Alguna vez leí una explicación de por qué a medida que uno envejece, cada año que pasa le parece más corto. Básicamente funciona así:
El cerebro no puede darse el lujo de recordar cada mínimo detalle, de procesar cada ínfima porción de información que le llega, de interpretar cada partícula de luz que entra por lo ojos. El cerebro tiene que optimizar su capacidad, sus procesos y el resultante consumo de energía, y lo hace desechando información que no es necesaria y llenando vacíos de información (como es el caso de la visión).
Durante la infancia, la mente es plástica, está vacía y lista para recibir todo tipo de información, sobre todo aquella necesaria para sobrevivir. El cerebro está entonces atento y pendiente de lo que pasa a su alrededor. A medida que se envejece, muchas cosas se hacen en modo de piloto automático, porque ya se aprendieron y no requieren la atención que requerían antes (¿recuerda lo difícil que era coordinar el clutch, los cambios y el acelerador cuando estaba aprendiendo a conducir?). Cada año que pasa es menos novedoso para el cerebro, y las actividades del día a día más monótonas y aburridas. Es por esto que la gente más feliz es a menudo aquella que experimenta nuevas cosas, que tiene trabajos dinámicos, que viaja, que lee. Eventos extraordinarios, improbables e irrepetibles, como ganarse una lotería, pueden terminar haciendo a quien los vive menos feliz: la barra quedó muy alta y es consciente de que será difícil sobrepasarla, e incluso alcanzarla de nuevo. Pocas cosas lo harán sentir lo que sintió, algo así como una especie de síndrome de tolerancia.
Y está el tema de la proporción que representa cada año vivido con respecto al total de años vividos. Me explico: el primero año de vida representa el 100 % del total de años vividos. Ya el segundo año cae drásticamente, pasando a representar el 50 % del total de años vividos. El tercer año representa el 33 % del total de años vividos, el cuarto el 25 %, y así sucesivamente. La figura muestra de una manera gráfica este comportamiento, para una persona de 80 años. Cada cuadro representa un año y su grosor el porcentaje que ese año representa con respecto al total de años vividos hasta ese momento.
Los dos últimos años, en mi caso, han representado el 5,9 % del total de años que he vivido. Siguiendo el hilo de lo que vengo diciendo, esto quiere decir que se me fueron volando.
Después de toda esta introducción tan complicada, voy al grano de mi columna de hoy. Durante este tiempo publicando en Las2Orillas he crecido muchísimo, he contado con un espacio para escribir lo que pienso acerca de temas que todo el tiempo están en mi mente, he intentado despertar el interés de quienes las leen, por lo menos, en dedicarle un poco de tiempo y de energía a pensar, a debatir consigo mismos y con otros usando argumentos, en descubrir y entender la diferencia entre hechos y opiniones, en autocriticarse y buscarle resolución a los dilemas y contradicciones que, aunque hacen parte de nuestra naturaleza, necesitan ser resueltos, y he intentado argumentar a favor de aquellos que son injustamente discriminados o que no pueden defenderse por sí mismos. Pero quiero descansar por un tiempo.
Aunque es difícil decir que voy a extrañar a mis lectores, porque no los conozco en persona, sé que lo voy a hacer. Voy a extrañar también a esos comentaristas profesionales que van por internet buscando los temas que los llenan de pasión para soltar sus retahílas: al religioso que varias veces me mandó a arder en el infierno citando aquel famoso librito primitivo, al macho machista que tanto se preocupa por mis genitales y el aprecio –o desprecio– que siento por ellos, y al negador del cambio climático que queda sumergido bajo sus propios argumentos cuando estos se derriten por causas claramente antropogénicas (en este caso, su propios delirios). Gracias de todo corazón. Aprendí mucho de ustedes, y espero que algo hayan aprendido de mí.
Quiero expresar mi agradecimiento a Elisa Pastrana, editora de opinión, por mantener la neutralidad que le exige su trabajo, y por su mente abierta y amabilidad. Extiendo mis agradecimientos a su equipo, el cual estuvo presto a solucionar los pequeños y pocos problemas técnicos que surgieron o a atender mis demandas, a veces un poco caprichosas.
Por un tiempo, me dedicaré a otro tipo de publicaciones que, aunque requieren una metodología diferente, persiguen los mismos objetivos: contribuir al conocimiento y aportar a debates tan centrales en la construcción de un futuro más o menos decente para nuestros hijos.
¡Hasta pronto!