Hay una frase mexicana que podría explicar bien la razón de la denominada Ley de Solidaridad Sostenible del presidente Duque. El término manito reza: “El año de Hidalgo, chingue a su madre el que deje algo”. Traducido a términos colombianos, es algo así como “El año de Hidalgo, la madre pal que deje algo”. Esta frase, usada en México cuando se apura un trago de un solo sorbo, es decir nuestro popular “fondo blanco”, puede explicar las razones por las que Duque se atreva a proponer como en un suicidio político el exabrupto de una reforma tributaria que, si bien es cierto es necesaria para paliar la crisis derivada de la pandemia, tiene el característico atributo de los gobernantes representativos de las clases privilegiadas de pasar el sombrero entre los más pobres y no entre quienes perciben más ingresos, como bien se evidencia en algunos de sus fragmentos.
O cómo explicar que en algunos de sus apartes se hable de “impuesto temporal y solidario a la riqueza” o del “impuesto temporal y solidario a los ingresos altos”. Este último comienza en el articulado con la frase: “Se crea el impuesto solidario para los ingresos altos, desde julio de 2021 hasta diciembre del mismo año”. El subrayado es mío. Resalto el término porque aún en mi ignorancia, no veo que sea muy difícil interpretar en tales títulos que a los ricos se les pongan impuestos temporales y a los pobres se le apliquen progresivos y permanentes. De julio a diciembre del mismo año, si no estoy mal solo hay seis meses [1].
La primera vez que tropecé con el término del “año de Hidalgo” fue en un libro de Germán Castro Caicedo sobre los inmigrantes que pasan por el “hueco mexicano”. Básicamente, la explicación que le dio un colega azteca al buen cronista zipaquireño fue que en el último año del periodo presidencial o de algunos altos funcionarios del estado centroamericano se acostumbra por parte de la administración, desde los más altos burócratas hasta los empleados rasos, no solo a arrasar de manera inmisericorde con el presupuesto que se les ha asignado, sino incluso llevarse, como si fueran objetos personales, desde muebles y artículos de oficina hasta objetos que no deberían ni siquiera estar inventariados como las griferías de los baños.
La polémica costumbre también abarca entregar contratos de forma irregular, designación de empleos en plazas definitivas entre amigos y recomendados y la autorización del incremento de salarios sin razón justificada. Menciona el portal web mexicano Animal Político que “Con frecuencia —sobre todo en gobiernos locales— 'desaparecen' escritorios, computadoras, automóviles o se vacían cuentas bancarias”. Una práctica que es más notoria en los meses de transición de un gobierno a otro y que se marca aún más cuando el gobernante que se va a posesionar es un rival de turno o pertenece a un partido político diferente a este.
El punto es que en Colombia también existe esta costumbre. Se llama “raspar la olla” y es lo que pretende Duque con su reforma tributaria. Duque, al igual que Don Armando en Betty, la fea, necesita librar su imagen del escarnio y para ello, de la misma manera que el gerente de Ecomoda, se la pasa maquillando cifras todas las tardes por la televisora. Pero aún hay más. Sabe que todo expresidente sale “luqueado” del poder. Debe ver en el Palacio de Nariño con frecuencia los retratos de Pastrana, Uribe y Santos y se dirá a sí mismo: “Este es el año de Duque, debemos enriquecernos antes de que mi mandato caduque”.
[1] Proyecto de Ley de Solidaridad Sostenible
