Sin necesidad de protestas que lo acosen y pidan su renuncia, el presidente Duque es el presidente más débil de toda Sudamérica. Duque tiene en contra no solo la opinión pública sino a la mayoría del Congreso. Eso se expresó con la renuncia del ministro de Defensa motivada por la moción de censura que hace curso en el Senado.
Y, además, su partido CD acaba de perder catastróficamente las elecciones regionales y sufre una fuerte división interna. Por ello, Uribe quiere demostrar que él nunca ha sido de extrema-derecha.
Duque está más débil que Vizcarra en Perú que aunque llegó de repuesto de Kuczynski, por lo menos se atrevió a cerrar el Congreso con el apoyo popular. Más inestable que Moreno en Ecuador que logró ganar tiempo, desmontó rápido la protesta y todavía tiene apoyo en la Asamblea y en los gremios. Más acorralado que Piñera en Chile, que está golpeado pero no contra las cuerdas. Y más nervioso que Maduro en Venezuela, que logró calmar las aguas después de los intentos de derrocamiento y de bloqueos diplomáticos.
¿Cómo se explica que Duque haya acumulado tanta debilidad? ¿Cómo entender que sin grandes conmociones sociales Duque tenga tan poca capacidad de maniobra?
No quiero decir tampoco que Duque esté al borde de un colapso político pero se lo ve perdido, acorralado, casi ausente, sin norte, dando palos de ciego. Y, además, no aprende. Duque parece que se preparó para ser un eficiente y obediente burócrata pero no para gobernar. Además, fue elegido en un instante en que las mayorías quieren consolidar la paz mientras su jefe quiere la guerra. Tamaño reto requiere de un gran líder que entienda el momento histórico.
Si el pueblo se movilizara otro gallo cantaría, pero en Colombia la gente no protesta masivamente (más allá de un sector de los jóvenes) porque todavía pesa mucho la carga negativa de las Farc y lo de Venezuela. Ello hace que el miedo sea más fuerte que la inconformidad.
Y, por otro lado, el pueblo no percibe la existencia de un bloque democrático-popular consolidado. Los llamados “alternativos”, “izquierdas”, “progresistas”, piensan más en sus pequeños intereses de grupo que en el futuro de la nación. Y, por otro lado, los Gaviria, Vargas Lleras, Benedetti y demás, juegan a ver cómo le sacan provecho a esa debilidad.
Por eso la gente no se mueve. No obstante, hay que reaccionar y sintonizarse con las necesidades de las mayorías. Después de los desvaríos, despistes y desencuentros ocurridos en la campaña electoral de localidades y regiones, se necesita un reencuentro creativo.
Es posible que los que quieren revivir la guerra y mantener la falsa polarización entre uribistas y antiuribistas, no les importe aprovechar la debilidad de Duque para generar un caos o un amago de crisis. Hay que estar alerta con las operaciones de falsa bandera que es la única manera que tiene la derecha para hacer crecer a los supuestos enemigos internos. Así, podrían orquestar una cacería de brujas contra los “violentos” y los gestores del complot.
Por ello hay que seguir llamando a Duque a aliarse con las comunidades y a cambiar de rumbo. En vez de querer “tumbarlo” hay que tratarlo como un niño perdido, como un adolescente sin rumbo, como un subordinado que debe abandonar la sombra de su jefe que no lo deja avanzar.
Y aunque estamos de acuerdo en que se debe impulsar el Paro Cívico del 21-N (aunque casi siempre los “paros programados” no pasan de un día), los dirigentes sociales y los verdaderos demócratas deberían estar organizando a un gran encuentro democrático para unificar una sola posición y demostrarle a la gente que de verdad están pensando en grande.
Solo así podremos avanzar y dejar atrás los fantasmas que tanto nos pesan. Solo así haremos que la vida nos dé sorpresas y liberemos las energías transformadoras que están allí latentes.