Hablar de paz o de paz total o de cualquier paz sobre los cuerpos acribillados de los jóvenes policías resulta hiriente.
Hace casi cuatro décadas, el 1 de julio de 1985, Carlos Pizarro se tomó La Herrera, Tolima, con su columna del M-19. En principio, se calculaba que la operación podría durar entre tres y cuatro horas. Se daba por descontado que el combate con los policías no sería largo. Pero como casi siempre en la vida: una cosa dice el papel y otra muy distinta termina ocurriendo en la realidad.
En la estación había 16 agentes de policía y un suboficial. Una vez sonó el primer disparo los policías se atrincheraron en su cuartel y comenzaron a defenderse. La que se calculaba que sería una toma de tres horas se volvió un combate inagotable. Los policías combatieron durante diez horas eternas. Hasta que no agotaron, uno tras de otro, su último cartucho, no se rindieron.
Su desventaja numérica era muy grande. La columna del M-19 era de casi 120 hombres mientras que ellos eran 17 policías solitarios en medio de una cordillera adonde solo llegaban con cierta facilidad un par cóndores que se quedaron dando vueltas en el aire, como distraídos por ese bullicio excepcional que salía de abajo.
Cuando los policías se rindieron la tensión que se sentía era muy grande. Diez horas de combate ininterrumpido son extenuantes para cualquiera; para los que están peleando y para los que están oyendo al lado. En un pueblito tan chiquito, hasta los que vivían en la periferia sentían los disparos como si estuvieran reventando debajo de la cama. Los policías salieron colorados, sudorosos y con las chaquetas del uniforme desgarradas por la angustia.
Nadie sabía qué iba a pasar. Solo se veía que iban llegando en fila india a la plaza central hasta que quedaron parados, el uno al lado del otro, frente a un muro de ladrillos pintados con carburo blanco que quedaba en uno de los costados más extremos.
La gente del pueblo también llegó a la plaza. Los niños, los viejos, la señoras; todos llegaron. Nadie sabía qué iba a pasar.
Pizarro le ordenó formar al M-19 frente a los muchachos policías. Ni ellos, ni los del M-19 sabían qué iba a pasar.
Cuando el M-19 ya estaba formado frente a los policías, Pizarro comenzó a dar órdenes. De esas órdenes que dan los jefes cuando los cuerpos armados están en formación. Su voz sonaba con una nitidez única porque no volaba ni una mosca. Toda la gente lo escuchaba como si estuviera hablando en la almohada de al lado.
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Los primeros sorprendidos fueron los hombres del M-19 cuando Pizarro les ordenó ponerse firmes para rendirles honores militares a los policías que tenían en frente y con quienes habían peleado durante diez horas
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Los primeros sorprendidos fueron los hombres del M-19 cuando Pizarro les ordenó ponerse firmes para rendirles honores militares a los policías que tenían en frente y con quienes habían peleado durante diez horas. Hacía tan solo diez minutos que habían dejado de pelear.
Pizarro les dijo: “Los hombres y mujeres del M-19 les rendimos honores a estos hombres de la policía por su dignidad y por su valentía. Defendieron su uniforme como unos héroes. Sepan todos que se les respeta la vida y que quedan inmediatamente en libertad. Unos hombres como ustedes no pueden ser presos del M-19. Si alguno de ustedes quiere incorporarse con nosotros, las puertas están abiertas”.
Ninguno se incorporó.
Yo me levanto de mi silla para escribir de pie mis palabras de homenaje a los policías que fueron asesinados ayer en Palermo, Huila.
Me duele el alma por Duverney Carreño Rodríguez, por John Fredy Bautista Vargas, por Wilson Jair Cuéllar Losada, por Luis Alberto Sabia Gutiérrez, por Santiago Gómez Endes, por Cristian Ricardo Cubillos Borbón y por Arles Mauricio Pascuas Figueroa. Todos acribillados ayer por los asesinos.
Me duele el alma porque son mis policías y mis soldados. Porque desde que firmamos la paz y desde que juramos la Constitución de 1991 tengo claro quienes visten los uniformes legítimos de mi país.
El asesinato de estos policías me duele tanto y más que cuando vi caer a mis compañeros del M-19 a mi lado.
Me duele tanto y más por la sencilla razón de que hoy tengo 58 años y no 20 como entonces. Porque aprendí que la paz no es un papel que se firma sino un estado del alma. Porque a mis años no solo veo a esos muchachos como mis policías sino como mis hijos; son menores que mis hijos y a sus hijos huérfanos los siento como a mi nieto. Porque hoy habita en mi corazón un Jesús que me hizo ver la vida de una manera muy distinta.
Y también me duele tanto y más porque nunca olvidé esa lección de respeto a la dignidad humana que me dio Carlos.
En este homenaje no les pido a los policías y a los soldados que me cuiden mí y a mi familia. Hoy les pido que se cuiden ustedes, que se protejan y combatan por ustedes.
Ningún comandante tiene el derecho de pedirles que no defiendan su dignidad y su vida. Ningún comandante puede pedirles que no vayan por los asesinos de nuestros policías de ayer.
Ningún comandante puede pedirles que no vayan por la dignidad de Colombia.