Durante estos últimos días, no hace nada más que hablarse del nuevo proyecto legislativo que inicia carrera en el capitolio para prohibir la entrada de los menores de edad a las corridas de toros. La bancada animalistas y los líderes del gremio señalan con contundencia una serie de estudios, e incluso, una recomendación de la ONU, que, según, apoyan incondicionalmente su propuesta.
Aseguran que “los menores deben desarrollarse en ambientes sanos, alejados de actividades que puedan causarles daño emocional, físico o psicológico”. Y aunque no desconozca sus intenciones altruistas, me causa cierta intriga las razones por las cuales la tauromaquia le hace daño a los niños, si entre sus aficionados históricos se cuentan personas tan ilustres que de ninguna forma nos daría a pensar que causa tales abominaciones. ¿O son acaso Jorge Elicer Gaitan, Jaime Garzón y Gabriel Garcia Marquez una deshonra para la patria?
Por tal motivo, me resultó imperioso consultar los documentos que ellos aducen. ¡Oh, sorpresa!, encuentro todo lo contrario.
Respecto a la recomendación de la ONU, en primera medida, no prohíbe la entrada de menores de edad (-18), sino que propone considerar el no permitir la entrada de menores de 6 años; tampoco es una prohibición, sino una recomendación, pues el comité redactor no tiene tales facultades ni era su intención sobrepasarlas; en tercer lugar, no se la hace a Colombia, sino a Portugal; y por último y más importante, no lo hacen bajo ningún estudio científico, sino bajo el constante lobby de las organizaciones animalistas de la región.
Por si fuera poco, tampoco hay investigaciones que condenen a los menores como espectadores de los espectáculos taurinos, sino por el contrario, investigaciones que lo desestiman.
El Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid encargó en 1999 un informe sobre los posibles efectos psicológicos de la tauromaquia en los niños a profesores de la Universidad Complutense, la Universidad de La Coruña, la Universidad Pontificia de Salamanca y la Autónoma de Madrid. Tras cuatro informes de esto grupos selectos, la conclusión fue una sola: “no se puede considerar como peligrosa la contemplación de espectáculos taurinos por menores”.
Ahora, por supuesto que la violencia contra animales concluye en más violencia. De ello hay innumerables estudios. Lo cierto es que así como lo indica tanto un estudio de la Dra. María de los Angeles López Ortega como la regla de la experiencia, cuando se pesca, a pesar de que el animal sienta dolor, no por eso seremos violentos a un futuro porque no se hace con crueldad, es decir, intenciones de disfrutar con el sufrimiento.
Por eso los wayus no son asesinos en serie por degollar chivos durante su tradicional fiesta Wayne. Tampoco los miembros de una familia cuando envenenan a un ratón son más proclives a desarrollar violencia intrafamiliar, ni mucho menos los taurinos se caracterizan por protagonizar escenas violentas dentro y fuera de la plaza.
Esto, porque en realidad a una corrida no se va disfrutar de la muerte del bovino, sino a presenciar como un todo el espectáculo consagrado bajo la caza ritual del animal. Por eso se le aplaude tanto a él como al torero; y no precisamente porque se haya dolido, sino porque todo el procedimiento cumplió con los preceptos especialmente diseñados para darle un sacrificio acorde a las consideraciones que se le tiene como animal totémico de la cultura taurina, que entre ellos está el que muera de forma inmediata luego de la estocada por que se respeta la dignidad del animal.
La tolerancia de las escenas crudas en la plaza radican bajo el entendimiento de cada uno de los asistentes que se trata de una auténtica caza, con los medios apenas necesarios para un animal de tal vigor. El ruedo se erige como un espacio de verdad ante tanta mentira de la comercialización de la carne.
Desestimadas las acusaciones de los animalistas, por el amor que le tengo a la patria, al respeto a las libertades de cada quien y a la lealtad que merece un debate, anhelo que Colombia no tome decisiones basadas en mentiras.
@alfredojherreraa