Después de 15 meses en la Presidencia, el diálogo de Iván Duque con un importante sector de su partido, el Centro Democrático, que lo llevó al Palacio de Nariño, parece roto. Las críticas a su gestión pasaron de ser un comentario de pasillo a una declaración abierta contra sus decisiones.
Al principio le tuvieron paciencia, pero con el paso del tiempo los uribistas purasangre, quienes quieren borrar toda estela santista del gobierno, fueron quedando al margen de cualquier decisión. La senadora María Fernanda Cabal no ha ocultado su molestia con el presidente, e incluso aseguró que los ministros no la representaban. Y es que el presidente Iván Duque conformó un gabinete con dos caras: los técnicos que tienen una hoja de vida calificada y los que contaron con el espaldarazo del expresidente y senador Álvaro Uribe, con gran experiencia política. Duque no tendría el peso para pedirle cuentas a sus ministros y les entregó el manejo de las carteras sin hacerles una vigilancia constante.
Desde las esferas de poder más altas del partido los dardos no se han hecho esperar. El exministro Fernando Londoño nunca ha ocultado su molestia con el presidente, a quien no apoyó en su precandidatura presidencial —apoyó a Rafael Nieto Loaiza— e incluso lo calificó de santista y le hizo la sugerencia de buscar otro partido para llevar adelante su candidatura.
Lea también: El presidente que no oye
Tras su victoria, más que un respaldo Fernando Londoño, presidente honorífico del Centro Democrático, se convirtió en un duro veedor de la gestión del presidente, a quien rajó cuando se cumplió el primer año de su gobierno: “la seguridad es un desastre […] Y la columna dorsal de la seguridad, la lucha contra el narcotráfico, una calamidad”. Así, Londoño repasó los puntos centrales del gobierno Duque y poco fue lo que reconoció en su gestión. Eso sí, le hizo un llamado con bastante ironía: “Es tiempo de hondas reflexiones y valerosas decisiones. Todo está en manos de persona tan excelente como el Jefe del Estado”.
Otro de los que ha tomado distancia frente a Duque es el presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie, quien además fue el candidato del Centro Democrático para aspirar a la Contraloría General de la Nación; el presidente terminó dejándolo colgado de la brocha. Lafaurie no ocultó su molestia en el partido cuando fue derrotado por Felipe Córdoba, apoyado por su corterraneo César Gaviria, el Partido de la U y el vargasllerismo. Lafaurie se metió en la pelea por sugerencia del propio uribismo y nunca hubiera aceptado de saber que no iba a ser respaldado por el partido. A pesar del desplante, mantuvo su respaldo a Duque, pero al ver que sus consejos no están siendo escuchados, principalmente en el sector del agro, decidió no dar más la pelea por el gobierno.
La posición de otro uribista purasangre como lo es Rafael Nieto Loaiza deja ver que Duque ha estado perdiendo el respaldo de las personas más arraigadas en la ideología del partido. Nieto Loaiza, exviceministro de Defensa y precandidato presidencial que perdió frente a Duque, no se ha guardado nada y no ha dudado en afirmar que el presidente es uno de los que tiene responsabilidad frente a los malos resultados que obtuvo el Centro Democrático en las pasadas elecciones regionales, en las que, a pesar de haber conquistado más alcaldías y gobernaciones, perdieron ciudades tan importantes como Montería o la misma Medellín, cunas del uribismo: “Yo percibo en algunos miembros de la bancada en el Congreso, en la dirigencia regional del Centro Democrático y en la base del partido un cierto malestar por la forma en que se desarrolla la gestión del presidente Duque y que hace una evaluación negativa de los resultados obtenidos en las elecciones regionales. Nuestra gente exige cambios en la gestión presidencial y en el partido”, dijo Nieto Loaiza en una entrevista publicada en Las2orillas.
Para muchos dentro del Centro Democrático, el presidente se ha dedicado a complacer a todos los sectores menos al suyo. Según varios integrantes del partido, el reclamo hacia Duque no es para que les entregue puestos, sino para que gobierne con las personas que durante los ocho años que ejercieron la oposición a Santos y trabajaron aplicadamente para llegar a la Casa de Nariño o conquistar las curules que hoy ocupan en el Congreso, ahora puedan trabajar desde el Estado.
Lea también: Los de Duque y los de Uribe: los dos combos del gabinete
“¿Cómo es posible que haya nombrado a Francisco Echeverri como vicecanciller?” Es uno de los reclamos que le hacen a Duque. Echeverri, con una larga trayectoria, se ha desempeñado como director administrativo y financiero de la Cancillería, ministro plenipotenciario y durante el gobierno Santos fue viceministro de asuntos multilaterales, algo que no le perdonan a Duque dentro del Centro Democrático. Dar continuidad en un cargo tan clave, con un cambio radical de política exterior, resulta inexplicable para un partido de gobierno
Pero donde parece haber mayor inconformidad es entre los congresistas del Centro Democrático. Más de la mitad entre senadores y representantes aseguran que el presidente no ha querido darles juego ni los tienen en cuenta para tomar decisiones. Es el caso de los representantes Álvaro Hernán Prada, Cristian Garcés, Edward Rodríguez o el mismo Gabriel Vallejo, quien renunció a la vocería del partido en Cámara por la desconexión y el poco interés que tiene el gobierno por escucharlos. En el Senado el panorama tampoco mejora, y senadoras como Paola Holguín, María Fernanda Cabal, Nicolás Pérez —sobrino del gobernador de Antoquia, Luis Pérez— o Carlos Felipe Mejía, todos de la línea dura del partido, no encuentran ningún diálogo con el presidente o sus ministros. Una fuente dentro de la bancada que prefirió mantener su nombre en reserva aseguró que ya ni ganas le dan de salir a defender a Duque y su gestión en el Congreso.
El margen de maniobra del presidente no es mucho porque tiene una jauría de copartidarios que lo quieren ver actuando con firmeza mientras que por su talante Duque busca el centro y conciliar hasta donde puede. Con esta facción dura no la tiene fácil en un momento en el que enfrenta una explosión ciudadana que convoca a diversos sectores inconformes con su gestión, pero parece que no podrá resguardarse en las toldas de su partido, espectadores de una nueva crisis que el presidente tendrá que capotear en soledad.