Duque en su laberinto

Duque en su laberinto

Como escribió Fitzgerald: “El momento más solitario en la vida de alguien es cuando ve cómo su mundo se desmorona, y todo lo que puede hacer es mirar fijamente”

Por: LUIS FELIPE VÁSQUEZ ALDANA
abril 09, 2020
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Duque en su laberinto
Foto: Twitter @infopresidencia

Gabo en su novela El general en su laberinto nos narró el terremoto psicológico que vivió el general Simón Bolívar al ocaso de su carrera. La infinita complejidad de esta historia bien podría encarnar la conmoción psíquica que vive hoy nuestro mayor dirigente Iván Duque, pero con la diferencia que este no es el fin de su periodo, sino el principio. Y un principio que no solo aplica para él, sino para todos los líderes del país.

El general en su laberinto fue dedicado a Álvaro Mutis, dilecto amigo de Gabo, y fue escrito quizá a la altura que “partía los palitos” con su otro dilecto amigo, socio y editor, José Vicente Kataraín. A lo mejor, Kataraín, premio extraordinario del gobierno colombiano en 1984 en atención a las exportaciones de su editorial Oveja Negra, extraviaba el brillo sagaz de sus ojos de tigre y su corona de Rey Midas hispanoamericano, descorchaba piedras preciosas a un destino irremediable en finales del 89. Claro está, que si alguien sabe de primera mano sobre libros y Gabo es José Vicente Kataraín.

Kataraín es de los pocos amigos entrañables y vivos de Gabo, y en la fortuna de los matices del azar o, tal vez, en la resonancia del universo respecto a nuestras íntimas intenciones, logré conocerlo, recibir sus magistrales enseñanzas, sus historias de antaño y, sobre todo, trabajar mi proyecto con él. Ahí, en medio de todo, el día que Katarían publicó mi libro, al son de copas de lanzamientos en Bogotá, sin la más mínima gota de nostalgia, como si Gabo aún viviera en sus ojos, me dijo: “Gabo era un genio”. Y es que la genialidad de Gabo radicaba, en parte, en narrarnos el poder. Gabo decía que procuraba hablar de tres cosas sobre espíritu humano: del poder y del amor, y en el interludio de las dos, la soledad. Y es como si Gabo nos quisiera enseñar que todo hombre en posición de poder siempre rodeará el laberinto de la soledad. Tanto así que la descripción de la soledad de los líderes no es algo de la ficción, sino de la realidad. Incluso abordada desde otros escritores, F. Scott Fitzgerald nos dijo, por ejemplo: “El momento más solitario en la vida de alguien es cuando ve cómo su mundo se desmorona, y todo lo que puede hacer es mirar fijamente”. Y es que por lo general, su mundo, es el mundo que gobiernan.

Hoy encontramos esa soledad en la mirada angustiosa de nuestro primer mandatario Iván Duque, y, además, en la de cada uno de nuestros líderes. Lo cual, para algunos, invita a una introspección de solidaridad sin los menores asomos de tintes y sombras. Solo es de observar esta tregua cósmica, donde se ha aflojado con breves bríos las polaridades babilónicas del quehacer ideológico y político; o mejor dicho, al unísono, hemos distinguido al enemigo afuera y no en nuestras crepusculares divisiones internas.

No tendré que decir que recuerdo que cuando José Vicente Kataraín me publicó aquel libro, posteé en mis redes una foto donde Iván Duque lo leía en su mano. No tardó mucho tiempo, cuando el 49% de mis contactos se desaparecieron, se dividieron como si mis redes fuesen el paraninfo de una Asamblea Constituyente posterior a la Revolución Francesa y no se entendiese por completo que el arte no es de primacía una posición política, sino que sigue siendo el confuso compendio entre la disciplina estética, el convenio con nuestros ancestros y un negocio bien malo perdido con el ego. Un primo (Baldo Aldana) en Sahagún, obvio a razón de no verme en treinta años, me dijo: “Primo, yo pensé que eras de Petrosky”. Hubo un comentario que me gustó aún más, aún en las infusiones de los malestares que me produjo en mis vísceras canónicas; una colaboradora me dijo un día: “Jefe, yo creo que desde que Duque salió con su libro, su libro no se vende”. Toda una barbaridad episcopal, pensé en aquel entonces. Y es que el inconsciente colectivo de nuestros ideales estaba tan dividido, que parecía los hemisferios del cerebro biológico, juntos pero no revueltos. Desde luego, pese a la polaridad característica, hoy la pandemia está llevando a los humanos a un movimiento hipodérmico de equilibrios naturales que pretende, queramos o no, sanar heridas que aun el arte y los lazos afectivos inconclusos no lograron sanar.

Para terminar, “es que la crisis no es tiempo de hacer política”, como recientemente le dijo Duque a William Vinasco en una entrevista refiriéndose a la maquinita que le iba a regalar Maduro.

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