Para el bloque histórico y sus ocho millones de votos en favor de la candidatura de Gustavo Petro es una prioridad caracterizar adecuadamente el régimen de Iván Duque, el que dijo Uribe.
Han pasado tres días después de las votaciones y ya distintas voces independientes están alertando sobre los peligros que amenazan las libertades públicas de millones de ciudadanos. Y no exageran, pues el nuevo jefe de la Casa de Nariño es el representante de una feroz tendencia política asociada con las mayores alteraciones de la democracia en Colombia: falsos positivos, asalto paramilitar de las instituciones públicas, montajes judiciales, chuzadas (Eastman), despojo de millones de hectáreas, saqueo de los presupuestos agrarios (agro ingreso seguro), soborno de parlamentarios, atropellos a la prensa, agresiones a países fronterizos, torturas y desconocimiento rampante de las reglas básicas del sistema liberal de gobierno y su separación de poderes.
No será suficiente que Duque se maquille, según la receta de Jaime Durán Barba, el consultor de imagen y asesor político de Macri, el presidente argentino, para engañar con una falsa imagen de conciliador, ser compasivo y promotor de la armonía social que hace el elogio de las clases medias emprendedoras. Que acude a un sincretismo espiritual para echar mano del budismo y adormecer el ímpetu de la multitud.
Con los días esa careta caerá y con algunos baños de realidad nos encontraremos con el verdadero monstruo instalado en la cabeza del poder político nacional por la más recalcitrante ultraderecha y las bandas políticas de la corrupción que entraron en pánico con el auge de Petro.
Duque es la ultraderecha maquillada, en cuyo gobierno las diversas facciones de la clase política tradicional impondrán sus implacables lógicas del clientelismo y la repartija burocrática y presupuestal.
El gabinete de ensueño que nos anuncian no pasa de ser un chiste flojo. Los ministros y altos funcionarios del régimen serán las cuotas del uribismo, vargasllerismo, santismo, conservadores y liberales gaviristas. La mermelada y los cupos en el presupuesto seguirán a todo vapor. Y el saqueo del Estado no va a desaparecer.
Las líneas maestras del programa gubernamental regresan a los temas conocidos del fascismo: seguridad, justicia, redes de informantes, saboteo a la paz, promoción de los grupos paramilitares, beneficios tributarios a los poderosos grupos financieros y empresariales, complicidad con las mafias del narcotráfico, guerra contrainsurgente frente a las drogas y arremetida contra el gobierno bolivariano de Nicolás Maduro en Caracas, el que seguramente reaccionara con mucha contundencia frente a las recientes provocaciones de Duque, quien ignora las ponderadas reflexiones de Julio Londoño sobre el asunto de las relaciones entre las dos naciones.
El nuevo régimen será un esquema de gobierno que se repartirán las diferentes gavillas de rufianes que integran la camarilla oligárquica que monopoliza el poder desde hace más de 200 años.
En ese sentido le asiste toda la razón a Petro cuando advierte que entramos en una etapa de fragmentación social e institucional y de los territorios en que las mafias de todos los pelajes impondrán sus leyes de sangre y ultraje en las zonas urbanas de Medellín (que terminara como Siria), en Cali, en Barranquilla y sus puertos, en Urabá, en el Catatumbo y en el Pacífico, desde Buenaventura a Tumaco.
De manera inmediata la ruta de la ultraderecha se está llevando por delante la Justicia Especial de Paz y los proyectos que reglamentan los procedimientos correspondientes después de haber sido aprobada la ley estatutaria convenida.
La arremetida de Duque y Uribe contra la paz será metódica, sistemática e implacable. Hoy es la justicia transicional con el argumento de la retroactividad penal y le legalidad, con el fin de dejar en la impunidad miles de crímenes de los paramilitares, los militares y los empresarios comprometidos en la financiación de las bandas criminales de la ultraderecha. Pero ya asoma la pólvora contra la Reforma Rural Integral y contra la restitución de tierras con el fin de cortar cualquier reclamo judicial frente a los 6 millones de hectáreas despojadas al campesino trabajador durante los dos gobiernos de Uribe.
Petro ha llamado a la resistencia y a la movilización ciudadana en defensa de la paz. Es lo que nos corresponde a los ocho millones de ciudadanos que lo acompañamos el domingo 17 de junio.
Eso es más importante que la plañidera del, como dice Petro, anacrónico Secretariado de las Farc completamente aislado del pueblo y de las masas, como consecuencia de su vergonzosa capitulación y renuncia a los principios de transformación radical de esta sociedad.
La resistencia bien puede ser la ruta de bloqueo al unido poder de las élites plutocráticas. Resistencia que demanda la vigencia de la programática agitada por Petro en los temas de la salud, la educación gratuita, la tierra, las pensiones para el pueblo y los derechos de nuestras mujeres y trabajadores. Lo que sigue es definir una hoja de ruta para la acción extraparlamentaria que debe ser planificada de acuerdo con las expectativas de los trabajadores, los indígenas, los afrodescendientes, las mujeres, los jóvenes universitarios y las regiones.
Que se olvide el señor Uribe si cree que puede instalar de nuevo una tiranía y un despotismo cargado de arbitrariedades. Lo que viene es más lucha y oposición por todo el campo político nacional. Reto que no admite pausas ni descansos.