Llegaba a Vijes los domingos en la tarde en el bus intermunicipal. Todos sabían que arribaba alrededor de las dos de la tarde con su enorme maleta café, bastante trajinada, a la que le hacía falta la manija; por eso siempre la llevaba sobre el hombro. De él solo se sabía que su nombre era Matías. ¿La edad? Indeterminaba. Bien podría tener cincuenta años que setenta.
Apenas reunía parroquianos, comenzaba a darle órdenes a la peligrosa serpiente que traía en la valija. Tan mortífera era, que jamás la abrió. Solo le gritaba: “Quieta, Margarita, que primero fue el niño Dios que vos”.
Y aunque las cabezas de varios curiosos se asomaban al ruedo, jamás quisieron descubrir que había adentro, porque él los amenazaba. “La mordida de este animal es mortal, así es que, si no quiere ver a sus deudos tomando tinto en un velorio, mejor ni se acerque”, advertía, para –con sutileza—desempacar de una bolsa toda suerte de ungüentos que servían para curar la artritis, el mal de ojo, el asma, el cáncer, las cefaleas y hasta los dolores de un amor incomprendido.
Logró interesar así a un buen número de personas que le compraban la mercancía hasta que un día, sin mayor explicación, desapareció. No volvieron a ver al culebrero que amenazaba con la temible serpiente, de no se sabe cuántos metros, a la que jamás vieron y que el misterioso hombre portaba en su maleta.
La historia vino a mi memoria ahora que el presidente anda con el cuento de que la vacunación masiva comenzara el próximo 20 de febrero y que la meta, a diciembre, es haber inoculado con la “mágica poción”, a por o menos el 70% de la población colombiana.
En las ruedas de prensa y en sus intervenciones en el aburrido telemagazín que transmite todos los días el asunto suena interesante. Sin embargo, el gran interrogante es: ¿en este país, que ocupa un deshonroso puesto entre los más corruptos del mundo, será posible que esas dosis biológicas lleguen a la gente que las necesita? Al margen de si son efectivas o no, la cuestión es si el volumen de vacunas, muy costosas, por cierto, no se pierden en el camino por la magia de birlibirloque y lo más probable es que nunca terminen entre los más vulnerables.
Para nadie es desconocida la serie de escándalos que se produjeron en el 2020 por malversación de fondos en la compra de medicamentos o la destinación inapropiada de ayudas humanitarias. Los roedores de siempre, aquellos que no faltan en el sector público o privado, se encargaron de que desaparecieran y, en la mayoría de los casos, se desconoce cuál ha sido el curso de esas investigaciones.
No es por ofender a Matías, el culebrero de Vijes, pero el presidente Duque le está haciendo competencia con tantos anuncios, al tiempo que pone un velo de misterio alrededor del proceso de compra, bajo el argumento de cierto grado confidencialidad que no se puede violar por acuerdo tácito con las multinacionales que las producen.
Como decía el eterno notario del pueblo, don Angelino Barco, tomando tinto en la cafetería de doña Josefa García: “Amanecerá y veremos”. Esa expresión resumía la incredulidad, la misma que nos asiste como parroquianos del común, frente a los anuncios rimbombantes del presidente Duque en torno a la vacunación, y el temor de que la mano gigante y tenebrosa de la corrupción no vuelva a hacer su aparición ante la indiferencia de los entes de control.