Se me pregunta cómo explico la caída vertical de la imagen del presidente Duque en la opinión pública colombiana. A cien días de posesionado en el cargo diversas encuestadoras han medido el grado de aceptación de su gobierno y el resultado es bastante negativo.
Debo responder que no hay caída. Las encuestas dan entre el 27 y 33% de aprobación y Duque fue elegido con un 28,5% del potencial electoral. Lo que habría que explicar es por qué en estos tres meses de gobierno no ha logrado construir mayor credibilidad entre la población.
Ya en anteriores artículos hemos planteado por qué el gobierno de Duque es y será “cínico e impotente”. La forma como se hizo elegir es su mayor contrasentido: con el programa de la oposición democrática y el apoyo total de las castas dominantes corruptas.
La tarea del presidente era reconocer la precariedad de su triunfo e iniciar un proceso consistente de presentación de su política para construir credibilidad, pero no puede hacerlo. Por ello intenta construir la ficción de querer gobernar sin corrupción rodeado por los mismos corruptos.
En fin, no se le puede pedir peras al olmo. Los corruptos y clientelistas de siete suelas no pueden aprobar ninguna reforma democrática en política-electoral, justicia o política social. Y si lo hicieran, serían leyes aprobadas formalmente para desconocerlas desde el poder real.
Duque llamó a un pacto nacional después de haber nombrado a uribistas y tecnócratas gremiales en su gabinete ministerial. Pero, ni el mismo se creía el cuento y, por ello, nadie le hizo caso. Como era un llamado engañoso rápidamente olvidó y archivó su propuesta de consenso nacional.
Fue un “cañazo” que desgraciadamente ningún político de oposición tomó con seriedad. Si lo hubiera hecho, el desgaste de Duque sería mayor. Claudia López lo hizo parcialmente sobre el tema de la corrupción y, como era de esperarse, ni Duque ni los partidos que lo apoyaron han cumplido la palabra empeñada. Es una de las causas del balance negativo de su gestión.
Tal parece que el “pacto” iba dirigido hacia su propio partido (CD) que antes de la posesión ya estaba dividido: unos, la ultraderecha que quiere guerra abierta con Venezuela para justificar la destrucción de los acuerdos de paz y la aplicación del paquete impuesto por la OCDE[1]; otros, los que quieren “mermelada”, y unos más, que juegan a ser la “nueva derecha” sin mayor decisión.
Cada grupo tiene sus representantes: el pícaro de Invercolsa y el presidente del Congreso encabezan el primero; los políticos clientelistas que se corrieron hacia el CD son los del segundo grupo; y Duque y Carrasquilla lideran a los “nuevos” tecnócratas neoliberales que improvisan en todo.
Por supuesto, ahora están más divididos e inconformes que antes; piden en forma simultánea, beligerante y desordenada “mano dura” contra los estudiantes y las protestas sociales, no apoyan el IVA a la canasta básica por temor a un estallido popular, y exigen mayor liderazgo a Duque.
Todos añoran el talante de su “jefe natural” (Uribe). Saben que este logró –por ahora– negociar su impunidad, que fue el principal motivo por el cual escogió a Duque, pero son conscientes (a regañadientes) que solo con un joven “embaucador” y “moderado”, podrían asegurar el triunfo.
Lo que se les ha venido encima a los políticos del establecimiento corrupto no tiene nombre. Y no pueden hacer nada para evitarlo. Ya en el gobierno no podían atacar a Santos porque gran parte de sus apoyos provenían del mismo costal como lo comprueba el “affaire” Pizano-Fiscal-Odebrecht. Están obligados a presentar al Congreso el paquete de reformas tributarias para quedar bien con sus verdaderos patrocinadores de la OCDE. Y así no logren mayores resultados se quedan con el desprestigio de querer “clavar” con más impuestos al pueblo y a las clases medias y de intentar bajarles tributos a los ricos. En fin, se quedan con el pecado y sin el género.
Duque y toda la clase política tradicional es víctima de sus contradicciones. Darío Arismendi, prestigioso periodista de Caracol Radio, recién premiado en España y aleccionado por sus jefes del Grupo Prisa, se atreve a exigir la renuncia del Fiscal General y además, cuestiona a Duque por su endeble personalidad y su falta de liderazgo. Todo “en defensa de la institucionalidad”. Es un síntoma del desespero que se apodera de los círculos del poder.
En Colombia se profundiza la quiebra moral y política de la casta dominante; hace rato los grandes empresarios bajaron la guardia y aceptaron cínicamente su propia corrupción. La degeneración de la oligarquía colombiana que se enriqueció con las economías criminales es absoluta y no la pueden tapar. Además, con Uribe ya quemaron la “carta Bolsonaro”.
Es la hora de los demócratas, pero para aprovechar el momento hay que aprender de los errores propios y de los cometidos por progresistas e izquierdas latinoamericanas. Juego y balón están en nuestra cancha y, por eso, hay que afinar estrategias y puntería.
[1] La OCDE exige como mínimo una draconiana política tributaria para ajustar la situación fiscal del Estado.