Uno cree que ir al concierto de Roberto Carlos con la mamá le sirve para pagar los pecados que acarrea ser el peor de los hijos. Pero no, si a uno le gusta la música, independientemente del género, disfrutará de una de las mejores orquestas de Latinoamerica y además el carisma de un mago como es Roberto Carlos.
Cuando salió al escenario mi mamá me susurró algo que no sabía: cuando este monstruo tenía 6 años un tren le quitó la pierna derecha. Me impresionó ver a este tipo tan alto caminar erguido a pesar de su pata de hierro y sus 78 años. Sumido en mi adicción a los Rolling Stones a veces tiendo a creer que el único viejo poderoso e imbatible es Mick Jagger. Roberto Carlos, el hombre que ha soportado la muerte de las dos esposas que ha tenido, es otro que puede dominar al mundo desde un escenario comprobando la teoría esa de que los 75 son los nuevos 55.
A diferencia de Jagger lo de Roberto Carlos no es la sexualidad arrolladora sino una ternura conmovedora, una entrega que ningún video en youtube puede transmitir, que sólo se justifica cuando uno está frente a él. Por eso lo de la noche del jueves en el Movistar Arena fue algo parecido a una eucaristía y no precisamente porque Roberto Carlos haya sido el creador de Jesucristo, ese himno que se replica en las iglesias del mundo entero, sino porque la gente llenó las graderías por el placer de viajar en el tiempo.
Con Lady Laura todos volvimos a ser ese niño que es mecido en los brazos de una madre, con Desahogo fuimos de nuevo el adolescente trémulo que se declaraba de una ráfaga, sin pensar ni respirar. Y apresamos el momento en el corazón a sabiendas de que, tal vez, este sería el último concierto de Roberto Carlos y después de las partidas de José José, Camilo Sesto, Juan Gabriel y Leonardo Favio, el brasilero es el único flotador que tenemos para regresar a los años en los que creíamos en el amor.
Amor fue lo que hubo en el Movistar, ese amor que Roberto Carlos siempre ha sabido dar. Y nosotros nos abrimos y aún lo tenemos en el pecho. Si él con su paciencia Zen puede dar tanto después de que la vida le quitó todo, ¿cómo no intentar seguir su ejemplo?
