La relación entre el poderío económico y la cantidad de gases contaminantes que un país o una región emite es estrecha. China, Estados Unidos y la Unión Europea son los responsables de la mayor parte de gases que se han acumulado en la atmosfera y que están afectando el clima global. Con el fin de reducir el efecto contaminante que resulta del actual modelo de desarrollo económico hace unas semanas se llevó a cabo la Cumbre del Clima.
Evitar que la temperatura global se incremente en más de 2°C fue el principal objetivo de la reunión. No obstante en los acuerdos no se logró establecer que las metas sean obligatorias y no se definió mecanismos para vigilar su cumplimiento. En consecuencia el escepticismo frente a la posibilidad de un cambio radical en el manejo ambiental permanece.
No a los combustibles fósiles
Durante los últimos 800 mil años el promedio de dióxido de carbono en la atmosfera ha sido de 250 partes por millón (ppm) y el valor más alto antes de la revolución industrial fue de 300 ppm. En la actualidad se están registrando de forma sistemática niveles de 400 ppm. Las consecuencias de este fenómeno son el aumento en la temperatura del aire y de los océanos, el derretimiento de los glaciares y el consecuente aumento en el nivel del mar, los cambios bruscos del clima y su incidencia en la salud de las personas, la extinción de especies animales y vegetales (el 31% de los anfibios, el 21% de los mamíferos y el 13% de las aves están amenazadas) y los impactos negativos en las cosechas debido a heladas o periodos prolongados de sequía entre otros. Los trastornos graves del clima no sólo ponen en entredicho el acceso al agua y la seguridad alimentaria del planeta, sino que con esto vienen unos profundos procesos migratorios, unas amplias crisis sociales y la posibilidad de enfrentamientos violentos por los recursos vitales.
De acuerdo con Green Peace estabilizar la temperatura global en niveles que no constituyan una amenaza para la humanidad implica que la generación de energía no se haga más a partir de recursos fósiles, y que para 2050 el mundo haya transitado plenamente al uso de energías renovables. Sin embargo los principales obstáculos para llegar a un uso pleno de energía limpia son los intereses económicos de los países productores de petróleo y las ganancias de la industria automotriz. Desde 1900 se ha producido más de dos billones de vehículos. Estas partes no están dispuestas a dejar que en los próximos 25 años 34 billones de dólares se trasladen al sector de energía limpias y renovables.
No a la revolución verde
A finales del siglo dieciocho Robert Malthus estableció una regla matemática, la población crece de forma geométrica mientras que los alimentos lo hacen de forma aritmética. Con el tiempo la tierra no será capaz de ofrecer todo el alimento que el hombre necesita. A medida que crece la población se necesita de más tierra (y de más agua) y por tanto tiende a aumentar la deforestación de bosques y selvas con el propósito de adaptarlos a la producción de alimentos. En el momento en que los alimentos no sean suficientes para el total de la población su crecimiento se regula mediante hambrunas y enfermedades.
Aunque esta verdad es evidente, la profecía de Malthus se disipó desde los años cincuenta debido a la Revolución Verde que estableció una producción a gran escala por monocultivos ayudada por la transformación genética de las especies y el uso de productos de síntesis química (fertilizantes, pesticidas y herbicidas). Se aumentó la productividad de los alimentos a la vez que se consolidó la industria agroquímica, pero por otro lado se aceleró la deforestación y la contaminación de fuentes hídricas y de la atmosfera. El uso de fertilizantes nitrogenados contamina con óxido nitroso, un gas más nocivo que el dióxido de carbono.
Regresar a un modelo de cultivo sin intervención química es fundamental para la salud ambiental del planeta y para la especie humana. La naturaleza es un sistema interconectado que se sabe equilibrar sabiamente, pero la mano del hombre lo ha alterado con consecuencias irreversibles. “En poco tiempo – advertía Masanobu Fukouka en 1975 – el suelo ha sido desposeído de microorganismos y materia orgánica. Se destruyó la vida del suelo y los cultivos se volvieron dependientes de los nutrientes añadidos desde el exterior en forma de abonos químicos.”
En 1800 había un billón de personas poblando el planeta, en 1960 pasamos a ser tres billones de humanos, actualmente se calcula una población cercana a los siete billones y para 2050 se pronostica que habrá 10 billones. La demanda por alimentos para ese año entonces se habrá duplicado, y la industria agroquímica deseará estar presente para transformar estas necesidades alimentarias en dinero.
No al consumismo
Hay muchas cosas que consumimos que no son realmente necesarias, y que al darnos cuenta de la cantidad de agua que emplean deberíamos cambiar nuestros hábitos. El agua, por acción del hombre, dejó de ser un recurso abundante y por esta razón hay que cuidarla. Las estadísticas que presenta el científico computacional Stephen Emmott dan cuenta de ello. Por ejemplo, se emplean 4 galones de agua para hacer una botella plástica de un litro, 19 para producir un chip (útil para el funcionamiento de teléfonos inteligentes, televisores, y cualquier aparato electrónico), 26 para producir una taza de café, 800 para producir una hamburguesa, 2400 para producir una gallina, y 7000 para producir un kilo de chocolate.
En su Ensayo sobre el Principio de la Población, Malthus sostuvo que si los trabajadores se organizan colectivamente y deciden trabajar menos horas al día, igual van a contar con los mismos alimentos y, lo mejor, con un mayor tiempo libre para disfrutar la vida. Sin embargo a la regla matemática que estableció este economista entre la población y los alimentos, es necesario agregarle que el consumo de cosas innecesarias crece a tasas exponenciales creando más presión por trabajar más horas y por la utilización de recursos naturales escasos, empeorando así las condiciones ambientales, las enfermedades derivadas del stress, y acelerando el cumplimiento de la profecía malthusiana.
El abandono del comportamiento consumidor y derrochador es necesario para la conservación de la vida en el planeta. No es una tarea fácil porque desde muy temprano hemos sido condicionados para ser útiles a este sistema productivo a través de la escuela, la familia, los eventos de masas, los lugares de trabajo, los medios de comunicación, y ahora, por las redes sociales. En 1932 en la novela Un Mundo Feliz ya se anticipaba esta lúgubre sociedad donde las mentes eran condicionadas en función de los intereses del sistema. El Director de Incubación y Condicionamiento decía con total satisfacción “la mente de los niños se transforma en esas sugestiones, y la suma de esas sugestiones es la mente del niño, y más adelante también la del adulto, y lo acompañaran a lo largo de toda la vida”.
Es el momento de romper con esas sugestiones. La defensa del medio ambiente y la renuncia al consumismo debe quedar claro que son un mecanismo de defensa que obedece a un instinto de conservación humano, que tras una trabajo bien elaborado de adoctrinamiento que ha hecho la sociedad no alcanzamos a dilucidar. El aumento de la temperatura global en seis grados más para muchos científicos se traduce en la extinción de toda posibilidad de vida humana en la tierra, y que ello no ocurra es solo responsabilidad nuestra.
