En estos días se celebran cinco años del acuerdo de paz de La Habana. Tanto los que participaron de ese acuerdo como sus detractores hacen gala de esta efemérides y plantean sus discursos con claros intereses políticos. Pero la realidad vista en estos años es que no ha habido paz, y los cizañeros de los que nos advirtió el papa Francisco han logrado su propósito de obstruir el desarrollo de estos acuerdos y han dejado pasar pasivamente el asesinato de centenares de excombatientes que creyeron en ese proceso.
Por lo tanto el acuerdo de paz no ha tenido sino el nombre. La paz está por construirse si la cizaña no crece.
De otra parte han pasado dos años de la primera marcha ciudadana del 21N en 2019 en contra del mal gobierno, la corrupción y la violencia institucional.
La más grande en toda la historia del movimiento social y la mecha que se interrumpió por la pandemia pero que continuó en abril de este año, y la más larga por las mismas causas y la propuesta de reforma tributaria.
Al respecto ninguna celebración ni análisis por los grandes medios de comunicación. Pero en la conciencia colectiva quedó grabada esta fecha como un hito histórico del cansancio del pueblo con un régimen que no se resigna a aceptar los cambios estructurales que el pueblo clama con ira.