El 21N fue para mí un suceso vital porque volví al presente pasados e inolvidables episodios como el de ese día; porque sentí reales y justos los ideales por los que siempre he luchado y sobre todo porque aprendí en la práctica la teoría de una nueva forma de lograr esos ideales y aspiraciones sociales.
Con unos amigos estudiantes, me sumé a la marcha que venía de la Universidad del Valle a integrarse con la gente que se reunía en la Plaza de las Banderas en Cali. El gentío era enorme, 5 veces más de los 20 mil de que habló el alcalde. Alrededor de las 10:00 a.m. arrancó la marcha con destino al CAM y fueron más de 25 cuadras las que se vieron colmadas por una multitud de gentes todas entusiastas, alegres, decididas. Negros, blancos, indios, hombres, mujeres, jóvenes, viejos y niños. La mayoría vistiendo camisetas blancas, muchas con leyendas alusivas al paro en pechos y espaldas. Oportuno y avisado, un vendedor ofrecía implementos para el evento: vuvuzelas, pitos, pañoletas, gorras, etc. Compré una de aquellas, la que hice sonar durante toda la marcha uniendo su sordina estridente, al bullicio que resonaba en el aire y cubría toda la marcha con gritos, cantos, consignas, pitos, tapas y arengas. Un caos autoordenado, indescriptible y emocionante.
Innumerables carteles, pancartas y banderas portaba la muchedumbre. Las leyendas de aquellos eran variadas, y quienes los portaban los lucían y levantaban orgullosos para mostrar más su ingenio que su arte, pues se trataba de cartulinas pintadas y escritas por cada quien, nadie se las había entregado ni las habían tomado en un reparto. Pura y simple creación espontánea, como espontánea era la marcha en sí misma. “Mamá si no regreso, fue el Estado”. “Uribe te metiste con la generación equivocada”. “Hoy tengo clase de democracia, esta es mi salida pedagógica”, rezaba el cartel de dos hermosas adolescentes. “Nos indignaron, hasta que nos juntaron”. “No lucho porque me falte algo, lucho porque a otros les falta todo”. “Trump ya lo dijo, Duque es un buen muchacho, no hace nada y Uribe lo tiene de un cacho”. “No más odio, ya no más uribismo”. “Nuestra lucha es sin capucha”. Y así se expresaba el carácter y talante de la marcha.
Las consignas a su vez surgían ingeniosas, se repetían individualmente y en coro, sin necesidad de leer papeles escritos previamente repartidos. Por supuesto, no faltaban las tradicionales de “el pueblo unido jamás será vencido” o la de “Uribe paraco el pueblo está verraco” que con las vuvuzelas hacíamos resonar acompasadas. La creatividad colectiva era más enjundiosa cuando se tomaban elementos típicos locales: “Agua e’ lulo, agua e’ lulo, el gobierno vale un culo”. “Limón limonada, el gobierno no hace nada”. “Borojó, borojó el gobierno se jodió”. “Granadilla, granadilla ese Duque es pesadilla”. “Cholao cholao, Uribe está alocao”.
La marcha no estaba libreteada. Todo surgía libre y con espontaneidad. Fue el caso de la pareja de adultos mayores que desde su balcón del 3er. piso de un edificio, se adelantaron a los cacerolazos de la tarde y golpeteaban tapas y peroles con tanto gusto y energía, que muchos no pudimos evitar enviarles besos volados. O como el de los estudiantes de un colegio de secundaria que salieron por una esquina y con su enseña y camisetas rojas se integraron a la marcha. Calle de honor se les hizo para recibirlos. O como también las coreografías y bailes que seguían el ritmo de tambores y vuvuzelas o la danza de salsa que inspiraba a alguna bailarina.
Y todo a cielo abierto, sin capuchas, ni tapa caras, sin disfraces, con las ropas del día, sin tapujo alguno, definitivamente fue una marcha plena de autonomía colectiva. Nadie mandaba y sin embargo el colectivo operaba al unísono. El partidismo no apareció salvo en las pancartas de los opositores. Pero no más. Todo fue obra del querer pensado de la gente, caos ordenado.
Al cabo de unas tres horas, esta marcha del sur llegó al CAM, donde no cabía un alma más, pues las otras programadas ya habían hecho su arribo. Vi lo que le costaba a la gente salir de allá y resolví regresar. Tuve que hacerlo a pie, como muchos otros que formaban ríos de gentes que se dirigían a sus casas del sur de la ciudad, felices de haber cumplido consigo mismos y con su comunidad. Este sacrificio daba mucho para pensar, había algo nuevo en el contenido de la protesta social. De otra parte, todo estaba cerrado, no había transporte alguno, una que otra motocicleta de la policía. El paro era total como lo fue la marcha.
Luego de oír al presidente Duque decir que iniciará una conversación nacional, que fortalezca la agenda vigente de política social, recordé la humilde cartulina que portaba una joven en la marcha y que por su profunda significación resume el carácter y el querer colectivo: Duque, desmovilícese.