Luis Carvajal acertó plenamente cuando, en una columna suya en el diario El Espectador, calificó al presidente Iván Duque de “recursivo jefe de una oficina de desastres”. Porque eso es exactamente lo que es Duque, el gestor del desastre de la pandemia, que por serlo no desentona demasiado con el resto de sus colegas del resto de las Américas, empezando por quien está a la cabeza de todos ellos, quien marca la pauta: Donald Trump. Y no crean que suscriba el calificativo utilizado por Carvajal para sumar un insulto más a los muchos que emplean los colombianos que están en la olla para referirse al presidente que surgió de la nada. Y de los votos de la mafia. No. En realidad ese calificativo es preciso e inclusive técnico, si damos crédito a la sólida fundamentación del mismo expuesta por Naomi Klein, en un libro de referencia: La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre.
Publicada en 2007, la obra demuestra de manera convincente que el modelo neoliberal de gestión de la economía y la sociedad se ha impuesto en todas partes mediante la estrategia del shock. El golpe demoledor a la conciencia de una sociedad que la confunde hasta el punto de paralizar su voluntad e inhibir gravemente la resistencia a la imposición de ese modelo depredador. Hoy, cuando el neoliberalismo reina urbi et orbi, habría que revisarlo, pero no para corregirlo o desmentirlo sino para añadir una coda. El neoliberalismo no solo se impone por medio de la catástrofe sino que se perpetúa gracias a ella. Como lo está demostrando de manera tan flagrante como dolorosa la actual pandemia, con su inesperada capacidad de paralizar al mundo, aturdir las conciencias y paralizar la voluntad todos y todas.
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El neoliberalismo no solo se impone por medio de la catástrofe sino que se perpetúa gracias a ella
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Eso de que nadie la esperaba podrá ser cierto, pero lo es todavía más que los que supieron de inmediato como sacar beneficio de ella son los neoliberales. Porque en la misma semana de marzo en la que la OMS decretó la pandemia, todos a una, como en Fuenteovejuna, se apresuraron a imponer con la fuerza de la ley medidas destinadas a salvar de la quiebra a la banca internacional y al gran capital. Y a asegurar sus beneficios futuros. Washington fue una vez más el faro que ilumina los corazones de los neoliberales del mundo. La semana de marras, demócratas y republicanos, partidarios de Trump y vociferantes adversarios suyos, sumaron sus votos para aprobar en el Congreso el aval para la emisión por la Reserva Federal de la astronómica cifra de 2 billones de dólares. Las 2/3 partes destinadas a refinanciar a bancos y empresas abocadas a la quiebra y solo la tercera parte a subvenciones a los millones de desempleados generados por la crisis disparada por la pandemia. Entonces eran 30 millones, ahora son 42 y solo una fracción ha recibido por una vez un cheque de 1.200 dólares. Igual sucede con la ayuda a las empresas: las mega empresas se beneficiaron de inmediato de la compra multimillonaria de sus acciones, mientras las pequeñas y medianas aún lucha por escalar la montaña de papeleo que les exigen remontar para concedérselas.
En Colombia, como bien sabemos, tres cuartas partes de lo mismo. También en marzo, el gobierno de Duque aprobó la concesión inmediata de 30 billones de pesos de subsidios a las mega empresas, sin que me quede claro si esa cifra incluye a las pensiones privadas de cuyas obligaciones se hizo cargo graciosamente Colpensiones, valoradas en 4, 6 billones. Para hacer frente a estas gigantescas ayudas, Duque aprobó un incremento de 40 billones de la deuda pública, para enorme satisfacción de la banca privada que hoy como nunca se congratula de la inacción del banco emisor: no admiten competencia. Y no me voy a extender en los subsidios a los trabajadores formales y menos los debidos a los millones que son víctimas del empleo “informal”, porque de su dificultad, lentitud e indignante insuficiencia estamos más que enterados.
La pandemia es una catástrofe y el neoliberalismo la está explotando a fondo en su beneficio, convencido, además, que seguirá tan campante. Hasta la próxima catástrofe.