Duque no es sarcasmo ni ironía, sino maldad pura. El dueño de colegio sabe que él es culpable, pero no puede castigarlo.
Él es hijo del dueño de la tula, el mismo que compró los tableros de la cancha, la primera piedra de la sala de informática, los portales de la entrada y el primer lote de libros de la biblioteca.
Por eso en los partidos de fútbol, aunque no sepa la diferencia entre un empeine con el que se patea y un empeine de los que producen pecueca, escogerá quién, cómo y dónde juega. Y no me le haga caras, porque el muchachote es el dueño del balón (otra vez la sonrisita).
Además, a la hora de castigar penaltis, todos deberán colocar la pelotita en un montículo para que el nenón le dé con fuerza. Eso sí, si usted es el arquero, ni se le ocurra taparle el gol. Pero, fresco, que ya se arregló el travesaño, solo haga creer que está asombrado.
Así mismo, durante la merienda, él no hace filas como los hijos de los cristianos comunes y corrientes, ya la responsable de la tienda le ha apartado las mejores empanadillas al gordito (otra vez la maldita sonrisa).
Y a la hora de hacer exámenes, saca las mejores notas. "¡Tómenlo como ejemplo!", grita la seño Paloma, mientras que los otros profesores (Hommes, de ética; Ordóñez, de religión; y Pachito, de manualidades), asienten orgullosos con la cabeza (se ríe otra vez el bellaco).
Al final del periodo lectivo, Duque iza bandera y recibe honores, mientras los demás perdemos el año.