Cómo es posible que un docente del sector público, de esos que salen a marchar, que supuestamente velan por los derechos de la sociedad y de los niños, que citan a Marx y que han hecho de la arenga un modo de expresarse, no sean conscientes de la importancia enorme de que un niño asista a clases presenciales.
Bajo la excusa de proteger la salud de los niños, se olvidan de que un niño pobre y vulnerable corre más peligro cuando su mamá lo tiene que llevar a la calle a vender cosas o cuando lo deja encerrado en una pieza de un inquilinato o se lo encarga a una vecina atareada con sus propios vástagos o lo deja con personas desconocidas que de mala o buena fe le hacen el favor. El coronavirus casi que es lo de menos frente a situaciones como estas.
Pareciera que los maestros del sector público no se han dado cuenta de las condiciones en que viven sus estudiantes, porque si así fuera sabrían, tendrían la certeza y la conciencia, de que el colegio es el mejor sitio para que los niños estén seguros, porque la mayoría de ellos, sobre todo los de las ciudades, son amplios, cómodos, con buenas condiciones de aseo, tienen agua potable y muchas condiciones de las cuales carecen los hogares de los pequeños.
En los sitios remotos no son ni tan cómodos, ni tan modernos, pero también es cierto que los niños que asisten a las escuelas de la zona rural son pocos. Además están tan alejados de todo que si no llega el Estado, tampoco el coronavirus. Es más, es casi incomprensible que, en algunos lugares muy remotos, como el caso que hace unos días mostró un programa de televisión, donde para que los periodistas llegaran tuvieron que atravesar valles, ríos y trochas, hubiera habido cese de clases y confinamiento. Porque si nuestros gobernantes supieran dimensionar que existen dos Colombias, sabrían que ciertas normas no pueden regir por igual a la Colombia rural e inhóspita y a la Colombia urbana. Ese fue el caso de los confinamientos y el cese, muchas veces definitivo, de las clases a los estudiantes, porque donde no llega ni una chiva, mucho menos la señal del celular.
¿Cómo es posible que los maestros del sector público, el más vulnerable, el que menos oportunidades tiene, vayan a marchas (cosas que para nada es censurable), a sus centros vacacionales, a fiestas y festivales, pero no quieran ir a dictar clases? A ellos les pagan por su trabajo, tienen condiciones más dignas que la mayoría de docentes de los colegios privados, cuentan con vacaciones y prestaciones sociales, tienen la garantía de que siempre les consignan sus salarios, entonces por qué, bajo la maniquea excusa de que no dictan clases por velar por la salud e integridad de los niños, les arrebatan la oportunidad de educarse, de socializar, de soñar con otras cosas, de pensar que quizás sí tengan alguna oportunidad de avanzar en la escala social.
Excusas siempre tienen y condiciones ponen a granel. Que los colegios no cumplen con las condiciones biosanitarias, que no tienen la vacuna, que cuando la tienen, necesitan refuerzo, y un largo etcétera. Sin duda hay muchos docentes conscientes y aguerridos que sí quieren que sus niños tengan alguna oportunidad sobre la tierra, que no desean permitir que el tesoro más preciado de una nación se quede rezagado en todos los aspectos de su vida.
Pero hay otros tantos, sobre todo los directivos de los sindicatos, que ni por asomo se ponen en el lugar de la madre que no sabe qué hacer con sus hijos cuando se va a rebuscar o a trabajar, en el mejor de los casos; que no tiene posibilidades de comprar los implementos tecnológicos que se requieren para que sus hijos reciban las tareas, muchas veces excesivas, y los talleres que les dejan los maestros mediante el computador o el celular, en el escenario más favorable, cuando el lugar tiene servicio de luz y le llega la señal.
Aunque cuando no es así, ni siquiera eso. Así que maestros, pónganse la mano en el corazón, sean solidarios y empáticos con los niños vulnerables y necesitados de Colombia, porque la educación es la mejor manera de contribuir a zanjar un poquito las brechas de un país injusto, mal manejado, desigual e inequitativo.