vacunas.
e) En las relaciones internacionales los resultados son dramáticos. La torpeza es mayúscula. Se la jugó con Trump y ganó Biden; atentó contra la JEP y la comunidad internacional la apoya; sus amigos regionales no pueden con su propio país (Bolsonaro, Piñera, etc.), y está aislado. Con diplomáticos del talante de Pachito Santos, la Blum y Ordóñez, no podía esperarse otro resultado.
f) En lo político logró el apoyo de Cambio Radical, los liberales con César Gaviria a la cabeza, y el grueso del Partido de la U, pero no ha podido aprobar iniciativas legislativas importantes. Lo que realmente les interesaba era monopolizar los órganos de control (procuraduría, contraloría, defensoría) y la Fiscalía General de la Nación, con el objetivo de resistir hasta el 2022 y retener la presidencia a punta de burocracia, corrupción y clientelismo.
Así, entonces, de la moderación de Duque solo quedó la pose; desnudó su carácter derechista haciéndole mandados mal hechos a Uribe; y no logró debilitar a Petro, a pesar que el líder del progresismo también tiene sus propios problemas.
Con ese balance general, que si fuera más detallado revelaría mayores falencias, graves delitos, terribles crímenes y torpezas a granel, se podría pensar que las fuerzas democráticas tienen servida la mesa para acceder al gobierno. Y en realidad, el panorama es prometedor.
Todos los sectores políticos que no están con el gobierno de Duque saben que la tarea es derrotar definitivamente la amenaza autoritaria de Uribe en 2022. El problema consiste en que existen diversas miradas respecto de cómo hacerlo y hasta dónde avanzar.
Las fuerzas del llamado “centro” temen desencadenar un proceso que conduzca a afectar poderes que ellos no están dispuestos a enfrentar. Es lo que ocurre con las Empresas Públicas de Medellín (EPM), en donde los contratistas del Grupo Empresarial Antioqueño GEA han quedado en evidencia frente al manejo del proyecto Hidroituango, y los llamados “tibios” han sido desenmascarados por los acontecimientos.
No obstante, de acuerdo a lo que se puede percibir, tanto en Colombia como en el mundo, se viene acumulando y potenciando un estallido social de amplias proporciones y de gran profundidad. Los efectos de la recesión económica que venía de atrás y que ha sido agudizada por la pandemia van a generar fuertes tensiones en la sociedad.
Pienso que ese estallido social será un factor que va a “reordenar” la política en Colombia. El tal “centro” va a explosionar y las verdaderas fuerzas democráticas van a ser puestas a prueba. Es posible que si la movilización social no tiene las condiciones para estallar en las calles, pueda ser canalizada hacia los escenarios electorales, y determinar los resultados de las elecciones de 2022.
Claro, hay que saberlo hacer, con paciencia y sabiduría, sin oportunismo y sin afanes protagónicos, con visión de mediano y largo plazo. Y promover la organización popular, única forma de darle continuidad a los procesos de transformación.