Con bombos y platillos recibieron el triunfo de Iván Duque Márquez, el candidato uribista, quien dirigiría las riendas de uno de los países más complejos en su administración. No era para menos la celebración, como todo en la tierra del Corazón de Jesús, se festeja apasionadamente; muchas veces sin medir consecuencias, pero al fin, festejo. Los días pasaron hasta que el jefe tomó posesión y empezó a entender qué es administrar un Estado refundido en las mafias.
En el transcurso de los días, Duque Márquez descubrió que el agua moja, creando en la opinión pública una imagen de improvisaciones e incertidumbre, traduciéndose en críticas que han ido socavando una expectativa que hurtó el apoyo de sectores indecisos. Gracias a la extrema ignorancia política, muchos de los electores llevados por apasionamientos votan por personajes que aprovechan el escenario electoral como carpa de ilusionismo, donde las mejores payasadas siempre son recompensadas.
El ejecutivo nacional ha surcado los primeros cien días de trabajo donde el balance no es nada halagador, conllevando a un escepticismo por parte incluso de sus más cercanos colaboradores. Todas las encuestas que acostumbradamente se efectúan para medir el andar de los gobiernos en los tres meses iniciales arrojan cifras bastante desconsoladoras; decepcionante para quienes con bombos y platillos vociferaron que serían una alternativa de cambio para el país. Obviamente que el desencanto no se ha hecho esperar, por lo que la desmotivación y enojo de muchos colombianos es latente.
Desde un análisis sensato nunca se dudó de que el gobierno siguiente a Juan Manuel Santos sería especial dadas las circunstancias por las que atraviesa la patria. Sin embargo, también no hubo discusión para avalar al que dijo Uribe sin medir consecuencias. Para nadie es un secreto que uno de los propósitos del Centro Democrático ha sido aniquilar el proceso de paz con las Farc; obstruir las negociaciones con el ELN e intentar opacar y paulatinamente desaparecer los avances producto de los acuerdos.
Millones de colombianos se lamentan al ver a un hombre que hasta la fecha no ha definido su agenda de gobierno; contrario a esto, se ha notado un constante desatino a la hora de tomar decisiones estructurales, y si en algún momento las toma, al final de la tarde son anuladas por otra autoridad que se ha convertido en su sombra desde que era candidato. Las exigencias del Estado y la presión de su equipo le han marchitado la alegría reflejada en gambetas y toques de guitarra. Si las canas eran ficticias, de seguro que ya no tendrá que gastar más en tintes porque la naturaleza lo supo escuchar.
Ya no suenan los bombos y platillos, solo fue un bálsamo de cariño producto del folclorismo popular, ese que ha enceguecido por décadas a quienes después de elegir se arrepienten y maldicen haber sufragado por alguien que no era el indicado.
Sinceramente, el presidente no tiene la culpa de los últimos acontecimientos sino quienes irresponsablemente votan en favor de propuestas populistas como la de no subir impuestos, o aumentar el empleo formal, mejorar el sistema de salud, en fin. ¿Cuántas veces se tiene que repetir que los problemas de Colombia son resultado de un régimen fallido?
Reforma tributaria, manifestaciones estudiantiles y el paro de camioneros son el abrebocas de lo que se vendrá el año entrante, pero que se interpreta como normal en una nación que convulsiona por el desorden político-administrativo. Los últimos gobiernos han afrontado la misma problemática, con la diferencia del actual donde las medidas son más drásticas y van lanza en ristre contra la clase popular, muestra de ello el tire y afloje con la famosa ley de financiamiento que no es más que una reforma disfrazada para saldar deudas producto de la corrupción y malas administraciones.
La momentánea alegría de la sociedad política que promovió su candidatura se opaca con el paso de los días, hasta el colmo de que su jefe inmediato expresó sin ningún reparo que Iván Duque debe ser enderezado, de lo contrario irían al abismo. Esta frase junto a otras de la bancada oficialista del Congreso es un diáfano mensaje para quienes defienden el supuesto gobierno independiente.
Se avecina una crisis social en el país. La gente debe prepararse para afrontar situaciones complicadas que en nada favorecerán los intereses del pueblo. Necesariamente la ciudadanía tiene que entrar a defender y decidir en temas estructurales que sucumbe la estabilidad social.