Todo Estado representa simbólicamente la relación primaria de los humanos con la autoridad, por tanto integra elementos psicológicos y normativos basados en un marco externo que regula las relaciones sociales y la elaboración psíquica de la angustia, la rabia y la agresividad.
Inicialmente, en los albores de la cultura, la horda primitiva, encabezada por uno o varios machos dominantes, regulaba la norma, dirimiendo las diferencias a través de vías de hecho; es decir, la violencia como forma de intimidación y sometimiento al más fuerte. De tal forma, reparar la falta y conseguir sosiego a la ira consecuente se encontraba en manos de todos. Esta dinámica que regulaba lo bueno, lo malo, lo justo e injusto derivó en un estado de barbarie extremo y enfermizo, que hizo necesario plantear y construir un nuevo modelo en el que la relación entre semejantes estuviese supeditada a un marco armónico y razonable para la convivencia. Fue así como la justicia en manos de todos pasó de un orden real de hechos violentos a un orden reflexivo, el del derecho.
Psicológicamente, bajo este nuevo pacto social, cualquier víctima podría encontrar a través de la justicia estatal la mediación de la ira, logrando mitigar la agresividad; es decir, la violencia manifiesta en el daño a otros o así mismo. Sin embargo, cuando un Estado deambula en la ambigüedad entre el orden constitucional y la ineficacia para implementarlo, tal cual ocurre en Colombia, el procesamiento del malestar se expresa de maneras distintas. En este sentido, algunos podrán reprimirlo a través del perdón, otros utilizarán la protesta ciudadana “permitida” por la ley, mientras otros recurrirán a modos ilegales de hacer justicia, tomando en sus manos el mandato de un gobierno ineficaz y ajeno a su responsabilidad como órgano regulador del bienestar social.
En términos de expresión psíquico-emocional, a causa del Estado fallido emerge la angustia individual y colectiva, confrontando al sujeto a una realidad regulada por un tercero oprobioso que nadie detiene, limita y sanciona, por tal razón la falta de quien lo proteja y lo preserve produce la sensación desesperanzadora de ser tratados como “cosas”, objetos desarticulados y desarraigados, proclives al abuso sistemático, la indefensión y la victimización.
En este contexto, las masacres del último mes, los asesinatos sistemáticos a líderes sociales, el orden y el caos regentado por bandas emergentes en el territorio nacional, la improvisación frente a la pandemia, el cinismo de una clase gubernamental que se enfrenta con rabia a la justicia y un presidente que parece más un coach que un estadista, están consolidando con creces el retorno a la horda primitiva, en la cual la autoridad, el orden y la norma son potestad de aquel o aquellos que a través de la fuerza intimidan y doblegan la estima de toda una sociedad, transformando a los individuos en objetos a la deriva de la inoperancia gubernamental
¡Gracias, presidente, la historia lo recordará como el personaje que más influyó en el deterioro de la salud mental de los colombianos!