Hace algunos años participé en un congreso de historia de las ciencias y una de sus conferencistas invitadas era una experta en manuscritos antiguos. Había que hacerle un regalito a la doctora y me confesó que le gustaba mucho aquella balada ochentera Dueño de Nada Imagino que la respetada académica no se atrevía a comprar el disco en su ciudad de origen así que tuve que ir a una tienda de discos, de las que ya no se ven, a comprar el casete, que ya tampoco se ve, del Puma. Y me dejó pensando la canción de José Luis Rodríguez pues algo debía tener que a esa célebre intelectual le gustaba. Hoy creo haber descubierto la profunda filosofía de la letra si la cambio un poquito a “Dueño de mí... ¿dueño de qué?…dueño de nada”.
Partamos del cadáver. Rutinariamente creemos que poseemos nuestro cuerpo pero el muerto ya no es dueño de su cuerpo aunque hay que respetar su cadáver. Nuestras familias, a veces con una educación sólo elemental, tras un largo, justo y admirable duelo lo saben. Siempre dicen mi hijo, mi esposo, mi papá año tras año. Y hay que respetar ese sentimiento. Pero, ¿qué es lo que se posee con ese adjetivo posesivo mi? Evidentemente no son unos fragmentados huesos sino lo que significan, la persona misma en su más puro sentido filosófico. Las familias no saben fenomenología o personalismo pero lo saben: uno es lo que significa uno para los demás. Imaginemos un universo donde estuviéramos absolutamente solos, quizás seríamos algo pero también seríamos nadie. Como Ulises en La Odisea al llamarse Nadie para engañar al cíclope Polifemo antes de enceguecerlo. La mirada del otro nos crea y recrea en el tiempo, no nos poseemos del todo ni en la vida ni en la muerte.
Estas consideraciones son importantes cuando se solicita permiso para realizar una autopsia. Hay una historia terrible y hermosa que ilustra lo que es y significa un cadáver. En 1941 la médica Charlotte Pommer reconoció entre los cuerpos que debía disecar los de amigos suyos encarcelados y ejecutados por el régimen Nazi. Eso la llevó a renunciar a su posición académica y participar en la resistencia a Hitler. Un cadáver no es nunca un montón de carne y órganos aunque su “propietario” no viva. Lo que pone en duda la frecuente aseveración que somos dueños de nuestros cuerpos: no somos dueños de nuestro cuerpo ni nosotros ni los demás. No podemos poseernos como una cosa pues somos siempre alguien, vivo o muerto, para nosotros y los demás.
Pasemos a nuestras células y tejidos, ¿somos dueños de ellos? Las células HeLa se llaman así porque provienen de una paciente, Henrietta Lacks, que murió en 1951 de cáncer de cuello uterino. Son las primeras células humanas clonadas que puestas en cultivo se reproducen permanentemente. Hasta el día de hoy sobreviven y se han producido unas veinte toneladas de ellas. Se han usado en centenares de investigaciones y ya en los años cincuenta fueron útiles para el desarrollo de la vacuna Salk contra la poliomielitis.
Aspectos legales de la propiedad y uso
de las células HeLa
demuestran que uno no es dueño de sus células
Podemos preguntarnos, ¿eran esas células de la señora Henrietta? ¿Podían entonces heredarlas sus descendientes? La jurisprudencia norteamericana decidió que no y los parientes nunca han recibido ninguna compensación económica. En una entrevista una de las nietas contaba que siendo ellos afroamericanos pobres no podían pagar el precio de las vacunas desarrolladas gracias a las células de su abuela. En resumen los aspectos legales de la propiedad y uso de las células HeLa demuestran que uno no es dueño de sus células.
Pasemos a los genes ¿somos dueños de las moléculas que fundamentan nuestra herencia biológica? Prosiguiendo con la interesante historia de células de Henrietta Lacks en años recientes se replicó el genoma completo de ellas. La nieta JeriLacks-Whye afirma con razón que es información familiar confidencial que puede llevar a estigmatización y discriminación legal, para seguros y planes de salud por ejemplo, entonces no puede ser usada libremente. Se propone ahora un acuerdo ético exigiendo la aprobación de los proyectos de investigación que usan la información genética de las células HeLa por un comité donde tienen asiento los familiares de la señora Henrietta. Así podrán usarse comercialmente sus células pero no su información genética.
Lo interesante de toda esta complicada historia con sus profundas implicaciones filosóficas, éticas y legales es que al parecer no somos propietarios de nada material como un cuerpo, unas células o unos genes. Somos dueños del significado de lo que somos para nosotros mismos y los demás, de nuestra persona. Somos dueños de nuestra memoria, intimidad y la información que nos habita. Y vuelvo a la canción del Puma “Dueño de Mí…Dueño de nada ni de mis células ni moléculas… Dueño de mi Persona”