Oficio difícil, sacerdotes solemnes de una muy especial religión laica, ¡los jueces!
En vez del mazo, el autoritarismo y la cortante norma se necesitan jueces humanos, que tengan un corazón bajo la toga. Trajinados en mil batallas, muchos de ellos se tornan insensibles, tiránicos y casi despóticos, olvidando su misión y sacralidad; otros dan rienda suelta a sus más dormidas pasiones, neurosis y complejos, llenos de ego, profiriendo fallos cuestionables y prejuiciosos. Nadie parece escapar a sus propias constelaciones, arquetipos y conceptos, apartarse de ello es una rara virtud, son tan solo frágiles mortales con la tremenda carga de juzgar a otros hombres, que los coloca de por sí en un alto pedestal moral muy exigente.
Nuestra justicia atraviesa por una de las peores crisis de la historia, está prosternada y yacente como vulgar hetaira en el lecho de la corrupción, se revuelca lujuriosa y al mejor postor. Los fallos valen, las jurisprudencias igual, la designación en los altos Tribunales también tiene precio, nada es gratuito, siendo los peores los jueces corruptos y venales. Todo ello como resultado de un país sin conciencia y escrúpulos, donde el gobierno anterior permeó todas las ramas del poder público y toda la sociedad colombiana, mancillando y escupiendo el principio de autoridad, guillotinando la Constitución, las leyes y el Estado de derecho con abundante mermelada, que brotó generosa e irresponsable del erario público, generando una ideología avasalladora de irrespeto y mofa de estos sagrados principios.
El cuestionamiento a los diferentes exmagistrados de la Corte Suprema de Justicia (Leonidas Bustos, Francisco Ricaurte y Camilo Tarquino) para blindar decisiones y absolver en casos de parapolítica y corrupción (sin olvidar a Jorge Pretelt, el exfiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno y ahora el más reciente, este sí en ejercicio, Gustavo Enrique Malo, que realmente, no es malo, ¡en absoluto!, ¡es perverso!) desacredita las otrora sin mácula cortes de justicia, que con sus jurisprudencias maniqueas y sesgo diabólico quieren posar ahora de garantistas y justas.
Es menester recuperar al verdadero juez, al hombre recto, sin tacha, sin mácula, probo, honesto, de sólidos valores morales y espirituales, imparcial y objetivo, pero a la vez un juez humano y cercano al dolor de su pueblo, donde de verdad palpite un corazón de carne y hueso, bajo sus togas.
“El juez no solo debe ser docto en la ciencia del derecho, sino versado en todas las ciencias y estudiar la vida profunda del hombre, y ha de ser bueno si aspira a ser justo, y aún imponérsele como norma la indulgencia y la piedad. Con razón se ha dicho que la justicia transida de piedad es más humana y justa” (Jiménez de Azúa).