“Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa” es la primera definición que nos da la RAE de lo que es poesía. Recordemos las llamadas artes liberales, que fue un término usado en la Edad Media para definir las ramas del saber por medio de las cuales el hombre se entrenaba para ser libre y buscar la verdad. Estas artes se dividieron en dos grandes bloques, uno sobre las ciencias del lenguaje, la lógica y la oratoria, y el otro sobre las ciencias matemáticas o físicas. Las artes liberales se contraponen a las artes serviles. Las primeras sirven al hombre libre para buscar la verdad, mientras las segundas solo tienen un fin económico.
Al observar los clásicos nos encontramos que Pitágoras dentro de su plan de estudios incluía como una parte central la educación musical (mousike paideia), en donde la poesía jugaba un papel fundamental para la trascendencia del ser ya que contribuía a elevar la razón. Platón en La República establece tres tipos de poesía (imitativa, no imitativa y épica) y sigue el ejemplo de Pitágoras en el sistema educacional. Aristóteles, por su parte, escribe su obra Poética, centrada en la reflexión estética y el arte como una actividad basada en el conocimiento. Posteriormente Cícero define la geometría, la literatura, poesía, la ciencia natural, política y ética, como elementos constitutivos de la educación liberal, es decir, como instrumentos para la libertad y la verdad. Dicho de otro modo, como instrumentos para el progreso humano.
Pero ahora vamos a Colombia. El nuevo presidente se enfrenta a grandes y múltiples desafíos, o por lo menos, eso dicen todos los medios de comunicación. Pero no es solamente el presidente en su persona y los suyos quienes tienen retos por delante, sino también la oposición política. En definitiva, Colombia se ve avocada a una etapa de agitación política, pero decir esto no es nada nuevo. Lo nuevo quizás, es que tras las últimas elecciones queda evidente que esa “tradicional burguesía ilustre, culta y liberal de pensamiento”, que se autoproclamaba guardiana de los valores republicanos, dejó de existir o está en desgracia, y que son ahora nuevos sectores quienes toman su lugar y quienes defienden la libertad y el progreso.
Al volver la vista sobre la historia de nuestro país, nos encontramos que nunca hubo paz y estabilidad, más bien al contrario, guerras, asesinatos, Estado de sitio, etc. A pesar de esto, hemos gozado de una imagen en el exterior hasta cierto punto favorable, somos “la democracia más antigua y estable de América Latina” y además un gran número de nuestros presidentes han sido personas extremadamente cultas, liberales, con un profundo amor por las artes y la ciencia. Según dijo la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou “es posible que en muchas partes la función estricta del poeta no sea si no hacer poesía. Pero en Colombia no significa eso solamente, sino que allí constituye una categoría moral, un concepto de dignidad aplicado a todos los hechos de la vida. Los colombianos no sólo hacen bella y hermosa poesía, sino que la viven...” (Orjuela, 1959). Recordemos además que el expresidente Rafael Nuñez nombró cónsul en Argentina a el niño de Chocoyos[1] o Príncipe de las Letras Castellanas, Rubén Darío.
Si volvemos la vista mucho más atrás, en nuestra historia encontramos grandes personalidades. Policarpa Salavarrieta, La Pola, como se la conoce, participó en el grito de independencia y murió luchando junto a Antonio Nariño por unos ideales de progreso y libertad. Recordemos que Antonio Nariño fue presidente y prócer de nuestra independencia, que tradujo la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (Déclaration des Droits de l'Homme et du Citoyen) y que, por este acto gallardo, considerado entonces subversivo, fue detenido, pasando en total dieciséis años de su vida en prisión.
Nuestra historia está repleta de grandes personajes con biografías extensas, pero sobre todo con ideas de libertad y progreso. Sin embargo, con el paso del tiempo nos ha quedado muy poco de aquella fama gloriosa de amor al arte y a la ciencia como herramientas para el desarrollo humano. Recordemos, por ejemplo, en la década pasada al 58 presidente de la República y sus expresiones poéticas “le voy a dar en la cara marica” o “esta llamada la están escuchando esos hijueputas”. Ahora tenemos al actual presidente que, según su discurso y propuestas políticas en campaña, nos pretende devolver al macabro arte de la guerra que instauró su mentor, además de deleitarnos con sus grandes dotes con un balón de futbol y su conocimiento profundo de la dialéctica llevando saludos a un Rey.
Ante este panorama nos preguntamos: ¿a dónde fueron los presidentes poetas? Esos que defendían los valores republicanos, la ética, la estética, la ciencia, la virtud y el progreso humano. ¿Aún existen? Y si es así, ¿regresarán? Sí, si tenemos la fuerza, el empeño y la constancia de cultivar esos nuevos sectores que se están abriendo espacio en el juego político y si les devolvemos las artes liberales a las generaciones que están por venir.
En definitiva, los presidentes poetas regresarán cuando levantemos nuevamente la razón y el corazón enarbolando los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
[1] Si bien es el propio Rubén quien dice esto, existe actualmente una biografía escrita por Álvaro Mondría Terán, que lleva esto por título.