Popayán, a pesar de ser un feudo tradicional e histórico de la tradición católica, no escapa al auge del protestantismo que se extiende en el país. La iglesia de Roma ya perdió el monopolio de la fe, y debe compartir la plaza con decenas de denominaciones cristianas, que llegaron con el ímpetu propio de un movimiento vigoroso y renovado, basado en una especie de proselitismo religioso abanderado por líderes carismáticos. Ha venido tomando tanta fuerza que incluso han pasado de los púlpitos a las urnas. Muchos de sus líderes ocupan cargos representativos gracias al poder de convocatoria de poderosas iglesias que cuentan con miles de fieles, cuyas casas matrices se encuentran en su mayoría en Estados Unidos, desde donde extienden sus ramificaciones hasta todos los países de Suramérica.
Muchas de estas iglesias funcionan como multinacionales, con estructuras corporativas bien definidas. Con escasas excepciones cada congregación, por humilde que sea, depende de una jerarquía ubicada en ciudades más grandes de Colombia. Estas a su vez, le rinden cuentas a las que están fuera del país.
Todo empezó con Martín Lutero, un monje conservador, moralista, un católico a ultranza, que un buen día viajó a Roma y pudo contemplar con sus propios ojos el desmadre que tenían ahí montado. Eran los tiempos del Papa Julio II, y lo que había en el Vaticano poco tenía que ver con la pureza y la humildad que había predicado Cristo: Roma era el centro de la corrupción, la depravación y todas las formas del pecado. Además, como una gran demostración de orgullo, en una exhibición de poder y belleza, la Iglesia Católica estaba obsesionada por la construcción de la nueva Basílica de San Pedro. Para recoger la plata para tan monumental obra arquitectónica, el Vaticano había hecho sociedad con el famoso Banco de los Fugger, un clan familiar de empresarios y financieros alemanes que llegaron a constituir uno de los mayores grupos empresariales de los siglos XV y XVI, siendo precursores del capitalismo moderno, junto con los Médicis y los Welser.
Estos les prestaban la plata pero ¿de dónde la devolvían? De la venta del perdón. Las llamadas indulgencias. O sea que la iglesia otorgaba el perdón divino a cambio de dinero. Un negocio redondo donde los haya. El monje dominico Juan Tetzel, era uno de los vendedores de indulgencias aventajados, a él se le acusa de haber acuñado la famosa frase: “Al sonar la moneda en la cajuela, del fuego el alma al paraíso vuela”, con la que animaba a los pecadores a contribuir a la causa y quedar limpios de pecado...y también de bolsillos claro.
Bueno pues eso fue lo que más escandalizó a Lutero, pues en la Biblia decía que la salvación no era por obras si no por la fe. Entonces, indignado pegó sus famosas 95 tesis contra la corrupción de Roma en el palacio de Wittenberg. No se imaginaba la que iba armar y mucho menos que la influencia de su arrebato de rebeldía iba a llegar hasta nuestros días.