Dos alegres sinvergüenzas

Dos alegres sinvergüenzas

A propósito del viaje del fiscal y el contralor a San Andrés el pasado fin de semana, un cuadro de costumbres

Por: Ignacio Coral
julio 05, 2020
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Dos alegres sinvergüenzas
Foto: Contraloría

En la ciudad capital, confinada por la pandemia del coronavirus, sinvergüenzas 1 y 2 en sus respectivos cubículos, celular en mano.

─ Compadre, ¿cómo van las cosas?

─ Todo bajo control, compadre. Ya le abrí investigación al alcalde de Medallo, a tres o cinco más y a otros tantos gobernadores de esos que se las pican de contradictores de nuestro supercompadre. ¿Y tú?

─ Todo fiscalizado. Ya enguandoqué a los dos sapos que descubrieron al Ñeñe y sus relaciones con nuestro supercompadre y quedó lista la brigada para guarecer y cuidar de los siete soldaditos, víctimas del falso positivo de la violación de esa chiquilla embera, como dijo nuestra amiga la enjalmada, aquí entre nos, María Fernanda.

─ Papi, te admiro, sí que eres eficaz.

─ Igual que tú. Y creo que nos merecemos un descanso de tanta justicia y verdad que impartimos, ¿no te parece? (los sinvergüenzas se ríen).

─ Claro que sí, aprovechemos este último puente de junio y vámonos de farra para alguna parte con las hembritas.

─Te refieres a las… (pausa pícara y siguen las risas).

─No, hombre, con esas no. Me refiero a nuestras esposas. Estamos tardos en festejar los mutuos nombramientos que les hicimos, tú en mi despacho, yo en el tuyo. Aquí no se ha podido con esa maldita prohibición de hacer fiestas en la pandemia.

─ Bueno, ¿pero a dónde podemos ir a rumbear a nuestro antojo sin que nadie nos controle o fiscalice? Para salir a alguna parte, tenemos que pretextar actividades del cargo.

─ Eso es lo de menos, pero sí es mejor no dar que hablar ni darles papaya a esos periodistas que en todo se meten, aunque con cualquier cosa les taparíamos la boca. Pero evitémonos molestias, papi, y vámonos para San Andrés.

─ ¿A las islas, hermano? Uy, eso sí me suena. Allá no está yendo nadie y tendríamos la isla solo para nosotros. ¿Pero cómo le hacemos? Yo no sé nadar papi y creo que tú ni en la tina. Además, los aeropuertos están cerrados y no está al mando de la Aerocivil el que sabemos.

─ ¿Qué le pasa mijo?, ¿qué le pasa?, ¿se le aguó el cerebro? Déjelo de mi cuenta, yo los abro. Cuelgue, que ya lo llamo.

En un tercer cubículo aparece el director general de la Policía, temblando con el celular en la mano, ya sabía quién lo llamaba.

─ Di… di… dígame, señor fiscal (balbucea).

─ Verá mi general, es que con el contralor hemos decidido ir a San Andrés en este próximo fin de semana para “acompañar a la policía nacional en la articulación para la recuperación e integración de todos los sectores de la economía”, tal y como le suena. Y entonces necesito que usted nos facilite un avión para trasladarnos a cumplir tan delicada misión.

─ Claro, mi doctor, cuándo y a qué hora saldrían.

─Ya le avisaré. Vamos con nuestras señoras y alguna otra gente. Usted también podría venir con nosotros, general.

─ Gracias, señor, me gustaría, pero no puedo. Estoy embolatado con el policía ese de Jamundí que no quiso echar abajo las casas de unos invasores. Pero pierda cuidado, todo estará listo para cuando diga. Avión y patria, siempre a sus órdenes.

Ya en la paradisíaca isla, a donde hace cuatro meses nadie iba, con aeropuerto cerrado que abrió el avión de la policía, sin vendedores ambulantes, luego de ser alojados por un su amigo en un hotel boutique de exclusiva categoría, les tocó a los dos funcionarios asistir a una rueda de prensa improvisada, montada a la carrera, para justificar su viaje.

Ante unos alelados periodistas llevados para hacer bulto, estaba el contralor con careta preventiva absolutamente callado, dos funcionarios y un policía que no sabían qué carajos hacían allí, y el fiscal sin tapabocas ni vergüenza alguna en la cara. Según el bochinchero de turno, dijo palabra más, palabra menos:

─ “Estamos muy contentos de encontrarnos acá…”.

─ No joda, ¿a eso vinieron no?─, musitó un raizal sanandresano.

─ Hemos venido porque estamos haciendo un acompañamiento en torno a la mesa anticorrupción…

─ Ajá, traen la suya por si faltara más─, pensó el raizal.

─ Y yo soy el fiscal de la seguridad ciudadana y fiscal de la gente…

─ Por eso anda tanto muerto por ahí y por poco mete a la cárcel a la alcaldesa lesbi─, meditaba el raizal.

─ Vinimos a acompañar a la policía nacional en la articulación para la recuperación e integración de todos los sectores de la economía…

─ ¿Estará borracho? Habla pura mierda─, se preguntó el raizal, mientras el policial sudaba no fuera que le tocara responder.

─ Nos comprometemos a llevarle un mensaje al presidente para que analice las circunstancias especiales de la isla.

─ ¿Y a eso vinieron?, ¿para eso gastaron la plata pública? Ese mensaje sale más caro que los votos con los que presuntamente compraron la presidencia─, balbuceó el raizal.

Y habló y habló el fiscal envuelto en su galimatías, pero eso sí autoalabándose, como cuando dijo que llevaba “cinco meses en el cargo, son cuatro de confinamiento y sin embargo he hecho mucho por este país”.

─ Sumale la rumba a la que viniste y te creo. Caremondá, sinvergüenzas, gritó el raizal sanandresano.

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