Hace poco vino mi mamá a visitarme. Uribista, sin tener más razones que su odio al campesinado y a todo lo que huela a subversión como la mayoría de adultos mayores en este país, la quise sensibilizar llevándola a ver Fragmentos, el Monumento a las Víctimas de Doris Salcedo. Con el discurso aprendido le hablé de lo que significa un contra-monumento y lo grande que era esa artista en el mundo y toda esa jerga que nos aprendimos de memoria de tanto leer Arcadia. Tiempo perdido, mi mamá no entendió nada, no botó una lágrima, no se conmovió. Siguió derecho por la puerta, convencida de que Álvaro Uribe tenía razón y acá lo que había era que darle plomo ventiado a esos revolucionarios que querían arrebatarle lo poquito que pudiera tener.
Entendí entonces lo terrible que fue el fracaso de Doris Salcedo para todos los colombianos. Por culpa de su ego, de creer que todos podemos tener su coeficiente intelectual, hizo una obra que le viene como un guante a todos esos sabios como Carolina Sanín o Pedro Adrián Zuluaga que entienden de metáforas y de espacios vacíos, fríos y triste y que pueden ver la belleza en una bacinilla colgada de un chamizo. Construyó una obra para justificarse con la Inteligencia de este país que en una inmensa mayoría está a favor de la Paz. La señora Salcedo debió pensar en mi mamá que es una electora promedio como los que nunca creyeron en lo que se pactó en La Habana y están convencidos que Santos le regaló el país a las Farc. La maestra debió hablarle al pueblo colombiano. Estaba en la obligación de hacer algo monumental, contundente, que nos obligara a sentir el horror, algo como las siluetas en la Escombrera de Medellín o el rostro de Matilde viendo el horror de una toma de las Farc en Machuca.
Ayer en la mañana Doris Salcedo estrenó 'Quebrantos', su nueva obra. Convocó a los medios de comunicación a las 12, apareció en punto. Una buena parte de periodistas, cansados de su altivez, de su distancia, se retiraron a la primera pregunta. Ya ni siquiera había curiosidad de saber qué significaban esos nombres escritos con vidrio molido en el suelo de la Plaza de Bolívar. Todo se reflejaba en los rostros confundidos de los líderes amenazados que machacaban las placas de cristal, preguntándose “¿Qué diablos estamos haciendo acá? ¿Si servirá esto para que no nos maten?” Ya nada importaba, ni siquiera que cientos de palomas corrieran el riesgo de atragantarse con una astilla de vidrio. Llovió, fue poca gente, fue triste, muy triste. La inteligencia suprema de Doris Salcedo volvió a traicionarla.
Lástima, cuando termine la exposición de Chucho Abad en el Claustro de San Agustín ya no tendremos un lugar en donde verle la cara a la guerra. Todo se quedará en conceptos, en adjetivos, en categorías: El Conflicto, la violencia, el paramilitarismo, las Farc. El éxito de la obra de Jesús Abad Colorado radica en que fue capaz de ponerle rostro a la confrontación. Abad Colorado nos narra el horror a partir de la inscripción de una sigla en un árbol, en unos zapatos llenos de musgo, en la desesperación de un hombre alzando su camisa en un palo para que los bandos callaran sus fusiles y le permitieran mover a su esposa herida por el Atrato. Chucho nos cuenta una historia en cada una de sus fotos. No hay que ser un gran crítico de arte para entenderlo. Doris Salcedo fue incapaz de bajarse de su pedestal. No pensó en nosotros, los que queremos sensibilizar a otros colombianos para que se convenzan de que la paz es el único camino. Pensó en sus amigos artistas de todo el mundo, que seguirán creyendo que es un genio incomprendido. Su ego la traicionó y le hizo darle la espalda al país. La Historia se lo cobrará muy duro.